Leyendo LA NACION durante su visita a Buenos Aires de 1989, cuando realizó una investigación para su doctoradoLeyendo LA NACION durante su visita a Buenos Aires de 1989, cuando realizó una investigación para su doctorado
-¿Su
madre y su padre eran creyentes?
-Eran creyentes en el Partido Comunista. Pertenecían a esa generación de la posguerra que vivieron el boom económico, la gran modernización de Italia, a través del Partido Comunista, una gran escuela que te organizaba la vida. En la célula tenías tus amigos, tus relaciones de amistad, un sentido de superioridad moral, de pertenecer a una iglesia. Mi papá siempre dijo que no iba a la iglesia porque ya tenía la suya, el Partido Comunista.
-¿Qué visión tiene hoy de ese pasado?
-No podía entenderlo cuando era niño o adolescente, pero si miro mi pasado, todas esas personas diferentes entre sí, mi mamá, su nuevo marido, mi padre, los abuelos, los que han sido importantes en mi vida, todos tenían valores en común y eran valores esencialmente cristianos. En el sentido bueno: la honestidad, el respeto, la solidaridad. Un ambiente sano.
-Todos eran comunistas.
-El Partido Comunista era una escuela para ellos. Les daba lecturas, los clásicos del marxismo. Mi tío tenía la imagen de Lenin sobre la mesita de luz. Era lo más normal. Mi papá tenía el Sputnik.
-Quizás desde nuestra perspectiva suene contradictorio. En la Argentina era improbable encontrar comunistas entremezclados con el mundo católico.
-Es que en la Argentina el Partido Comunista siempre quedó como de intelectuales en su mayoría, de clase media profesional, gente que efectivamente había estudiado el marxismo. Las masas fueron a parar al peronismo, que era un partido cristiano. Acá las masas ingresaron al Partido Comunista. ¿Se transformaron en marxista-leninistas? ¿Cuánto lo pudo haber sido mi mamá, que había crecido en el campo, una niña maravillosa, muy ingenua, que tuvo que ir a la fábrica a los 14 años? Los valores básicos son casi antropológicos. Vienen de una civilización mucho más antigua, es una forma de cristianismo secularizado.
-Mi abuelo materno había ido a combatir en Dalmacia y creo que como muchos en el campo tenía simpatía. Por otra parte, el fascismo como buen fenómeno totalitario había organizado toda la sociedad. La gente que no tenía una formación político intelectual participaba del régimen. Supongo que mis abuelos cuando fueron jóvenes formaron parte de las organizaciones de masas del fascismo.
"En los veranos yo iba a trabajar en un ingenio azucarero para ganar un poco de dinero y pagarme las vacaciones, los estudios", recuerda"En los veranos yo iba a trabajar en un ingenio azucarero para ganar un poco de dinero y pagarme las vacaciones, los estudios", recuerda
-¿Cuándo
fue la primera vez que escuchó hablar de la Argentina?
-En los veranos yo iba a trabajar en un ingenio azucarero para ganar un poco de dinero y pagarme las vacaciones, los estudios. Y ahí conocí a un obrero, un hombre bastante grande para trabajar todo el día como obrero, que venía de la Argentina. Probablemente tenía origen italiano y había vuelto para acá. Él contaba del peronismo, el peronismo mítico, de los obreros, que había dado salarios, derechos. Y la gente lo miraba asombrada, porque acá el peronismo es fascismo.
-¿Usted qué edad tenía?
-Unos veinte años.
-¿Y también pensaba que el peronismo era fascismo?
-Para todos en Italia el peronismo era fascismo. Los primeros que lo piensan son los fascistas, que siempre admiraron al peronismo y lo siguen admirando. Estoy hablando de la familia del fascismo, no digo en forma tajante que el peronismo es fascismo. Muchas veces en la Argentina se tiene una idea equivocada del fascismo italiano, como si sobreviviera la definición que daba la Tercera Internacional: dominio de clase, de poder financiero, no, el fascismo fue un fenómeno popular.
-Usted cuenta que Guillermo O'Donnell, que fue lo primero que leyó sobre la Argentina, se convirtió en principal base bibliográfica de su tesis. ¿Cómo siguieron aquellas primeras lecturas?
-Con algunos libros clásicos de David Rock. Me gustaba leer Félix Luna. Su libro El 45 me lo comí como un sanguchito, porque para mí la historia hay que escribirla bien. Leí todos los libros de Luna, también los clásicos. Natalio Botana, a quien después tuve el placer de conocer -leyó mi presentación cuando me aceptaron en la Academia Argentina de la Historia-, fue muy emocionante. De Tulio Halperín Donghi, a quien también conocí, leí todos sus libros. Tengo un cariño enorme y un gran recuerdo de la lectura de Ezequiel Gallo. Cuando fui ya como doctorado, en Buenos Aires me recibió José Carlos Chiaramonte en el Instituto Ravignani y establecimos una relación.
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