La mendicidad oficialmente reconocida, hipócritamente imprescindible, no es aquella dramáticamente inexcusable a la que nos estamos acostumbrando, esa que diariamente nos contacta como parte del paisaje cotidiano que otrora sólo imaginábamos en lugares lejanos, solicitándonos ese algo que podamos ofrecer.
Los mendigos oficialmente creados son parte del espectáculo montado, nos guste o no, instaurado, del modelo del “toma y daca”, el “do ut des” latino:
"No te fíes en dar si no recibes la contra prestación inmediata..."
En este sistema de producción, distribución y consumo “mendigo”, en el que la atención a la moral se ve desplazada por la eficacia de la acción, clasificada como “buena” según la utilidad efectiva contra prestada, la pobreza injustamente malentendida conserva una supuesta, pero siempre invisible, estabilidad que el silencio cómplice adultera y esconde porque facilita la idea de control y poder.
Bajo el influjo de una comunicación que presiona y ofende la opinión común, que no cede lugares, aunque sean muchos los espacios vacíos, que no admite al inoportuno que no acompaña, andamos por un campo minado que induce la falsa creencia de la supremacía de la política sobre la sociedad, como si ambas pudieran escindirse.
Indudablemente esta “acción política" linda lo sectario, con el mismo juego del “toma y daca”, para mostrarse fuente ilusoria de esperanza, no compartir, atacar los opuestos y discriminar, imponer sin explicar, homogeneizar, silenciar y por no permitir reflexionar, culturalmente anacrónica y débil, por no tener el coraje del compromiso y menos aún de la palabra.
Y si sus interlocutores pudieran parecer mayoría, las mayorías son relativas en un único juego dependiente del poder que aumenta pretensiones, disminuye otras expectativas, enmienda conductas, intenta modificar pensamientos y adecua opiniones.
Urgen subsidios éticos y espirituales desde manos emergentes del descontento moral, concesiones sociológicas cuyos beneficios, sólo podrán obtenerse cuando educación y compromiso se ubiquen por delante de favoritismos, chances clientelistas partidarias y administraciones con inmoralidad generalizada que inspiran a los particulares del poder (y a muchos de aquellos que no lo son, según se mire) a desvalorizar la participación y capacidad de la sociedad, fuera de la adversa política sin sentido social que implica el “toma y daca”.
¿Quiénes heredarán esta parte de la historia?
¿Los ilusionados que fueron sometidos al comportamiento necesariamente adecuado, exigido y esperado, los descontentos que fueron marginados, los engañados, los inspirados en la misma incapacidad o quienes aún esperamos que la política se encarne dignamente en nuestra sociedad?
Mara Martinoli
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