Por Christian Sanz
Cada vez que logra “una de cal”, Alberto Fernández recibe también “una de arena”. Sin solución de continuidad.
El
presidente recibe la invitación de López Obrador y cuando está por llegar a
México estalla el escándalo del vacunatorio VIP.
Luego
consigue reunirse con Jair Mesías Bolsonaro y, cuando está saboreando las
mieles de tal triunfo, Cristina Kirchner
le roba la agenda con su diatriba contra los jueces y los medios, en el
contexto de la audiencia por la causa “dólar futuro” en la Cámara de
Casación.
Finalmente,
cuando consigue dar inicio formal al Consejo Económico y Social, estalla la
represión en Formosa.
Podría decirse
que el jefe de Estado es un hombre de mala suerte.
Incluso
en su visita del sábado pasado a Mendoza, donde, en su breve contacto con la
prensa, fue increpado por lo que ocurre en el feudo de Gildo Insfrán.
Su fastidio
quedó de manifiesto cuando le preguntaron si la culpa de lo que allí ocurría
era de la prensa.
En obvia ironía por los desacertados dichos del secretario de Derechos Humanos, Horacio Pietragalla. Fernández se dio media vuelta y se fue, molesto. Dicho sea de paso, el arribo del presidente a Mendoza dejó sabor a nada.
En
el contexto del célebre Desayuno de la Coviar —el evento más importante en lo
que a vitivinicultura refiere—, brindó un discurso que por momentos carecía de
lógica. Con un intento de trazar una
analogía entre las provincias y la conformación de una banda sinfónica. Nadie
entendió qué quiso decir.
Tampoco
dejó anuncios de relevancia, como se esperaba.
Y
encima debió tolerar que el gobernador de esa provincia, Rodolfo Suarez, le
echara en cara el desigual trato que le endilga a la provincia en lo que a
fondos refiere. Incluso lo aleccionó respecto de la grieta y la necesidad de
trabajar en conjunto.
Como
sea, la mejor síntesis de las palabras de Alberto Fernández la dejó Alfredo
Cornejo: “El presidente dio un discurso vacío de contenido y cayó en lugares
comunes”.
Digresiones aparte, el ex gobernador de Mendoza aprovechó para “regalar” una nueva postal de lo que será la estrategia de construcción de su propio poder político.
En
el marco de la fiesta de la Vendimia, recibió a Cristian Ritondo, Rogelio
Frigerio y Emilio Monzó, los referentes que más saben acerca de hacer
equilibrio entre Juntos por el Cambio y el peronismo.
Los cuatro, a coro, anticiparon cuál será el camino a transitar camino a 2023: hablaron de “la importancia de ser generosos en el armado, en la convocatoria y en la ampliación” que hay que “ir a buscar para tener mayor representatividad tanto en las legislativas de este año como a nivel nacional de cara al 2023”. Más claro, echarle vino. Por lo mendocino, claro.
Las preocupaciones de Alberto
Poco
le importan al presidente las palabras de Cornejo u otros referentes de la
oposición. Su preocupación se centra ahora mismo en lo que ocurre en Formosa,
que podría complicar su gestión en pleno año electoral.
La represión que
se vivió en aquella provincia fue repudiada incluso por referentes del
peronismo/kirchnerismo, dato que impactará, en mayor o menor medida, en las
preferencias electorales de las legislativas de este año.
En
tal contexto, el Gobierno de Fernández tuvo una reacción tardía y errática.
Condenó la
“violencia institucional” en Formosa, pero jamás mencionó la responsabilidad
que le cabe a Insfrán como mandatario de esa provincia.
La nada misma.
En las redes sociales, muchos le recordaron al jefe de Estado que, por mucho menos, tuiteó en contra de presuntas “represiones” en la Ciudad de Buenos Aires, en el pasado.
Pero
no es el único tema que inquieta al presidente: los rumores de salida de
Marcela Losardo del Gobierno lo tienen a mal traer. Sería el tercer ministro
que pierde Fernández, luego de las salidas de María Eugenia Bielsa y Ginés
González García.
Con un
agravante:
Losardo, más que funcionaria, es su amiga personal. Fue su compañera de
facultad y supo ser su socia en el estudio jurídico que tuvo en su momento.
Quien arribaría
en su lugar, dicen, es Martín Soria, hoy diputado rionegrino e integrante del
sector de Cristina Kirchner.
Ergo, otra
victoria para la vicepresidenta.
Una
suerte de alivio luego del mal trago que debió ingerir en el contexto de la ya
mencionada audiencia por la causa denominada “dólar futuro”. Un expediente que
va camino a morir, por la ausencia de elementos que la compliquen.
Sí
se le complicará la existencia en otras investigaciones judiciales, como la
obra pública y los cuadernos de la corrupción. Pero aún falta.
Entretanto, Alberto terminó de cruzar el puente que lo separaba de Cristina.
Lo
refrendó el lunes pasado en la apertura de las sesiones legislativas.
La
radicalización de su discurso fue del agrado de los cristinistas de paladar
negro y decepcionó a los peronistas más moderados, que soñaban con el avance
del “albertismo”.
Allí,
Alberto se despachó contra la Justicia y los medios de comunicación.
Lo
cual mereció varias docenas de análisis por parte de reputados periodistas.
Sin embargo, quien mejor sintetizó el sentido de ser de su diatriba fue diario ABC de España, con un sencillo título: “El presidente argentino quiere controlar la Justicia para evitar que Kirchner entre en prisión”.
Nunca mejor dicho.
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