"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

viernes, 5 de febrero de 2021

TE AMO AUNQUE ME AGREDAS

El problema del mundo actual es la violencia, el rencor y el odio en las relaciones humanas.

En las últimas décadas se ha agudizado y extendido a nivel personal y social.

Son pocas las personas y los grupos que piensan en el otro como un hermano, que merece ser querido y asistido.

Tampoco se ha entendido el efecto beneficioso de una relación amable, equilibrada y armoniosa.

La paz y la felicidad escasean en el planeta.

Durante mi infancia, por haber sido gemelo y estando mi madre reponiéndose, desde pequeño pasaba gran parte del día en la casa de mi abuela materna que era mi madrina.

Era una casa muy grande; la vida se desarrollada en el primer piso sobre un negocio de ferretería y pinturería que tenía mi abuelo y que contaba con otro piso superior y una amplia terraza.

Atrás del negocio en planta baja había un hermoso jardín.

Mi abuela había sido educada con las monjas francesas en el Líbano y sostenía que aquel que golpeaba la puerta de su casa era un enviado de Dios.

Corría la década de 1940 y mi impronta y mi formación se desarrolló en ese ambiente y con esos principios.

Si alguien tocaba la puerta de la casa de mi abuela pidiendo ayuda, ella lo hacía subir, lo sentaba a la mesa con nosotros para compartir el desayuno, el almuerzo o la merienda según la hora, le daba lo que pedía y lo instruía para que cualquier cosa que necesitara, volviera que lo iba a ayudar.

Aprendí que todo aquel que se acerca o camina conmigo es mi hermano, hijo de un mismo padre y que soy responsable de él, como todos somos responsables de hacer que reine la felicidad entre nosotros.

Con el correr de los años conocí la otra cara de la condición humana.

No todos piensan así, ni obran de esa manera.

Pero el principio es el mismo.

No importa que hagas tú, es lo que hago yo en consecuencia con mi pensamiento.

Debo adecuar lo que hago a mis convicciones, y el trato con los demás debe ser bondadoso, justo, cordial y brindando el cariño que le debo como hermano.

Si me tratan mal, no tengo derecho a devolver el maltrato.

Debo tratar bien a quien es persona como yo.

Si me injurian debo ser amable y tratar de mostrar, explicar la bondad para que puedan entenderla.

Si me agreden, si usan violencia, odio o rencor contra mí, los debo amar.

Es mi deber amarlos, sino como van a conocer y comprender el amor, sino lo ven en la práctica, en la relación del otro.

Si estoy firmemente convencido del principio del amor y la hermandad, debe regir dicho principio toda mi conducta.

Debo ponerlo en obra, y que mi comportamiento coincida con mis ideales y mis valores.

¿Es posible poner en práctica esta conducta?

Depende de nosotros, y de cuales sean nuestras prioridades.

Para ello debemos deponer el orgullo, la soberbia, la superioridad, la discriminación, la viveza y la deshonestidad.

Porque en realidad, el cambio que hace falta, para un mundo mejor, de paz y de felicidad para todos los hombres, debe comenzar en el corazón de cada uno.

Debe existir la íntima convicción que a todos le debemos un buen trato, una ayuda existencial a fin de poder ser mejores y lograr la felicidad.

La vida debe ser un acto de amor, un continuo y perenne acto de amor, desde la cuna hasta el sepulcro.

Si todos hiciéramos de nuestra existencia un acto de amorcito, si todos amáramos a nuestros hermanos como a nosotros, si nos ayudáramos mutuamente, no habría conflictos, no habría violencia, no habría odios ni rencores.

El mundo sería un paraíso de paz y armonía y la felicidad y la unión reinarían entre todos.

Para ello hay que cambiar nuestro corazón, desde lo íntimo y lo profundo de nuestro ser aceptar que solo el amor nos salva y hace la vida digna.

Elias D Galati

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