"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

sábado, 13 de marzo de 2010

Salvar a la PresidentA


Ilustración: Pablo Temes

¡Ay Néstor! El ex presidente deberá bajar el perfil para darle una oportunidad a su esposa.
Por James Neilson

Son tiempos duros para la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Aunque todos dicen querer que siga en la Casa Rosada hasta diciembre de 2011 y que su gestión sea un triunfo rotundo, la verdad es que le será muy pero muy difícil recuperarse de la derrota demoledora que le asestó una coalición variopinta conformada por chacareros, latifundistas, buena parte de la clase media, políticos opositores, compañeros disidentes y, desde luego, el vicepresidente Julio César Cleto Cobos. No es que le falten consejeros.
Ya antes de que Cobos la traicionara o, si se prefiere, la apartó de un camino que le hubiera conducido hacia un desastre descomunal, políticos altruistas de todos los pelajes le recomendaban alejarse de su marido, limpiar de impresentables a su entorno -o sea, echar a casi todos- y dejar de someter al público a aquellas molestas arengas sectarias a través de la cadena nacional de radio y televisión.

Claro, lo que tienen en mente estos asesores y terapeutas no convocados es reemplazar a la Cristina que conocemos por otra Cristina que sea más amable y menos altanera a la cabeza de un gobierno muy distinto del actual.
Sin embargo, aun cuando se concretara la metamorfosis milagrosa así supuesta, la Presidenta renacida y sus colaboradores tendrían que enfrentar las consecuencias de lo hecho por ella y el ex presidente Néstor Kirchner en sus más de cinco años al mando.

¿Además de reinventarse, sería capaz Cristina bis de frenar la inflación sin tomar medidas que enfurecieran a los escasos simpatizantes que le quedan, solucionar el problema mayúsculo provocado por la transformación del INDEC en una fábrica de fantasías, idear y poner en marcha una política agropecuaria racional, mantener dentro de ciertos límites el gasto público, reconciliarse con los muchos enemigos que se las ha arreglado para crear y así, largamente, por el estilo? Puesto que la respuesta a dicho interrogante no es positiva, incluso si Cristina procurara desempeñar el papel de una Presidenta normal consciente de la necesidad de respetar las reglas republicanas escritas y no escritas, no tardaría en verse en apuros.

Quien mejor entiende la situación en que se encuentra la Presidenta es, cuando no, su marido Néstor.
Dicen que el jueves pasado reaccionó frente al “no”, vacilante pero así y todo contundente, de Cobos, exhortándola a renunciar ya que no veía ninguna salida del laberinto en que se había metido.
Luego de pensarlo, los dos optaron por una estrategia menos drástica, sin duda por reconocer que una eventual operación clamor destinada a reinstalarla pronto sería con toda probabilidad tan penosa como fueron aquellas manifestaciones oficialistas con las que intentó arrodillar al campo y que a pesar del estado poco promisorio de las diversas agrupaciones opositoras no habría ninguna garantía de que su mujer o él mismo ganaran en el caso de que se celebraran elecciones anticipadas. Y como si esto no fuera suficiente como para disuadirlos, no pueden sino entender que una vez privados del poder y, lo que es peor, caídos en desgracia, serían blancos de una multitud de demandas judiciales por, entre muchas otras cosas, el presunto enriquecimiento ilícito, la ruta y destino todavía misteriosos de los fondos de Santa Cruz, el desbaratamiento del INDEC, sus vínculos personales con la boliburguesía venezolana y detalles no muy claros relacionados con ciertas obras públicas.

Cristina no tiene todo en contra.
Si bien su índice de aprobación es menos de la mitad del ostentado por su homólogo norteamericano George W. Bush, sólo una minoría muy pequeña quisiera que el país se precipitara en lo que sería una crisis política tremenda de desenlace incierto.

Es tan fuerte la voluntad generalizada de defender la estabilidad institucional que incluso sus adversarios más acérrimos estarán dispuestos a soportar muchos disgustos antes de llegar a la conclusión de que dadas las circunstancias sería mejor que se fuera. Pero su paciencia no es ilimitada.
Si Cristina y su marido tratan de recuperar el terreno que han perdido asumiendo una postura aún más agresiva y atribuyendo a sus críticos motivos golpistas, racistas y clasistas, tarde o temprano se armaría una alternativa, acaso un gobierno de unidad nacional, que sea lo bastante convincente como para plantearles el riesgo de verse ante un juicio político.

Pues bien: ¿qué tendría que hacer Cristina para relanzar, como dicen, una gestión que hasta ahora ha sido un fracaso apenas verosímil?

Por cierto, será necesario mucho más que la sustitución como jefe de Gabinete del claramente exhausto Alberto Fernández por Sergio Massa, otro nómada ideológico y amigo de la familia reinante, para oxigenar un gobierno sumamente confuso en que conviven a duras penas funcionarios elegidos por su idoneidad con individuos tan polémicos como el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, santacruceños bajo sospecha como Julio De Vido y, acompañándolos, personajes sin cargos formales como Luis D’Elia y, huelga decirlo, el ex presidente todopoderoso Néstor Kirchner.

Aunque éstos son los máximos responsables del desprestigio del Gobierno, Cristina no puede expulsarlos del redil sin dar la impresión de ceder ante la oposición, lo que según su marido marcaría el comienzo del fin.
Por la misma razón, tampoco podrá llamarlos a silencio.
A lo sumo, puede esperar que ellos comprendan que su mera proximidad está socavando su presidencia y que por lo tanto les convendría alejarse lo más posible de la Casa Rosada y Olivos.

Además de refaccionar un gobierno destartalado, Cristina se verá obligada a establecer una relación nueva con el Poder Legislativo.
No le será grato resignarse a que a raíz del conflicto con el campo y el voto sorprendente de Cobos, ha dejado de ser un sello de goma.
Está acostumbrada desde hace casi veinte años a que el jefe mande tal y como le gusta, tratando a sus partidarios como subordinados debidamente obsecuentes, pero en adelante le será forzoso negociar con los parlamentarios de los achicados bloques K como si fueran casi iguales y dedicarse a persuadir a neutrales y opositores de las bondades de los proyectos que les envíe. Si bien es poco probable que los rebeldes legislativos se hayan dejado influir por sus lecturas de pensadores como Locke y Montesquieu que echaron las bases conceptuales de la democracia moderna, todos saben muy bien que a la larga les es mejor contar con la simpatía de los votantes que con la aprobación de una Presidenta y un ex presidente quisquillosos que están tan habituados a ser obedecidos que toman cualquier manifestación de disidencia por un crimen de lesa majestad.

¿Se reconciliará Cristina con “el traidor” Cobos?
En opinión de muchos, su relación con el vice convertido en héroe de la democracia republicana será decisiva, pero aunque la parte pensante de Cristina comprendiera que le convendría perdonarlo por haber antepuesto sus principios a su lealtad hacia su superior jerárquico, la parte emotiva podría vetar cualquier intento de acercarse a él.
Mal que le pese, pues, en los próximos meses y, si la fortuna les sonríe, años, sabrá que si da un paso en falso podría desatarse una operación clamor no a favor de ella sino de un hombre que ya le ha informado de manera inequívoca que no comparte sus ideas, desprecia su versión del estilo que patentó su marido y, para colmo, es perfectamente capaz de enfrentarse públicamente con el resto del Gobierno.

Como sucedió cuando Carlos “Chacho” Álvarez abandonó a su suerte al presidente Fernando de la Rúa por motivos presuntamente éticos, una proporción muy grande de la ciudadanía ha aplaudido el gesto de Cobos, felicitándolo por haber tenido el coraje preciso para actuar conforme con sus convicciones.
Una vez más, se habla de bocanadas de aire fresco y se ha difundido la esperanza de que su ejemplo haga escuela para que por fin la clase política nacional se ponga a la altura de sus graves responsabilidades.

Pero andando el tiempo se supo que el Chacho había ayudado a desencadenar una crisis política, económica y social fenomenal al debilitar todavía más un gobierno extenuado y eliminar un obstáculo importante en el camino de quienes soñaban con desplazarlo mediante un golpe civil.

¿Se repetirá esta triste historia?

Ya antes de estallar el conflicto con los productores rurales era evidente que a menos que el Gobierno modificara pronto el rumbo el país terminaría chocando contra la realidad, pero parecería que de resultas de la derrota que experimentó en el Senado, y por el temor a ser juzgada débil, Cristina se hará aún más populista de lo que era hasta entonces, aunque sólo fuera porque no puede darse el lujo de enojar a sindicalistas combativos y necesita conservar el apoyo de la clientela de sus aliados piqueteros en los barrios más pobres del conurbano bonaerense.

En tal caso, sería de prever que la inflación siga cobrando más ímpetu, centenares de miles más caigan por debajo de la línea de pobreza, se intensifique la huída de dinero a lugares menos riesgosos y se asusten los pocos inversores interesados en las oportunidades locales, asegurando así que el destino del “modelo productivo” sea tan espectacular como el de tantos otros que se han probado a partir de los años cuarenta del siglo pasado.

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