"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

miércoles, 24 de febrero de 2021

Alberto Fernández, el lenguaraz

Carlos Mira   

Alberto Fernández es un desaforado, un lenguaraz

Contrariamente a lo que intenta vender con sus modales -que solo cuida cuando le conviene- su personalidad oculta un ser muy autoritario, muy poco urbano y muy poco entrenado en el arte de la diplomacia.

Como sabemos, el presidente está en México desde donde no desaprovechó la oportunidad para iniciar una contraofensiva por el tema de la vacunación VIP. Allí, en rueda de prensa, se permitió, con tono compadrito y altanero, dar lecciones de periodismo de investigación a los colegas que le demandaban respuestas por el tema de las vacunas.

Calificó la cuestión como una “payasada” y pidió terminar con ella. Cargó contra los medios, la oposición y, por supuesto, la Justicia, deslizando que todo el escándalo había sido poco menos que inventado por esa trilogía diabólica.

El gobierno, y particularmente el presidente, persisten en la política de no hacerse cargo de nada; ni siquiera de lo que ocurre delante de las narices de los argentinos: todo es culpa de los demás. Con cara de ofendido el presidente redobla la apuesta y ataca a aquellos que, con todo derecho, le piden explicaciones y, no solo no las da, sino que responsabiliza de lo ocurrido a quienes son sus víctimas.

No es una novedad esta metodología. Es lo que siempre ha hecho el kirchnerismo.

Maneja como nadie el arte de dar vuelta la taba y comenzar a repiquetear con un relato fantástico que, hasta ahora al menos, ha tenido la virtualidad de convencer a mucha gente.

De hecho hoy, por la vía de ese mecanismo (que ha afinado luego con técnicas de adoctrinamiento en los colegios, con mensajes a repetición en los medios que le son adictos y con otras tácticas del fascismo goebbeliano) ha logrado convencer a una parte sustancial de argentinos de que las cosas no son como son, que los delincuentes no son delincuentes, que la historia no fue como fue la historia y que los malos son los buenos y que los buenos son los malos.

Estamos, simplemente, frente a un nuevo capítulo de la misma novela. El kirchnerismo pretendiendo salir indemne del crimen.

Alberto Fernández ha puesto su persona al servicio de esta maquinaria.

Es un profesional contratado que puede protagonizar varios personajes: según sea el mejor postor

Puede encabezar una crítica acérrima a la falta de libertades o puede encerrar a toda la población bajo amenaza de meterla presa;

puede decir que Cristina Fernández es una delincuente o, con la misma naturalidad, decir que es una perseguida del lawfare;

puede decir que Nisman fue asesinado y puede decir que Nisman se suicidó y que los que dicen que fue asesinado pertenecen a un complot multinacional de intereses anti argentinos.

El presidente no conoce la vergüenza ni los escrúpulos; solo trabaja para quien lo contrata.

Pero en su gira mexicana ha demostrado también ignorar por completo el arte de la diplomacia y la buena educación.

Es tal su vocación por sobreactuar el personaje que le contrataron y que está desempeñando en ese momento, que no mide lo que dice.

El disfraz lo traiciona y se convierte en un bocón.

Ayer, en un grosero error de política exterior que ya está siendo analizado mundialmente, dijo que Andrés Manuel López Obrador era “el primer presidente honesto que México había tenido en muchos años”.

No conforme con su primera afirmación, unos segundos después volvió a repetirlo.

Era tal su afán por sobreactuar los elogios a su anfitrión que no reparó en la ofensa que le estaba profiriendo a México.

Inmediatamente recordé las burradas de Cristina Fernández con Barack Obama cuando, guiándose por los principios aldeanos que podría tener una señora que va a la feria a hacer los mandados, y creyendo que porque Obama era demócrata y negro estaba resentido contra Bush (aplicando a la política norteamericana los patrones por los cuales se gobierna ella), ofendía al ex presidente creyendo que con eso se congraciaba con la nueva administración.

Obama dejó en claro, tiempo después, que siempre había tomado esas declaraciones como una ofensa hacia los Estados UnidosPara él Bush era un ex presidente que merecía todo el respeto y toda la cordialidad que su investidura representaba. 

Ahora Fernández ha ofendido a todo un país por “quedar bien” con quien él cree está en su misma línea política.

Y digo “que él cree” porque López Obrador demostró más de una vez (y si hace falta solo habría que recordar su postura frente a las recientes elecciones en EEUU) que es un pragmático.

Puede vender para la gilada un verso nacionalista, pero luego no tiene ningún problema, por ejemplo, en tender una relación muy cordial con el presidente norteamericano que le estaba construyendo un muro en su frontera.

El grandilocuente de Fernández también aseveró que solo él y López Obrador eran “los presidentes que querían cambiar el mundo” olvidando que está al servicio de gente que se conformaría con cambiar de traje o surtir su heladera.

La decadencia del presidente es francamente alarmante.

Su pacto con el diablo hasta lo ha desfigurado si uno se toma el trabajo de observarlo físicamente.

Es que no es posible sostener una guerra intestina entre los deberes de un sicario y la formalidad de un caballero.

Esa tensión en el interior de su organismo lo está destruyendo de a poco.

Es posible que él sea consciente de ese deterioro y que haya decidido enfrentarlo a sablazos de guasadas, aun cuando con ellas pongan en juego la reputación de todo un país que solo cometió el pecado de recibirlo como invitado.

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