Alejandro Borensztein
Culpables
para siempre
La llegada de Feletti es una nueva demostración de que en economía la gestualidad política y las expectativas van de la mano.
Basta mirarle la cara para que el dólar
a 185 ya te parezca barato.
Antes que nada, le damos la bienvenida a Roberto Feletti que esta semana se incorporó al dream team que nos gobierna como secretario de Comercio.
Asumió inspiradísimo y al toque
implementó una novedosa y genial idea para frenar la inflación: congelar los
precios por 90 días. Increíble.
¿Cómo nadie lo pensó antes?
Décadas sufriendo el flagelo de la
inflación y tenía que llegar Feletti para iluminar el camino.
No hay duda de que cuando un tipo está
tocado por la varita mágica hace la diferencia.
“Queremos que la gente se pueda tomar un
vino y tenga felices fiestas”, declaró el futuro Nobel de economía y
explicó que el congelamiento será hasta el 7 de enero. ¿Lindo febrero nos
espera, no?
La llegada de este funcionario es una nueva demostración de que en economía la gestualidad política y las expectativas van de la mano.
Basta mirarle la cara a Feletti para que
el dólar a 185 ya te parezca barato.
Bienvenido champ. Suerte.
Dicho esto, vamos a lo importante.
Llama la atención que todavía haya gente
esperando que el “presidente” lo raje a Aníbal Fernández cuando, en realidad,
todos sabemos que eso es casi imposible.
No solo porque nuestro excelentísimo
“presidente” no puede echar ni a un granadero sino porque el despido del
ministro está limitado por una de las 20 verdades kirchneristas (la N°17)
tantas veces citada en esta página:
“Cada vez que el kirchnerismo raja a uno
o a una, siempre será reemplazado por algo peor”.
Y
peor que Aníbal no hay.
O por lo menos no se vislumbra un reemplazante que cumpla con la verdad kirchnerista más infalible.
Por eso Paula Español, esa muchacha que
pretendía bajar la inflación midiendo las góndolas con un centímetro, fue
reemplazada por Roberto Feletti que cumple a la perfección con la verdad N° 17.
La norma nunca falla.
Alguien podría pensar que, en el caso de Aníbal, un buen reemplazo podría ser José López, el de los bolsos y las monjitas, pero lamentablemente el tipo sigue preso.
El
José López que sería ideal es José López Rega pero ya no está disponible, como
tampoco lo está Firmenich que entregó a sus compañeros y se rajó a Cataluña a
hacer la revolución armada con tapeos de jamón de bellota y tintos del Rioja.
El resto de los peorcitos que hay en el mercado no te garantizan que realmente sean peores que Aníbal.
Por ahí un De Vido te podría servir pero
no sé si está para jugar los 90 minutos.
Podría ser Boudou que, a los efectos de
arruinar los últimos dos años de un gobierno andaría muy bien, pero el crack
está inhabilitado para ejercer cargos públicos.
Si Dios quiere, ahora cuando den vuelta
la elección de noviembre, se van a poder llevar puesta la Justicia y
rehabilitar a Amado, pero para convocarlo ya mismo y ponerlo en cancha no te dan
los tiempos.
Por eso el reemplazo de Aníbal es un
dilema de difícil solución, tanto para Cristina como para Máximo que son los
que deben tomar la decisión y comunicársela al ministro del Interior Wado de
Pedro para que éste le pase la comanda al “presidente”.
No debe faltar en el Gobierno quien pretenda sostener a Aníbal hasta las elecciones para adjudicarle la posible derrota y de ese modo meterlo en el Guinness de los Records como responsable de dos catástrofes electorales (2015 y 2021).
Eso sería injusto.
La del 2015 vaya y pase pero la de las
PASO y la eventual derrota del próximo 14 de noviembre (esperemos que no pero
podría ocurrir) tienen solo dos
protagonistas estelares:
Cristina Fernández y Alberto Fernández
con la actuación especial de Máximo Kirchner.
Los demás ayudan pero son actores de
reparto.
Los dos tuits de Aníbal a Nik son mafiosos (sabemos dónde van tus hijas) y antisemitas (mencionó tres veces el colegio judío al que asisten), pero dejan una duda: ¿fue un exabrupto descontrolado o algo fríamente pensado, envalentonado por el sobreseimiento de Cristina en la causa del Memorándum?
Veamos.
Tres jueces de esos que nunca faltan sobreseyeron a Cristina y sus amigos en la causa del Memorándum sin siquiera iniciar el juicio oral.
Pusieron el gancho y, sin darse cuenta,
los condenaron para siempre.
Cristina se perdió la oportunidad de
despejar infinidad de dudas y responder la pregunta clave que nunca contestó
seriamente: ¿Qué corno quisieron hacer con Irán?
En septiembre de 2012, Cristina declaró ante la ONU haber recibido una propuesta de Irán (o sea que tenía razón Pepe Eliaschev cuando denunció negociaciones secretas) aclarando que no avanzaría “sin el acuerdo de todas las fuerzas políticas con representación parlamentaria y las entidades judías involucradas” (textual).
Seis meses después, en febrero de 2013,
ella aceptó la propuesta sin esa aprobación de todas las fuerzas políticas
(solo el kirchnerismo que era mayoría) y sin la de las entidades judías
involucradas.
Años antes, propuestas similares iraníes fueron duramente rechazadas por el ex presidente Kirchner, según reveló públicamente su ex canciller Rafael Bielsa.
¿Qué cambió de Kirchner a Cristina?
¿Y qué cambió entre “no voy a aceptar un
acuerdo sin el apoyo de todos” en septiembre de 2012 a “ahora acepto lo que se
me canta” en febrero de 2013? ¿Qué tiene que ver Chávez en esta historia?
¿Por qué tanto apuro en aprobarlo cuando en Irán ni siquiera lo trataron?
¿Cómo funcionaría la famosa Comisión de
la Verdad constituida por juristas argentinos e iraníes que debían investigar
una causa en la que estaban acusados los mismos iraníes?
¿Cuánto iban a tardar en traducir al
inglés y al farsi una causa con 20 años de expedientes?
¿Qué pasaría en el mientras tanto?
¿Por qué el Memorándum indicaba que el
acuerdo debía informarse a Interpol?
¿Cómo se relaciona eso con las alertas
rojas?
¿Por que Luis D’Elía estaba en la Casa
Rosada negociando no sé qué cosa con no sé quién, según se desprende de las
escuchas publicadas?
¿Qué quiso decir el enviado iraní que
hablaba con D’Elía cuando dijo “el rusito nos cagó”?
¿Quién es el rusito?
¿Qué significa que “los cagó”?
¿Les habían prometido algo y no se
cumplió?
¿Qué les habían prometido?
En su libro “Sinceramente”, Cristina dice que el Memorándum fue un acto de ingenuidad.
¿Ingenuidad
de quién?
¿De
ella?
¿De
la Cancillería?
¿Pensaban
que podían engañar a los iraníes?
¿De
qué estamos hablando?
El “presidente” Alberto Fernández, abogado y docente de la UBA, puso por escrito el 16 de febrero de 2015 en el diario La Nación:
“Cristina sabe que ha mentido y que el
Memorándum solo buscó encubrir a los acusados” y agregó “solo
un necio diría que el encubrimiento presidencial no está probado” (textual).
No fueron frases improvisadas en
televisión sino que lo puso por escrito.
Cuando escribís algo lo pensás bien, lo
revisás, se lo das a leer a alguien de confianza, lo repasás cincuenta veces y
después lo publicás.
Ahora Alberto dice que solo fue crítico
del Memorándum.
No es cierto.
Ser crítico sería decir que el
Memorándum no era la manera de llegar a la verdad o que no servía para avanzar
en la causa.
Pero él no dijo eso.
Él
dijo que fue un encubrimiento presidencial y que Cristina miente.
Eso no es estar en desacuerdo.
Eso es una denuncia grave.
Gravísima.
Ni más ni menos que la misma denuncia
que hizo Nisman.
Por eso también hay que explicar Nisman.
Todo Nisman.
El Memorándum con Irán es el segundo acto de política internacional más vergonzoso de la historia argentina, detrás del delirio de Galtieri en 1982.
El
país merece una explicación.
Cristina y compañía se perdieron la posibilidad de explicarlo y cometieron un error garrafal:
Se
condenaron ellos mismos frente a la historia.
Cristina dijo en 2019 “la historia ya me
juzgó”.
Tiene razón.
Al
perderse la oportunidad de ser absuelta en un juicio ordinario se condenó a sí
misma frente a la historia.
Ahora
son culpables para siempre.
No habrá nada que pueda cambiar esto.
Nunca. Jamás.
Desde ahora y por el resto de los
tiempos, culpables.
Ellos solos se metieron en la celda y
tiraron la llave al mar.
Es en este contexto que debemos leer el tuit de Aníbal.
Por eso va a ser tan difícil conseguirle
reemplazo.
Casi tan difícil como conseguírselo al
genial Feletti
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