Por: Rubén Lasagno
Cuando
este gobierno títere asumió la conducción nacional, lo dijimos sin eufemismos:
Cristina
Fernández sería la encargada de manejar los hilos de su marioneta política, le
impondría los funcionarios de las principales carteras y le dictaría las
políticas a seguir.
Entre
todo ese fárrago de actividades y compromisos, Alberto Fernández tenía una
obligación: recordar que era presidente
por obra y gracias de la viuda y poner la mayor cantidad de su esfuerzo en
doblar la luz que ilumina a la justicia y con el codo, borrar las causas que
atosigan a su vicepresidente y los hijos.
El
“Plan B”, en caso de no lograr los objetivos ordenados o creer Alberto
Fernández que realmente es presidente por derecho propio, era horadar su poder,
desgastar sus bases, quitarle sustentación política y obligarlo a renunciar o
“enfermarse” para que en el término de año y medio o dos años, su vice en
función presidencial logre torcer los parámetros institucionales, destruya la
justicia, el Congreso y exacerbe el populismo berreta en todos los rincones del
país, subvirtiendo el orden social, repartiendo pobreza y planes que le sirvan
para sostener el poder en el 2023 y si eso no ocurra, que quien venga, se
encuentre con un terreno minado, mucho más oscuro que en el 2015.
El “Plan B” se está instrumentando en este momento.
No
hay nada más destituyente, golpista y anticonstitucional que el kirchnerismo/cristinismo
o como se llame esta facción populista del peronismo servil.
CFK
solo tiene dos impedimentos, uno procedimental y otro institucional.
La valla procedimental fue la pérdida de la hegemonía en Diputados en las elecciones de medio tiempo, lo cual le restó poder para hacer lo que quiera y la institucional es el riesgo de asumir con un país destrozado por ellos mismos y que no pueda manejar a su antojo, generando una revuelta social debido al hartazgo que tiene la mayor parte del pueblo, acompañado por el asco que emana de su mala fama y abyecta conducta antisocial y antidemocrática.
Con una oposición dividida, sin convicciones y mucha necesidad por figurar de hombres y mujeres quienes se ven con posibilidades en el 2023, Cristina Fernández torpedea por debajo de la línea de flotación, a la frágil nave cuyo capitán está pensando seriamente en abandonar el barco.
Ella, su hijo,
el cuervo Larroque, Bonaffini, Massa, Berni y tantos más se consideran
distintos y son lo mismo. Pretenden hacer oposición dentro de su propio
gobierno, imponiendo un nuevo engaño a los votantes distraídos.
Son
todos cómplices de un mismo “proyecto”, que se lo vendieron al electorado como
la vuelta mejorada de los mismos y era un salvoconducto para ellos y sus causas
penales.
Nunca fue un
proyecto para una salida real de la crisis.
Pero
nadie o muy pocos lo vieron.
Solo
les bastó con el “Ah! pero Macri”, para sustentar su engaño.
Fue
muy poco lo exigido para retomar el poder en un país sin rumbo y una clase
política (oficialismo y oposición) sin empatía.
Argentina es un barco al garete.
Sus
constructores han huido de la cubierta y desde las lanchas de salvamentos, lo
torpedean para hundirlo.
Arriba,
un capitán inepto, cobarde y decrépito, zozobra junto a una tripulación de
inútiles que no pueden remediar su propio desquicio.
Sobre
el barco, los pasajeros miran absortos como se hunde de proa, se amontonan en
la popa y todavía hay muchos que miran a los constructores que están en la
barcazas, para ver si en el 2023 los pueden salvar construyendo otro barco que
los lleve a alguna parte.
Este es un país
sin destino si la sociedad no tiene un destello de lucidez para hundir a la
lacra política que nos destruyó en los últimos 20 años y apostar por la
justicia, la institucionalidad y la ley.
(Agencia
OPI Santa Cruz)
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