Carlos Mira
La Argentina es un país muy curioso.
Una
de las curiosidades más repetidas de su historia es el asombro que le causa la
obviedad, o, lo que es lo mismo, cómo se sorprende al verificar que
efectivamente ocurre lo que no podía dejar de ocurrir.
El escandaloso
episodio de las vacunas VIP es uno de esos casos.
Es más, se torna escandaloso porque, justamente, los argentinos se asombran. Pero, pensemos un poco, muchachos: ¿de qué se asombran?
¿De
que un conjunto de delincuentes aproveche los resortes del Estado que
previamente se ocupó de tomar para beneficiar a los propios?
¿Ese
es el asombro?
¿Eso
es lo que causa tanta indignación?
Déjenme
decirles que no deberían asombrarse.
Es
lo que ustedes votaron muchachos: encaramar en el poder a una banda de
impresentables para que usufructúe los privilegios del poder en su beneficio.
No es la primera
vez que lo hacen los argentinos.
De
allí que su asombro es incomprensible.
Ya
permitieron que esta misma banda accediera al poder para enriquecerse
patrimonialmente .
Lo
hicieron en pleno uso de sus facultades, libremente, sin que nadie los
encañonara para eso.
Lo hicieron porque creyeron que con eso jodían a gente a la que odian más que a este grupo de delincuentes.
Permitieron
que gente de esta calaña accediera al gobierno del país porque prefirieron eso
antes de consolidar un sistema en donde los más capaces progresaran más y,
sobre todo, antes que otros.
No
se bancan el mérito, no se bancan el triunfo ajeno en una competencia, envidian
a quien triunfa, están resentidos contra los que tienen éxito.
Creyeron
que la banda los pondría en su lugar, que les sacaría lo que esa gente tiene
para dárselo a ustedes, creyeron que nunca le sacarían nada a ustedes porque
ustedes “son del pueblo” y el pero/kirchnerismo es el pueblo.
Nunca
imaginaron que algún día ustedes estarían en el lugar de los que “tienen” y que
el pero/kirchnerismo les viniera a sacar los que tenían.
Eso
de ir a sacar cosas era del pero/kirchnerismo hacia los “ricos”, por eso los
votaron, para que hicieran eso, para que le fueran a sacar a los demás lo que
ustedes creían que les correspondía a ustedes.
Pero un día un
maldito virus se metió con la salud.
Y
eso sí, mal o bien, lo tenían; eso sí lo daban por descontado.
Nunca
imaginaron que una banda de delincuentes viniera a robarles la salud.
Ignoraron
los cientos de miles de advertencias que les hicieron gente de buena fe, que
solo quería prevenirlos. Esa gente les explicó cómo estos delincuentes robaban,
cómo se enriquecían personalmente, cómo el pueblo no les importaba nada.
Pero, claro, “aparentemente” no les sacaba nada a ustedes.
Les
sacaban a los ricos, a esos seres indeseables por los que sentían un profundo
desprecio.
Si
el precio de esas confiscaciones era el enriquecimiento de esa casta gobernante
innoble, no importaba.
Esa
riqueza era tolerable. Pero la de “Juan”, mi vecino, no.
A
“Juan” había que cortarle la cabeza para que no la asomara más allá de lo que
yo podía asomarla.
Después de todo,
¿cuál era el riesgo?
Si a mí no
podrían sacarme nada porque no tenía nada…
No importaba que la ley me hubiera dado a mí las mismas posibilidades que a “Juan” para tener tanto o más que él.
Lo
único que valía era que “Juan” tenía y yo no.
Lo
que “Juan” había hecho para tener no importaba.
Lo
que importaba era que él tenía lo que a mí me faltaba.
Y
eso era un gran injusticia.
Si para terminar con la injusticia debía posibilitar que, con mi voto, un conjunto de delincuentes (que me había hecho creer que le iba a sacar a “Juan” lo que tenía para dármelo a mí) se encarame en el poder lo iba a hacer. Y lo hice.
No
escuché ninguna advertencia.
No
quise ver todas las pruebas que me presentaron.
Solo
me movía el odio y el resentimiento hacía esa clase de gente contra la cual el
perokirchnerismo me había prometido desplegar su venganza, que era la mía; mi
venganza.
Los llevé al
poder.
No
me importó su obscenidad, su inescrupulosidad, su delincuencia innata, las
miles de evidencias que me demostraban que no solo le robaban a los ricos sino
que me robaban a mí también. Nada; no me importó nada: voté y los devolví al
gobierno.
¿Quién
iba a decir que un virus microscópico me iba a dar una prueba irrefutable de
que yo no les importo nada y que, en realidad, lo único que persiguen es
adueñarse del país por la vía de instaurar una dictadura férrea, de elite única
y someter a todo el mundo al peso de su bota militar para usufructuar ellos -y
no yo- todos los beneficios?
Pero el virus llegó.
Llegó
y amenazó lo que sí tenía: mi salud y la de mis seres queridos.
En
eso era igual que “Juan” y, cómo “Juan” no quería que le sacaran lo suyo, yo
tampoco quería que me sacaran lo mío.
Por
primera vez me sentí en sus zapatos.
Antes creía que lo que tenía “Juan” lo tenía porque lo había ganado con malas artes, en mucha medida sacándomelo a mí.
Pero
mi salud yo sabía que me la había ganado en buena ley, quería conservarla, no
quería que nadie la pusiera en riesgo por la vía de sacarme lo que me la podía
asegurar.
Nunca
creí que los justicieros que venían a sacarle a “Juan” lo que siempre le envidié,
fueran a sacarme algo a mí.
Si
había oído explicaciones sobre cómo el pero/kirchnerismo me sacaba a mi también
lo poco que tenía por la vía indirecta de la inflación, de condenarme a la
pobreza, haciéndome imposible el progreso y mi ascenso social.
Lo
había oído pero no lo había escuchado. No lo quise escuchar. Mi única obsesión
era “Juan”. Quería verlo morder el polvo, como lo mordía yo. Quería que lo
arruinaran.
Si para eso tenía que empoderar a unos delincuentes, no importaba.Yo estaba a salvo.
Nunca
podrían sacarme lo que no tenía.
Pero
el capitalismo salvaje inventó el remedio contra lo que acechaba mi salud.
Salud sí tenía.
Y no quería perderla.
Entonces
se produce la obviedad que me asombra: el ladrón que encumbré para que lo fuera
a robar a “Juan” vino y me robó a mí.
No lo puedo creer.
Caigo
en estupefacción. “¡Me dijiste que le ibas a sacar lo que ‘Juan’ tenía, no lo
que tenía yo!”
¡Yo
tenía el derecho igualitario de ser vacunado, y estos delincuentes me lo
robaron para vacunarse ellos!
¿Y
quién te dijo, argentino ciego de resentimiento, que vos ibas a estar al margen
de la estafa?
¿Ahora
te asombras y pones el grito en el cielo porque te estafaron a vos también?
¿De
verdad creías que votabas a estafadores justicieros que robarían a “Juan” pero
no a vos?
Siempre llega un momento en que todos tenemos algo que podemos perder a manos de un delincuente.
Aunque
más no sea, nuestra propia salud.
Pactar
con el diablo porque nuestro odio es más fuerte no podía tener otro final que
no fuera este.
¡Feliz
fin de la inocencia, argentinos resentidos!
Esta
también es la obra de ustedes.
Celebren
ahora.
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