Por Carlos Mira
La Argentina ha
tomado un camino que no solo es fascista y que archiva para siempre la
República, sino que también es profundamente inmoral, mentiroso, decadente,
racista y vergonzoso.
Confieso
que desconozco otro país donde los imputados puedan remover a los jueces que
los van a juzgar.
Haber
llegado a este límite de caradurismo, de arremeter abiertamente contra la
estructura institucional de la nación para hacer zafar de la cárcel a una sola
persona que, por lo demás ha arruinado al país perpetrando el defalco a la
administración más gigantesco que recuerde la Argentina (y, probablemente,
muchos otros países) supone una caída tan vertical en un precipicio profundo y
oscuro, que uno ya va perdiendo las esperanzas del retorno a una vida
civilizada.
El
kirchnerismo, y particularmente su jefa, es un movimiento profundamente egoísta
y egocéntrico.
Odioso
por definición (muchas veces no hay más que ver sus caras, sin necesidad de que
hablen) no duda en sumir al país en un caos judicial para sacar las papas del
fuego de sus comandantes más conspicuos.
A
veces uno tiene ganas de decir: “está bien, les reconocemos su inocencia…
Pese
a todo lo que han robado, los declaramos libres de culpa y cargo… ¡Pero por favor detengan la máquina de
destruir!”
Mr Misery, el presidente Fernández, (porque es un personaje miserable y porque dirige al país hacia la miseria más humillante) es un inmoral. No hace falta darse ningún trabajo para encontrar en los archivos referencias de suyas al cepo cambiario original de 2012 contra el que se manifiesta espantado porque Cristina Elisabet Fernández ha dispuesto intervenir en su libertad para ahorrar en dólares. Allí aparece poniendo el grito en el cielo por un sistema policial que se mete con su bolsillo.
Pero
ahora, mientras todos sus funcionarios -desde Santiago Cafiero hasta Mercedes
Marco Del Pont- ahorran en dólares, él se lo prohíbe a los argentinos de bien
que solo intentan proteger el fruto lícito de su trabajo. Esos mismos
argentinos a quienes el presidente del BCRA trata de narcotraficantes y
traficantes de armas.
¡Pero
hasta cuándo va a aguantar este país semejante atropello y a toda esta banda de
delincuentes inmorales!
Han destruido
todo.
La
moneda, la escala de valores de lo que está bien y de los que está mal, han
robado, han desaparecido gente, han quemado campos, mandado a romper silo
bolsas, han liberado delincuentes y violadores; reparten droga en ambulancias,
propiciaron el cierre de más de 50 mil pymes; liberaron chorros del Estado como
Boudou para quienes dispusieron, además, que la sociedad les pague una
jubilación retroactiva; no han tenido la dignidad frente a gente que se está
muriendo de hambre, que se está fundiendo, de bajarse un centavo el sueldo, al
contrario: la vicepresidente le inició
juicio a la ANSES para que le pague tres jubilaciones con más adicionales
retroactivos y con la pretensión de que no le deduzcan nada por el impuesto a
las ganancias; han mandado a sus fuerzas de choque a tomar tierra y han
mandado intimaciones a los propietarios que reclamaban por la protección de sus
derechos; instigan una avanzada sobre la ciudad de Buenos Aires, el distrito
que siempre se les paró de manos y que jamás fue peronista, bajo el argumento
de que es “bella y opulenta” como si confesaran abiertamente que quieren
arrastrarla al barro de la miseria que ellos mismos produjeron en las otras
jurisdicciones que han gobernado históricamente; han echado empresas del país
por la vía de hacer inviable su operación en la Argentina; llevaron la pobreza
a más del 50% de la población; han confinado al país a un encierro inútil, el
más ineficiente del mundo; salieron a comprar fideos a cuatro veces el valor
que tienen en un simple almacén de barrio; llamaron a los argentinos que
quieren reconstruir la república “gente de mal”; el presidente es el primer
violador de las restricciones que él mismo impone; encabezan un gobierno
racista por clase porque condenan al que tiene éxito mediante el ejercicio de
la industria lícita que la Constitución estimula.
Castigan
el triunfo en la vida, gravando a quien lo alcanza, enviando un mensaje
subliminal con el que quieren adoctrinar a la gente en la senda de la vagancia
y del robo, como si la única manera de tener algo consistiera en ir a sacárselo
a otro por la fuerza.
Envilecen todo
lo que tocan.
Han envilecido a
la Argentina.
La
han humillado y la han dividido entre delincuentes (defendidos, apañados y
sostenidos por el gobierno) y esclavos fiscales (a los que el gobierno exprime,
humilla e insulta). Buscan reinar en ese páramo de miseria, en esa toldería Congo
urbana que pretenden extender a todo el país, como si fueran una corte medial,
rodeada de señores feudales y servida por vasallos.
La calamidad
peronista se ha potenciado con la naturaleza delincuencial del kirchnerismo.
Con
el mismo plan que en su momento trazaron y ejecutaron en Santa Cruz (provincia
rica a la que convirtieron en un baldío) llegaron a la nación para destruirla
en beneficio propio.
Lamentablemente
contaron para cumplir su cometido con un pueblo resentido, envidioso e
hipócrita que endosó su ideología falsa y su discurso inflamado, creyendo que,
con eso, mejoraría su condición.
Siempre la
pelotudez y el rencor ciego son los principales socios de la estafa
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