Malú
Kikuchi
Argentina, país
contradictorio, está en plena y dura y eterna cuarentena…
La gente no
trabaja, no produce, no vende, no compra.
Está
paralizada, el resultado es que hay
hambre.
Los comedores
populares se multiplican y no alcanzan, la tarjeta alimentaria no alcanza, la
ayuda del estado no alcanza.
Ante
este desolador panorama, se ataca la producción del campo.
Ataques
vandálicos a silo bolsas y algunos
incendios en campos de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y
Entre Ríos.
Hasta ahora se
han dañado 5.700 toneladas de granos en silo bolsas.
Se
ha empobrecido al país en 5.700 toneladas que no se exportarán.
Entrarán
menos dólares.
Lo
que es más grave, menos comida para
la gente, menos comida para los chicos.
Argentina
tiene un alto índice de niños desnutridos, algo incomprensible en un país que
produce comida para 400 millones de personas y dicen que debería hacerlo para
600 millones.
Un
chico con hambre es un delito en la Argentina.
¿Por
qué el ataque al campo?
Según
la Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de Argentina (FADA), por 1 hectárea de soja el Estado se lleva hoy
el 69,7% de lo que le pagan al agricultor.
Y promediando
los granos de trigo, maíz, girasol etc, el Estado se queda con el 60,4% sumando varios impuestos.
Un asalto al trabajo.
¿Entonces
por qué ese odio visceral al campo y su gente?
Los
argentinos saben que los años de buenas cosechas son buenos económicamente para
ellos.
Saben que la tierra ya no es de los “oligarcas”,
ahora pertenece a nuevas generaciones de nietos de inmigrantes y a pequeños
chacareros.
Vicentín
y Nardelli no son apellidos de próceres.
¿Por
qué ese odio?
¿Por
qué enfrentar al campo con la industria?
¿No
escucharon hablar de la poderosa (o ex poderosa) agroindustria argentina que
hace vivir a pueblos enteros de la zona pampeana?
Hay
un tufillo político, una sensación permanente de bajada de línea a los medios
para incentivar ese odio.
Sin
pruebas fehacientes es imposible probarlo.
Son
frases sueltas, trolls que atacan al campo desde las redes, la política
impositiva deliberadamente anti campo, aunque el Estado vive en gran parte de
él. Sumando impuestos nacionales, provinciales y
municipales, el campo no es sólo el gran proveedor de comida, es el que mantiene a los Estados.
La
Sociedad Rural hace referencia a la “pasividad” del Estado (Nacional) ante los
repetidos ataques al campo.
Solo
Sergio Massa, presidente de la Cámara de Diputados, haciendo valer su distancia
dentro de la coalición gubernamental, presentó un proyecto de ley sobre “vandalismo
rural”.
Se
refiere al ataque a cosechas, silos, silo bolsas y tolvas.
Que
de efectivizarse llegaría la pena a 5 años de prisión.
El
proyecto lo presentó junto al diputado del FdT, Ramiro Gutierrez.
Esperemos
que se vote y sea ley.
Y
Sabina Frederic, ministra de Seguridad nacional, ¡visitó un campo!
Es
casi imposible con la extensión del territorio argentino controlar lo que
sucede en cada hectárea.
Pero
si el Presidente de la Nación en una de sus innumerables charlas por radio y TV
se dignara tocar el tema campo y los irracionales ataques que está sufriendo,
quizás, solo quizás, terminarían.
Si no
terminaran, por lo menos, la ciudadanía sabría que el gobierno está a favor de
la producción que la alimenta y que mantiene en gran parte al Estado. Pero desde la
presidencia no se dice nada al respecto.
Eso
da pie a pensar mal.
No
hablar alimenta dudas, confirma sospechas.
Hace
2.000 años, antes de Cristo, Virgilio, el gran poeta latino escribía en La
Eneida:
“El
hambre es mala consejera”.
No
se le pide al gobierno tan preocupado y ocupado por la pandemia que lea a
Virgilio, pero el verso es cierto, el hambre es mala consejera.
Debe
evitarla, empezando por defender al que produce los alimentos.
Porque
no basta con dar de comer, hay que tener elementos para hacer la comida.
Los
da el campo.
Y
como en la Argentina hay que aclarar todo, aclaro que no tengo campo.
Defiendo
un principio de sentido común.
Veo
tierra solo en maceta, ahora que la cuarentena no me deja ir a la plaza.
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