Por María Zaldívar
«La calidad de nuestro sistema político se pauperiza con la consecuencia directa de atraer a sus filas elementos lábiles y marginales»
Que se recoge lo que se siembra no es ninguna novedad.
Pues
es lo que está viviendo la casta política no peronista por estos días.
Durante décadas,
son esos que se limitaron a rasgarse las vestiduras describiendo los males que
se instalaron con Perón mientras, trepados al horrible sistema político de
privilegios y acomodos, usufructuaban sus prerrogativas en lugar de combatirlo,
desarmarlo y reemplazarlo por uno virtuoso.
Amparados en la lista sábana y en la ley de partidos políticos, todos vienen haciendo su juego.
En ese marco, el dedo reemplaza a la democracia interna: Imponen a los candidatos exprimiendo la disciplina partidaria en desmedro del votante.
Una vez en
funciones aducen, sin pudor, representar a la ciudadanía cuando, en verdad,
solo representan al capitoste que los puso en la lista y a él le responden para
ganarse la reelección.
Así
venimos transitando las últimas dos décadas.
Pero
que las cosas no sean abruptas no implican que no estén ocurriendo; el
deterioro, por paulatino que sea, no es menos deterioro.
Un
día pasa que la postal de la sociedad que éramos no encaja con la foto actual
porque la foto es el reflejo de un instante, pero la decadencia es el reflejo de un proceso.
Mientras el peronismo cambiaba de color según la ocasión, el resto no construyó alternativas superadoras para fortalecer la república sino, simplemente, opciones partidarias meramente electorales, matices dentro del mismo sistema perverso que ninguno de los burócratas que flota dentro de esa pecera quiere cambiar.
El
votante -le haría más justicia
denominarlo “rehén”- dispone de un margen de maniobra prácticamente nulo.
A
quien crea que cuando concurre a las urnas “elige” hay que avisarle que no es
así.
Eligen los popes
de los partidos.
En
el cuarto oscuro no se “elige” nada…
Las elecciones
son el mecanismo de legitimación de la casta burocrática repartiéndose el
poder.
La cualidad del peronismo es que, a diferencia del resto, tiene una permanente incorporación de dirigencia.
Vaya
la aclaración: no se trata de un elogio sino de una mera descripción de la
realidad.
La
dificultad con la que debe convivir el peronismo es la cantidad de dirigentes
que tiene y a quienes hay que saciar en sus pretensiones.
Porque
el peronismo no descarta, recicla e incorpora. Por eso, entre otros motivos,
nunca se extingue.
Para
el resto, lo que llamaremos “oposición” marcando una diferenciación meramente
teórica, el problema es otro.
Los radicales, que cada vez son menos, sólo tienen dirigencia y el macrismo carece de tal.
La
imposibilidad de Mauricio Macri de tolerar a su alrededor personajes de mayor
“seniority” política que él, construyó un anoréxico séquito que hoy, sin
mencionar los enfrentamientos, no alcanza ni para cubrir las listas.
El
PRO, como le pasó a la UCeDé en su momento, no formó líderes; muy por el contrario, evitó con esmero
su germinación.
Solo
prosperaron algunos laderos de las cabezas visibles, empleados ungidos por el
personalismo de un puñado.
Más de lo mismo.
A
este panorama se suman liberales y libertarios, divididos en varios frentes, y
los nacionalistas de NOS (todos aún en el proceso de formalización de sus
respectivos vehículos partidarios) que han declarado su intención de sumarse a
la pelea electoral de este año.
A
ellos les pasa lo mismo: carecen de
personas reconocidas por la sociedad para conformar sus ofertas.
Como
no hay tiempo de ahora a las legislativas y menos a las PASO para construir
figuras, miran con simpatía a quienes aporten nivel de conocimiento público
propio.
Esa
es la vara de idoneidad que rige.
No
mucho, por cierto.
Esta
carencia está instalando una tendencia a intercambiar trayectoria por
notoriedad y así van tentando gente.
La falta de dirigencia no es una casualidad cósmica; es producto del manejo que hacen los partidos políticos, que apuestan a seguir eligiéndose entre ellos y poniendo a sus dóciles.
Habrá
que mirar con detenimiento si las nuevas propuestas se atreven a la competencia
o van también por el dedo.
Porque
hace tantos años que las listas se arman de esa forma, que el público lo toma
como natural pero no tiene nada de
natural que un puñado de burócratas decida quiénes nos van a representar.
La
Argentina, lamentablemente, tiende a correr a los procesos de atrás; no aprende
con el ejemplo, ni siquiera del propio; el “fujimorismo” como mecanismo de
renovación política fracasó en la todos los países que lo aplicaron.
Apelar
a paracaidistas para solucionar un vacío es un mal recurso.
Se
pueden ganar bancas; se festeja el día de la elección, pero luego hay cuatro años por delante para arrepentirse de haber
colocado personas inexpertas o poco calificadas en lugares donde se decide
sobre la libertad y el patrimonio de las personas.
Que no nos haya ido bien con los políticos tradicionales no implica que probemos con el azar.
Porque
son los políticos profesionales los que, tras dinamitar la confianza en el
sistema, ahora echan mano de este recurso.
Son
ellos mismos, conscientes de que sus caras no soportan más campañas.
El problema son
ellos,
no el sistema republicano que, aún imperfecto, es hasta ahora la forma más
civilizada que encontró occidente para organizar la vida en sociedad.
Entonces,
porque el responsable de nuestra decadencia no es este sistema político,
tampoco debería alentarse la anarquía sino el impulso a reemplazar a estos
inescrupulosos que lo tomaron por asalto por personas probas que reinstalen los
valores de la Argentina próspera, con base en la idoneidad, como expresa la
Constitución Nacional.
¿Cómo va a
funcionar si ponemos una antropóloga a manejar la seguridad y a víctimas del
delito en el Congreso, como si sus dramas personales las hiciera expertas en el
tema?
La ideología y
la demagogia dominan las decisiones de estado y ahí no hay grieta.
La calidad de nuestro sistema político se pauperiza con la consecuencia directa de atraer a sus filas elementos lábiles y marginales, exactamente lo contrario a la necesidad.
Se acercan a
salvarse porque pertenecer a la casta política es sinónimo de privilegios, es cobrar un
abultado sueldo sin importar las circunstancias, es acceder a una jubilación
generosa, no a la miseria que cobra el grueso de la población y sin tener que
litigar durante décadas contra el estado por deudas previsionales y
actualizaciones; pertenecer a la
casta política es impunidad.
A
las puertas de otra elección en la que además el oficialismo viene acumulando
destrozos, no se escucha una sola propuesta innovadora.
Todas
son consignas y slogans vacíos de contenido.
Nadie
le quiere poner el cascabel al gato.
Nadie
se anima a la cirugía mayor.
Mientras
tanto, el paciente agoniza…
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