-¿Cuándo visitó Buenos Aires por primera vez?
-En 1988. Hicimos un viaje por América del Sur de cuatro meses con quien sería mi primera mujer. Fuimos de paseo por varios países. Ahí aprendí algo de castellano.
-¿Y cuándo volvió?
-En 1989 para hacer mi investigación de doctorado. Me quedé diez meses. El castellano, que aprendí en la calle y con los amigos, llegó a hacer que pareciera un porteño. En 1990, el día que Italia perdió con Argentina la semifinal del Mundial, yo viajaba en ómnibus a La Plata a visitar a unas amigas y no quise decirle a mi compañero de asiento que yo era italiano, no era un día para decirlo. Logré llegar a La Plata hablando con él sin que se diera cuenta de que yo no era argentino.
-¿Extraña Buenos Aires?
-Para esta época (primavera) yo siempre estoy en Argentina, pero como ahora no voy a viajar, extraño. Cumplo años el 19 de septiembre y hacía como diez años que festejaba allá con mis amigos argentinos, tanto que este año pensé que mi pareja se iba a olvidar de mi cumpleaños, porque casi nunca estoy acá.
-Hoy es un historiador que escribe columnas en diarios. ¿Cómo se informa sobre la Argentina?
-Sí, pero sin transformarme en un analista político más. No porque tenga nada contra el análisis político, al contrario, LA NACION, que yo siempre leo, tiene excelentes analistas, como Pagni, Morales Solá, mi amigo Fernández Díaz. Pero pienso: ¿qué puedo hacer como historiador? El valor adjunto es dar una perspectiva histórica, que el analista político no tiene por qué tener. Yo era un fanático de los diarios. Hoy ya no. Tomo distancia de la cotidianeidad.
El peronismo ha sido y es el foco del trabajo de Zanatta durante toda su vidaEl peronismo ha sido y es el foco del trabajo de Zanatta durante toda su vida Crédito: Gentileza Museo Evita
-¿Hubo
un día en el que decidió ponerse a trabajar sobre el peronismo?
-No, fue por azar. Cuando volví del viaje de cuatro meses no sabía qué iba a hacer de mi vida. Estaba buscando trabajo y concursé para una beca de doctorado. Era un doctorado de Historia de las Américas. Quien me estableció el contacto con Argentina fue el profesor Marcello Carmagnani, que sería mi director de tesis. La gran intuición del tema se la debo al profesor Chiaramonte. Él me aconsejó estudiar las relaciones entre la Iglesia y el Ejército en los años treinta, en realidad, en los orígenes del peronismo.
-¿Cómo fue su trabajo con las fuentes de la Iglesia argentina?
-En aquella época, cuando la dictadura no estaba tan lejana, decir que estudiaba la relación entre la Iglesia y los militares no gustaba nada. Recuerdo cuando fui a visitar a monseñor Medina, que había sido vicario general del Ejército, a un edificio militar que quedaba por el puerto, un lugar oscuro, lleno de secretos. Él no estaba nada contento de recibirme. De hecho, no me dijo casi nada. Pero tuve experiencias de diferentes tipos. Me pasé semanas en las diócesis del interior. Estuve muchos días en Goya, en Paraná. Me ensuciaba las manos en archivos a los que nunca nadie había ido antes. Y encontré religiosos muy abiertos, que me dieron acceso a información que reglamentariamente no debió haber sido permitida. O sea que me facilitaron la investigación. Gente muy macanuda, como se dice.
-¿Un ejemplo?
-Recuerdo a un capellán en Santa Fe que me abrió el archivo y después me habló de política. La política en la Iglesia argentina es muy común. Era la época de Menem y él era del peronismo social, de los orígenes. "Usted se dice peronista -le preguntaba yo- y ahora los peronistas hacen una política del Washington Consensus, ¿cómo lo explica?". Y él me respondía: "Siempre son peronistas". "¿Pero si no le gustan las políticas que hacen por qué no vota a los otros?". Y me decía: "Porque los otros son de otro palo". Esa visión de la división antropológica, el voto de camiseta. Muchas cosas las aprendí con estas experiencias. En el mundo clerical de la Argentina conocí de todo. Y muchas mentiras. Escribía cartas a los obispos para pedir acceso a los archivos y me contestaban que no existía el archivo, que se había quemado.
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