Por Justo J. Watson (*)
Desde hace más de siete años, el peronismo gobernante promueve con éxito la desunión económica y el enfrentamiento civil, agitando todos los fantasmas de revanchismo que hasta ahora pudo hallar, en pos de su estrategia del divide y reinarás.
Lograron así dos Argentinas enfrentadas en una sorda pulseada principista.
No se trata, como podría suponerse, de la conservadora contra la socialista ni de la “blanca y rica” versus la “negra y pobre”.
Tampoco la de los “derechos humanos” de izquierda enfrentando a los “represores” de derecha y ni siquiera de la empresaria “explotando” a la proletaria.
No.
Hoy día esas son divisiones “caza bobos” manipuladas por los intelectuales del resentimiento ladrón, para consumo del idiota útil promedio.
Siguiendo al pensador español Alberto Marigil, diremos en cambio que una es la Argentina que nos chupa la sangre y vive del cuento del Estado, la que nos parasita y saquea nuestra capacidad de trabajo.
La otra, es la que produce honradamente y sufre el desmesurado intervencionismo subsidiador, tanto como el elevadísimo costo económico frenante de las burocracias estatales.
No importa la cultura, la capacidad económica, el lugar de residencia ni el color de piel.
Lo que importa (y lo que tenemos el deber moral de combatir) es que de un lado se alinean los argentinos que perpetran este latrocinio (1), y del otro están sus víctimas.
En este contexto de ojos abiertos, de arrancarse la capucha para mirarles la cara a los secuestradores, la democracia tal y como aquí se la entiende, es un engaño.
Un fraude por el que esos mismos intelectuales del resentimiento ladrón nos inducen a creernos libres, eligiendo un tirano cada 4 años.
Tratando de hacernos olvidar que la democracia es hija de la libertad y que eso nunca funciona al revés.
Porque de lo que se trata es de elegir un/a patrón/a esclavista que no respete la propiedad y el trabajo privados ni la obvia, justa y conveniente apropiación particular de sus resultados.
Desde luego y en ecuación directamente proporcional, a menos respeto menos inversiones e innovación, lo que se traduce en menos crecimiento económico y menos demanda de empleo, que conduce a menos poder adquisitivo general, menos crédito, menos propietarios y menos nuevos pequeños empresarios.
Por desgracia no se trata un rapto excepcional de locura suicida sino que es una fórmula de aplicación diaria, rastreable en cada declaración de principios, discurso y plataforma electoral, en casi todo el espectro político argentino.
Esta falta de respeto al derecho-humano-base de propiedad privada constituye un sinsentido violento y regresivo pero aceptado por una ciudadanía adormecida en las penurias cotidianas, que cumple la horrible función de poner cerrojo a un sistema donde esa misma ciudadanía será montada, domada y uncida al arado del populista de turno, donde deberá yugar a punta de látigo hasta agotar su último suspiro muriendo por fin sobre el propio surco, no sin antes entregar a sus hijos como reemplazo.
Así es como viene sucediendo en nuestro país, donde esta agresión estatal crónica bloquea el acceso de los más pobres a la propiedad.
A poder construir un futuro seguro para sus niños, crear riqueza original y progresar en serio saliendo de okupas para convertirse en compradores solventes.
Condenando a los menos instruidos a ser eternos mendigos y votantes esclavos de su propia desgracia ignorante.
El piquetero violento que blande su palo, colérico por haberse convertido en changarín mal remunerado en negro, debería sacudir el palo sobre su propia nuca porque nadie más que él, su padre, su abuelo, su mujer, su madre y su abuela son los culpables (por mal voto anti-propiedad) de su dramática situación.
La Argentina del trabajo es la de nuestro maravilloso complejo agro-industrial, la del comercio y los servicios innovadores, la de la industria no subsidiada, la de los inversores de riesgo; en suma, la que estudia, compite y avanza a pie firme teniendo al mundo entero por mercado.
La otra Argentina, la que nos parasita y que saquea nuestra capacidad de trabajo es, en cambio, la representación más pura de lo que el paleo populista Arturo Jauretche llamaría cipayos vendepatria.
Estos constituyen una masa heterogénea de “ciudadanos” (más bien habitantes) que abarca desde políticos deseosos de vivir (¡y enriquecerse!) de la política hasta gente empobrecida por su mal-voto que desea (¡cómo no!) ser compensada a expensas de lo ajeno y mucha otra que ha perdido el hábito del esfuerzo por la capacitación y el trabajo honrado.
Tienen un común denominador: su rendición a pulsiones representativas de lo más negativo y primitivo de la naturaleza humana, como son el odio, la envidia, el egoísmo, la deshonestidad intelectual, la pereza y el resentimiento.
Su lema es: “para qué querés tener razón y trabajo real si podés comprar mayorías”
Gente a la que el arrodillamiento de nuestro país y su decadencia en todos los rankings la tiene sin cuidado.
Gente a la que no conmueve la muerte de niños aborígenes en el Chaco ni la aparición de neo-favelas como hongos por toda nuestra república.
Su subsidio, corrector de sus malas elecciones es lo primero.
Se trata de gente que apoya a la kakistocracia (2) gobernante aunque vean desangrarse a la Argentina productiva bajo sus zarpas.
La Constitución los denomina infames traidores a la patria y en lo que va de su reinado, como es lógico, se constató un aumento de la dependencia, la violencia y la marginalidad.
Los gobiernos tienen el deber de velar en lo posible por la prosperidad de sus ciudadanos, por la libertad de su prensa y por su seguridad.
También saben que la economía de mercado, la democracia y el estado de derecho son las herramientas al servicio de esos objetivos..
El capitalismo liberal, que asigna prioridad a los resultados por sobre las intenciones, que es favorable a la globalización de la economía empresarialmente competitiva con sus enormes oportunidades, es el camino más directo.
Nunca la confiscación de la propiedad ajena a través de altos impuestos y redistribución forzosa porque no hay bastantes ricos como para saciar a todos los empobrecidos y porque atentando contra la ganancia y la reinversión del capital, se atenta proporcionalmente y a plazo fijo contra el bienestar de las mayorías.
¡Debemos pasar de la ideología a la economía!
La Argentina ladrona recurre al patrioterismo y a la incitación al odio de clase, para atender sus propios intereses en un verdadero enfrentamiento psicológico con la Argentina honrada.
Señores: démosle la espalda de una vez este “capitalismo de amigos” menemista-kirchnerista que sólo beneficia al entorno de los déspotas, más dotados ellos mismos para el saqueo que para la atracción de las inversiones que necesitamos con desesperación.
(1) Robo, fraude, atropello y corrupción.
(2) Del griego, kakistoi, los peores.
(*) Crónica y Análisis publica el presente artículo de Justo J. Watson por gentileza de su autor.
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