Por María Zaldívar
Agobiada por la coyuntura, la sociedad argentina va tomando como grave la última noticia mientras se apilan las anteriores, sin resolución ni análisis. Entre las enormes pérdidas que colecciona la Argentina una de las más críticas es la capacidad de considerar el largo plazo.
La casta
política de todos los colores se encargó de borrar del inconsciente colectivo,
incluido el propio, la preocupación por adelantarse a lo que vendrá.
En
la crisis del 2001 el titular de una importante compañía extranjera
reflexionaba sobre la orfandad intelectual que percibía en nuestro país.
Las
universidades no tenían voz y señalaba que no reconocía reductos de pensamiento
que aportaran a la sociedad, abrumada y confundida, una explicación profunda de
los procesos que transitaba.
Veinte
años después, la sociedad argentina padece la misma carencia, más el arrastre
de varias décadas donde ningún contemporáneo hizo una disección severa y
objetiva de los problemas. Así, agobiados de coyuntura, vamos tomando como
grave la última noticia mientras se apilan las anteriores, sin resolución ni
análisis.
Este tic favorece a la casta política, que ya ha obtenido inmunidad de rebaño.
Quienes
pertenecen se volvieron de amianto, van, vienen y vuelven con absoluta
impunidad;
cambian de partido y de cargo sin sonrojarse porque el paraguas de los pares
los protege y porque el “cortoplacismo” del público los vota.
Hoy
la mitad de la sociedad, o tal vez algo más, mira con horror el derrotero de
desastre que despliega el país.
Sin
embargo, no logra articular una respuesta, una salida, un rescate.
Y
esa respuesta tiene que ver con las décadas de vaciamiento cultural que
arrastramos.
Los diarios y la TV chorrean corto plazo.
El último
asesinato tapa el anterior; el escándalo más reciente trepa y copa las primeras
planas; la declaración más desafortunada le gana a otras de similar
inconsistencia; la barbaridad reciente desplaza a otras de igual envergadura.
La
fiebre del “último momento” se ha transformado en una histeria colectiva.
Un
viejo periodista, gran conocedor de la sociedad, solía repetir “que la verdad
no empañe una buena primicia”.
Hemos
caído tan bajo que ser primero es más importante que ser riguroso.
Hoy se puede ver con claridad el tic del corto plazo aplicado a la política en las dos fuerzas que componen el universo de poder.
El kirchnerismo
destroza lo que va encontrando a su paso, sean personas, valores, verdades o
instituciones.
Se
roba vacunas y las reparte entre privilegiados al tiempo que desde el vértice
más alto de la pirámide de poder formal reclama a “jueces y fiscales que
terminen con las payasadas”.
En
el proceso de degradación institucional, lento y constante, primero quedó
arrumbado el principio de la división de poderes, eje del sistema republicano,
y luego se perdieron también la vergüenza de la casta dirigente por avasallarla
y la reprobación general por la impunidad de los dirigentes.
Así
llegamos hoy a escuchar sin espantarnos al presidente de la nación reclamando
gestiones a otro poder del estado.
Es
una evolución en dos instancias: el
momento en que se traspasa el límite entre el bien y el mal y el momento en que
ya no se distingue la diferencia. Claramente, el kirchnerismo llegó ahí.
¿Se
puede pedir o esperar un cambio de su parte?
Nada
parece indicarlo, tal vez más probablemente una profundización de sus formas
porque eso es lo que ha hecho siempre el kirchnerismo: elevar la apuesta. Siendo
realistas, en el horizonte oficialista solo hay más cristinismo.
La radicalización del régimen luce inexorable. A la gravedad de esta circunstancia, se suma una oposición que también rifa el largo plazo en aras del aquí y ahora.
La
interna de Juntos por el Cambio viene escalando de una manera feroz pero no es
en la búsqueda del mejor candidato para batir la inmoralidad y el desorden que
siembra, controla y alienta el oficialismo.
Horacio
Rodríguez Larreta, el peronista cool, moderado y camuflado del PRO, apuesta a
todo o nada por su proyecto presidencial 2023 y en ese trayecto están las
elecciones de medio término.
Y
Rodríguez Larreta aprovecha el tic del corto plazo general mientras esconde sus
cartas.
Habla
de “democracia interna” para imponer su candidato de cara a las legislativas de
octubre sabiendo que quien tiene el control del aparato estatal es imbatible;
si alguien duda de esta premisa, que le pregunte a Gabriela Michetti cómo es
competir con el oficialismo PRO.
Larreta
juega con la figura de su ministro Fernán Quirós, seguro de la imagen positiva
que obtuvo durante la gestión de la cuarentena eterna y calcula que sea
suficiente para batir a su adversaria personal: Patricia Bullrich.
El jefe de Gobierno especula con sacarla de la cancha ahora y así allanar su carrera a la elección presidencial.
Sabe que si ella
aumenta su capital político es su competidora más peligrosa.
Patricia
Bullrich es un dolor de cabeza para él pero también para el Gobierno; para
Rodríguez Larreta, porque es su contracara en cuanto a la forma de pararse
frente al kirchnerismo y para el oficialismo, por su conocimiento del espinel
peronista.
El
corto plazo hace que el electorado elija hoy y no repare en que ese mandato se
ejerce por cuatro años.
En
el corto plazo, Quirós puede ser un candidato amigable para los ciudadanos de
la ciudad de Buenos Aires; sin embargo, se desconocen sus habilidades políticas
y su capacidad o determinación para enfrentar semejante oposición.
Bullrich, escasamente conciliadora con las forma y el fondo K, concita la adhesión de vastos sectores no peronistas y de quienes están hartos de ver a la política recular ante el avance de una verdadera topadora.
El discurso de Bullrich rebasa a Juntos por el Cambio cuando se presenta intolerante e implacable con el delito y cuando no se sonroja dando apoyo político a las fuerzas del orden; es la mano dura que representa a la ciudadanía exhausta de tibieza y eso traspasa las fronteras de Juntos por el Cambio.
No admitir que esta elección de medio término, usualmente menos clave, puede ser el inicio de una definición del futuro cercano es poner en riesgo la única oportunidad de evitar una victoria kirchnerista en dos tiempos.
La
fractura de la oposición o el error de no elegir el candidato más abarcador
ahora puede significar que se consagre una mayoría legislativa kirchnerista.
Hay
que alertar de este inmenso peligro a una población que solo baraja el corto
plazo y que cree que siempre hay tiempo para corregir.
En
2019 era “votemos nuestras preferencias en la PASO y en la primera vuelta,
total en el ballotage, vemos”.
Anticiparse
no siempre da resultados satisfactorios pero es una posibilidad más. La
dispersión de votos favorece a la primera minoría de manera inexorable y una
dirigencia responsable debería evitarlo.
La situación política, sanitaria, social y económica se han vuelto insostenibles y el embate contra la justicia, amenazante y perturbador.
El
partido de gobierno ya ni disimula.
Juntos
por el Cambio tiene la obligación de elegir el candidato que más votos pueda
reunir.
Tras
décadas de prácticas políticas ineficientes e indecentes, estamos lejos de
elegir el mejor pero la gravedad institucional es de tal magnitud que tampoco
nos podemos dar el lujo de especular con proyectos personales.
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