El oficialismo creyó alcanzar los votos para aprobar la reforma del Ministerio Público, pero fracasó;
Juntos
por el Cambio pagó costos por acordar el diferimiento de las elecciones y
facilitar la suba de ganancias a empresas
La
Cámara de Diputados se asemeja a un gran juego de ajedrez: gana quien percibe, con astucia y destreza, el instante de debilidad
del adversario para jaquearlo.
A veces las jugadas apresuradas se pagan caro.
Le
sucedió la semana pasada a Sergio Massa, cuando se ufanó de tener los votos de
diputados aliados para aprobar la reforma de la ley de Ministerio Público:
La realidad le
demostró que pisaba con pies de barro.
Otras
veces, por no poner en riesgo al rey, el jugador se ve obligado a hacer
concesiones: le pasó a Juntos por el Cambio cuando, por acción u omisión, le
ofreció en bandeja al oficialismo la media sanción del proyecto que aumenta el
impuesto a las ganancias a las empresas, pese a que lo rechazaba.
El Frente de Todos y Juntos por el Cambio mueven sus piezas en un clima de enorme desconfianza y recelos mutuos. El oficialismo, en minoría, corre con la ventaja de jugar con el tablero inclinado y contar con los resortes del Estado –y su caja– para cooptar aliados e imponerse sobre su adversario.
La
foto que retrató el jueves pasado al ministro de Justicia, Martín Soria, junto
al diputado mendocino José Ramón, aliado consuetudinario del oficialismo,
envalentonó al kirchnerismo para apurar el dictamen sobre la reforma del
Ministerio Público Fiscal después de varios meses de parálisis.
El
objetivo era llevarlo raudamente al recinto.
“Ya tengo los votos”, se vanagloriaba Massa el fin de semana pasado.
Las
sirenas de alarma tronaron en el comando de Juntos por el Cambio: de inmediato,
los jefes del inter bloque, encabezados por Mario Negri, convocaron a la mesa
nacional de partido y, durante todo el fin de semana, fatigaron sus celulares
para intentar boicotear la avanzada kirchnerista.
Las asociaciones
de fiscales y de magistrados entraron en alerta.
Negri
se comunicó con Roberto Lavagna, mientras Alejandro “Topo” Rodríguez, el hombre
de confianza del exministro de Economía, se encargaba de asegurar que los once
legisladores del Interbloque Federal no se plegaran a los cantos de sirena
oficialistas.
“No basta con que nos aseguren que están en contra del proyecto; esta ley se vota con la cola en la banca: el que da quorum apoya al kirchnerismo”, fue la consigna que lanzó Juntos por el Cambio al inaugurar una furibunda campaña por las redes sociales con foco en aquellos diputados lábiles que podrían sucumbir a las tentaciones oficialistas.
El
esfuerzo surtió efecto: el propio ministro de Justicia debió admitir, el
miércoles pasado, que “va a ser difícil” que el oficialismo pueda conseguir el
quorum para sancionar la ley de Ministerio Público.
El episodio expuso, como pocas veces, la debilidad numérica del Frente de Todos: ni siquiera los diputados aliados más fieles se atrevieron esta vez a acompañar al oficialismo en su aventura de modificar la ley que le facilitaría al kirchnerismo la designación de un procurador afín, además de aumentar el control político sobre los fiscales. Pocas veces un puñado de votos –apenas media docena– le significaron una cuesta tan empinada al oficialismo.
¿Fue una derrota del Frente de Todos?
No
del todo.
Aunque
sabía que no reuniría los votos para aprobar el proyecto en el recinto, dio el
primer paso al imponer el dictamen respectivo en las comisiones de Justicia y
Asuntos Constitucionales.
Cumplido
este paso, la media sanción del Senado quedó lista para aterrizar en el
recinto.
Solo
falta el momento propicio.
Un puñal bajo el
poncho.
En Juntos por el Cambio se temió que el oficialismo desenfundara ese puñal sobre la madrugada de la última sesión. La principal bancada opositora venía de un debate difícil: pocas horas antes le había prestado su voto al oficialismo para posponer las elecciones primarias y generales por un mes, en virtud de la pandemia.
Fue
el precio que pagó para que las primarias no se suspendiesen.
El acuerdo,
pactado entre la cúpula de Juntos por el Cambio y el ministro del Interior,
Eduardo de Pedro, no fue fácil de digerir para los diputados rasos de Juntos
por el Cambio, temerosos de una traición del Gobierno.
Menos
aún para los “halcones” del espacio: dos de ellos, Fernando Iglesias y Álvaro
de Lamadrid, desafiaron a su bloque y votaron en contra.
La
mayoría se tapó su nariz y obedeció.
Ante
el fastidio de su tropa, Negri debió abrir el paraguas y recordar que el
acuerdo fue una decisión unánime de la mesa nacional de Juntos por el Cambio.
“El
que impida votar en la Argentina lo va a pagar muy caro, va a ser imposible que
eso ocurra”,
descerrajó Negri con su mirada puesta en la bancada oficialista.
Aquel acuerdo no fue la única concesión de Juntos por el Cambio.
Habían
transcurrido diez horas de debate cuando los rostros de Massa y Máximo Kirchner
comenzaron a inquietarse. Era ya de madrugada, el quorum había comenzado a
flaquear y el oficialismo se percató de que no contaba con el número suficiente
de votos para aprobar el proyecto que les había encomendado el ministro de
Economía, Martín Guzmán: el que propone subir el impuesto a las ganancias a las
empresas.
Si
Juntos por el Cambio, que había anticipado su rechazo al proyecto, se retiraba
en ese momento del recinto, el oficialismo sufriría, por incauto, la peor de
las derrotas.
Sin embargo, la principal bancada opositora le perdonó la vida y permaneció en sus bancas; el oficialismo pudo así aprobar el impuesto con 124 votos a favor y 108 en contra.
“Nos
dormimos” admitió un encumbrado diputado del bloque.
Otro
legislador ensayó una explicación más sofisticada pero no menos atendible: si
se retiraba del recinto,
Juntos
por el Cambio corría el riesgo de que el oficialismo rápidamente recuperase el
quorum, aprovechase la ausencia del principal bloque opositor y desenfundara
sin más el dictamen sobre el Ministerio Público para aprobarlo en un santiamén.
De
ser cierta esta versión, Juntos por el Cambio sacrificó una pieza del tablero
–el impuesto a las ganancias – para evitar que el oficialismo le cantara jaque
y se llevara el premio mayor.
Los
oficialistas, risueños, no creen en el supuesto altruismo de sus adversarios.
“Se durmieron”, se jactan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario