Edurne Uriarte / ABC.es
Hace tiempo que me di por vencida en el debate sobre la presencia de terroristas en los medios de comunicación.
La gran mayoría de medios y periodistas priman lo que consideran el valor de la información. Sean palabras de un terrorista o de un delincuente de cualquier otro tipo las que constituyan dicha información. Como las de Otegi en The Wall Street Journal y en tantos otros medios antes que en este.
En la práctica, y por muy bienintencionados que sean los medios en cuestión, ocurre que la invitación a un terrorista al salón de sus páginas produce casi siempre el mismo efecto que la invitación a una institución democrática.
Que los legitiman.
Que los humanizan.
Que los dotan de respetabilidad.
Este ha sido el problema de todas las negociaciones con ETA y lo vuelve a ser en esta que parece será la última negociación.
Que la sociedad, léase medios de comunicación y tantas otras instancias, convierte a los terroristas en interlocutores políticos que exponen posiciones y exigen respuestas y medidas como si de cualquier movimiento social o grupo de presión democrático se trataran.
Desaparecidos los asesinados y perseguidos en un pequeño y cuasi imperceptible apartado de «víctimas» que se gestiona entre el terrorista y su interlocutor como un trámite cualquiera más de la negociación.
Los medios extranjeros, con su tradicional ignorancia sobre la cuestión, lo empeoran, claro está, lo del «Grupo vasco» que titula WSJ, pero se trata de un problema generalizado.
Y empieza y se desarrolla sobre todo entre nosotros, en España.
Con el renovado interés y espacio que ofrecemos a los terroristas para que nos anuncien su magnánima renuncia a la violencia.
Y si es necesario, hasta condenarán la violencia, que decía Joseba Egibar sobre Batasuna en El Correo.
Fíjese usted si son personas generosas y de buena voluntad.
Sólo nos falta darles las gracias...
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