Todo el espectro no kirchnerista debe reconocer el punto crítico en el que se encuentra el país.
Y
acá viene la necesidad de tomar decisiones mirando más allá de la coyuntura
Por
María Zaldívar
Los economistas se han puesto de moda y hoy llenan páginas de publicaciones y minutos de televisión hablando del PBI, de la emisión monetaria y del déficit primario (temas importantísimos todos) pero ninguno alude a los otros déficits que pesan sobre los argentinos y que también son actores protagónicos de la postración argentina. La imprevisión es uno de ellos y, en gran proporción, el que nos trajo hasta la situación dramática en la que nos encontramos.
En una descripción del cuadro de situación actual, sería redundante mencionar la pésima performance de la Argentina en materia sanitaria en cuanto a su desempeño frente al tema de la pandemia, desastre solo equiparable a la que estamos teniendo en la provisión de vacunas y el operativo de vacunación. Además, la gestión Fernández-Fernández (la denominamos así para obviar la estéril tarea de definir el porcentaje de cuánta responsabilidad de gestión le cabe a cada uno) lleva un año sin resolver los gigantescos problemas económicos que arrastra el país y que se resumen en un concepto: la escasez, esto es la falta de casi todo en infinidad de planos.
Hay millones de
personas cuyas necesidades oscilan entre comida, agua, cloacas, trabajo,
vivienda, salud, educación y/o seguridad.
Muchos se espantan comprobando el hacinamiento y la marginalidad que se vive en varias provincias argentinas pero se acostumbraron a los señores feudales que las gobiernan desde hace décadas.
Las
diferentes administraciones nacionales convivieron con ellos, negociaron con
ellos, repartieron cuotas de poder y de negocios con ellos mientras los medios
de comunicación los retrataron inaugurando faraónicas obras públicas o, al
menos, cortando cintas, transmitieron carreras desde autódromos dignos de países ricos anclados en provincias sin
cloacas, con casinos más propios de Las Vegas que de distritos con 80% de
empleados públicos y 50% de indigentes.
Vaya
una mención especial al otro germen de este entramado siniestro: los empresarios de la construcción, que
hicieron y hacen posible la farsa y el robo.
La imprevisión, un rudimento que parece abstracto y lejano, ha jugado un papel clave en el desarrollo de la vida política nacional y vuelve a jugarlo en este año electoral. Los argentinos padecemos de seria imprevisión frente a las consecuencias que inevitablemente tienen los actos; sin embargo, no hacemos esa conexión y luego no nos privamos de sorprendemos por los efectos y nos preguntamos qué ha fallado.
Descartando mala fe, con escaso rigor analítico se pretendió instalar que Cambiemos es “kirchnerismo de buenos modales”.
Ser
superficial es una carencia del intelecto; una incapacidad del juicio, una
torpeza del conocimiento; es la imposibilidad de reconocer matices, es ver la
vida en blanco y negro y es, también, una forma más sencilla de vivir: lo que no es A, es B y listo.
Según
el científico Lair Ribeiro, la inteligencia es la capacidad de hacer
distinciones; y sí, distinguir matices abre el abanico del pensamiento, lo hace
más complejo y demuestra que los parecidos son, en todo caso, eso; parecidos.
El exitoso joint-venture electoral conformado por el macrismo y los radicales que en la gestión resultó un fiasco (evento probado por los hechos), puede haber votado leyes y acompañado decisiones ejecutivas malas (realidad también demostrada empíricamente) pero aún eso no lo hace esencialmente lo mismo que el kirchnerismo.
“Esencia”,
noción asociada a la filosofía y el derecho natural que escapa a la comprensión
y el conocimiento de algunas disciplinas pero imprescindible si se pretende
entender y conducir al hombre y, por extensión, a la sociedad.
Para quien tenga la capacidad de analizar minuciosamente y con objetividad, ni el peronismo de las últimas décadas llega a ser lo mismo que los K.
Entonces,
quienes repiten esa fórmula y tienen la capacidad de influir sobre el público
están arrastrando a una equivocación masiva y están pecando de una gran
imprevisión.
Porque,
aceptados los adefesios llevados adelante por la actual oposición, cabe listar
aquello de lo que no fueron capaces y, por tanto, lo que los diferencia del
oficialismo.
Cambiemos no es lo mismo que Cristina y Alberto por muchas razones, no solo por su estética ni sus modales, que tampoco son temas menores; no solo porque no hizo abuso de la cadena nacional (un método de imposición de su relato político que implica la certeza de que el otro debe escucharnos y de que el Estado puede usar la fuerza contra el ciudadano bajo cualquier circunstancia, en un sentido claramente autoritario del ejercicio del poder)
Cambiemos no es
kirchnerismo de buenos modales porque, a pesar de su espantoso desempeño en
materia económica, nadie ha probado que fueran una asociación ilícita; nadie
los filmó contando fajos de dinero, pidiendo favores ni revoleando bolsos
llenos de moneda extranjera.
Cambiemos no es
kirchnerismo de buenos modales porque no es genéticamente destructivo, no
responde filosóficamente a la acción política del enfrentamiento permanente
enancado en la noción de amigo-enemigo y a la consecuente estrategia de
aniquilamiento del adversario; porque no firmó acuerdos con estados considerados
terroristas; porque no persigue jueces ni acusa sin pruebas.
Y porque ninguno
de sus funcionarios estuvo involucrado o sospechado del asesinato de ningún
miembro del ministerio público ni de persona alguna.
Por estas cosas,
entre otras, Cambiemos no es simple, ligeramente, “kirchnerismo de buenos
modales”.
¿Podrá Cambiemos reconocer que el método que los llevó a la cima del poder fue también el que lo destronó?
¿Podrá
animarse a elegir otras políticas y otras personas y entender que la decadencia
argentina está atada al sistema político que heredaron, usaron, engordaron pero
no ayudaron a cambiar?
¿Podrá
reconocer errores?
No
se sabe.
Habrá
que mirar lo que hace porque lo que dice suele sonar bien pero ya sabemos que
nunca alcanza.
La supervivencia del peronismo responde a su capacidad de incorporación de distintas corrientes de pensamiento, lo que le falta a Juntos por el Cambio.
Creció
como una fuerza filo social-demócrata más radicalismo y ahí se estancó.
Aceptó
peronismo vergonzante y liberalismo no explícito en dosis homeopáticas pero
sigue expulsando gente.
Lo
hizo con Massa en su momento y ahora lo hace con los liberales sin entender que
el desplazado no se queda inmóvil fuera del tablero sino que sigue incidiendo;
dado que continúan en carrera, la pregunta es dónde los prefieren, si al lado o
enfrente.
Con
esta actitud de contumaz ceguera, es legítimo facturarle, también, la diáspora
de elementos republicanos que, no teniendo cabida en el armado opositor, buscan
participar con opciones propias que, indudablemente, debilitan el espectro
rival para alegría del oficialismo.
¿Habrán
leído que su candidatura surgió de una coalición de partidos?
Eso,
en cuanto a la dirigencia.
Pero
a los ciudadanos también nos queda reflexionar sobre la imprevisión.
Todo el espectro
no kirchnerista debe reconocer el punto crítico en el que el país se encuentra;
muy probablemente un punto de inflexión y acá viene la necesidad de tomar decisiones
mirando más allá de la coyuntura.
Si
en los próximos meses el voto del no kirchnerismo se dispersa favorece al
oficialismo.
Y si eso pasa y
los Fernández-Fernández obtienen las mayorías parlamentarias que tanto
codician, no aleguemos mala suerte.
La imprevisión
habrá ganado otra importante batalla.
Tras el desgaste de una gestión más que mala, el kirchnerismo podría perder entre 3 y 4 bancas clave en el Senado y recudir su quórum propio a un agónico 37. De las 24 bancas que están en juego, le corresponden 15 y las 9 restantes, a Juntos por el Cambio.
¿No
es el momento de fortalecer el bloque opositor?
¿Habrá mejor
oportunidad en el futuro particularmente incierto que se presenta para los
próximos meses?
Es un deber de Juntos por el Cambio entender la gravedad del cuadro y bloquear sus mezquindades.
Porque como en
algún momento reunieron el 41% de las preferencias, le cabe el deber de
convencer al resto de los opositores a unir fuerzas para enfrentar lo peor de
la política argentina; pero para eso es preciso atraerlos, no con cargos para
luego neutralizarlos, sino con acciones que deriven en auténticos cambios.
Y
para eso JxC debe correr del centro de las decisiones a aquellos dirigentes que
fracasaron estrepitosamente, que en la actualidad hacen reacio, con toda
lógica, el voto por esas mismas caras y debe desistir de las políticas que
tampoco dieron resultado.
Será
posible un acuerdo amplio solo sin las caras y las herramientas de la ruina que
hicieron posible el retorno del kirchnerismo.
Menos
Estado, menos gasto público, menos amigos y más capacidad técnica, menos
populismo, menos “cualquierismo” y más firmeza, más convicciones, más
liberalismo político y económico.
Si esa premisa se da la oposición, en ese caso entendida como un solo conjunto, tiene la inmensa responsabilidad de asumir que está en sus manos prever el futuro cercano para evitar lamentos posteriores.
No
buscar una confluencia amplia sería una imprevisión absoluta, que nos costará
las próximas décadas mientras hoy, sumidos en la desesperanza, los mayores se
mueren y los jóvenes se van.
Como
decía Machado: “Hoy es siempre todavía, toda la vida es ahora.
Y
ahora, ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos.
Porque
ayer no lo hicimos, porque mañana es tarde.
“Ahora”
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