La niña que fue ya no está en ese cuerpo esbelto que sueña con ser jinete y cabalgar por el viento
Pilar Rahola
El calendario de Adviento va marcando el ritmo día a día, trocito a trocito de chocolate.
Es como una lenta escalada en el ascenso a la felicidad, y Ada sube los peldaños uno a uno, deliciosamente expectante, consciente de su reinado absoluto, en estos días del año.
¿Quién, sino las Adas del mundo, podría reinar en Navidad?
Nueve años aún dan para mantener el ritual diario del tió, algo de comida por la noche, la revisión por la mañana, las ilusiones escritas en un fragmento de papel pegado en la nevera, al abrigo de los olvidos y de los errores.
"Este juego de Amazonas, y no el otro", que el otro ya hizo danzar su alegría en otras fechas.
Y el alma mágica del tió apunta los nombres y los datos, preciso como un cirujano, delicado como un poeta.
El día amanece preñado de sueños, las gentes apresuran sus ritmos, todo es acelerado y a la vez denso, como si fuera el último día de alguna cosa, como si fuera lo que es, el día de Navidad.
Observo a Ada en su plenitud.
Su delicadeza me conmueve más allá de mis dudas, y la memoria se convierte en una amalgama de sabores agridulces.
La niña que fue ya no está en ese cuerpo esbelto que sueña con ser jinete avezado y cabalgar por los caminos del viento.
Nueve años son nueve años de triunfo sobre la vida y sus retos, y su felicidad es una conquista.
¿Cómo no recordar su primera vez?
Balbuceaba alguna palabra en el extraño idioma que empezaba a descubrir, y los abrazos y los besos aún eran una sorpresa.
¡Hacía tan poco que había salido de su rinconcito de hospital sin nombre, en un lugar perdido del mapa, allí donde los mapas pierden sentido!
En esos tiempos, Ada era un puntito más en el gran océano de niños sin Navidad, esos que sobreviven en los rincones oscuros del mundo, donde nunca habita la conciencia.
Miles en las calles, en los orfanatos, en los hospitales, en las minas donde destruyen sus pulmones, en las camas donde pierden su infancia, en las noches donde aprenden a defenderse de los golpes.
Solos en un mundo de gentes, invisibles a sus ojos.
La Ada que ya no es, vuelve de vez en cuando, agazapada en mis miedos, y me fustiga las culpas de primer mundo, con la panza llena.
Pero luego huye de prisa, porque el calendario augura regalos y fiesta y familia, y todo es locura para cuidar con detalle nuestro momento de Navidad.
Lo nuestro se parece a la felicidad, especialmente cuando estamos juntos, y nos reconocemos como miembros de una espesa telaraña de vida compartida.
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Ada ya no abre los regalos con el frenesí de la primera vez.
Recuerdo sus bellos ojos asiáticos, contemplando los colores brillantes de los papeles, las muñequitas que iban apareciendo a cada golpe de tió.
¡Era tan frágil!
Y ahora que es fuerte y domina su tiempo y su vida, la vida adquiere un sentido extraordinario.
Puede que la Navidad sólo sea eso, recordar lo mucho que nos amamos.
Boletín Info-RIES nº 1102
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*Ya pueden disponer del último boletín de la **Red Iberoamericana de
Estudio de las Sectas (RIES), Info-RIES**. En este caso les ofrecemos un
monográfico ...
Hace 4 meses
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