Editorial II
Ni el chino Liu Xiaobo ni el cubano Guillermo Fariñas pudieron asistir a la entrega de sus respectivos premios
La entrega del premio Nobel de la Paz de este año, así como la del Premio Sajarov a la Libertad de Conciencia, tuvieron un mismo denominador común: las sillas de los galardonados quedaron vacías. Tanto China, en el caso de Liu Xiaobo, como Cuba, en el de Guillermo Fariñas, impidieron que pudieran presentarse, violando explícitamente uno de los derechos humanos protegidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que es el de poder entrar y salir libremente de su país.
Podría argumentarse que la detención carcelaria de 11 años impuesta a Liu Xiaobo era un impedimento insalvable para su posibilidad de viajar a Oslo. Pero no es necesariamente así. Su condena a prisión tiene que ver con un delito que no es tal, el de disentir, a lo que se suma el pecado de haber simpatizado con los mártires de la masacre de Tiananmen, en 1989.
Ni su esposa, que desde octubre está bajo arresto domiciliario por la sola razón de llevar su apellido, pudo concurrir.
Por eso, por quinta vez en la historia del Premio Nobel de la Paz, la silla del beneficiario quedó vacía.
Un verdadero papelón para China, cuya dirigencia reaccionó tan represiva e infantilmente que terminó magnificando el episodio cuando intentaba minimizarlo.
No solo presionó a los países con representación diplomática en Oslo para que no concurrieran a la ceremonia (sólo algunos eligieron no hacerlo), sino que instituyó un premio paralelo, denominado Confucio, que fue adjudicado en su primera entrega a un ignoto político de Taiwan que ni siquiera fue a recogerlo.
El caso de Guillermo Fariñas es más cruel e injustificado.
Está ahora en libertad, después de un largo cautiverio, al que puso fin con una huelga de hambre de más de cuatro meses que tuvo en vilo al mundo entero. Pero no pudo viajar a Europa.
Frente a la silla vacía, cubierta por la bandera cubana, se pudo oír sin embargo un mensaje grabado por Fariñas, escuchado por los parlamentarios europeos presentes en la ceremonia con los ojos humedecidos, en un silencio profundo en señal de respeto.
En ese mensaje, Fariñas denunció lo que muchos silencian, incluso aquí en nuestro país: que el pueblo cubano está esclavizado por Fidel Castro, al que calificó abiertamente de "neostalinista"
Por eso insistió en que es necesario liberar a todos los presos políticos cubanos; suspender el uso constante de palizas y amenazas en la isla; permitir que existan partidos políticos opositores; aceptar la vigencia de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y que los cubanos que forman la inmensa diáspora cubana puedan participar de la democratización de la isla.
Es la quinta vez que la silla del galardonado con el Premio Sajarov queda vacía en Estrasburgo. En dos oportunidades anteriores, Cuba impidió a sus ciudadanos asistir: cuando se le otorgó a Oswaldo Payá Sardiñas y cuando le fue concedido a las Damas de Blanco, las esposas y madres de los presos cubanos que siguen detenidos por el presunto delito de opinar distinto que las autoridades.
Las sillas vacías son, extrañamente, un silencioso canto a la libertad y así deben ser reconocidas.
Llegará un día en que este fenómeno repudiable de impedir el disenso y la libertad de salir y entrar al propio país deje de ser una estremecedora realidad, tanto en China como en Cuba.
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