"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

miércoles, 16 de marzo de 2011

JAPON: Cuando un pueblo no renuncia a su identidad

Carmen del Campo

Fuente: El Manifiesto.com

Y la tierra tembló otra vez, como ya lo había hecho tantas y tantas veces antes, porque es bien sabido que Japón descansa sobre el lomo de una ballena, y cuando ésta se agita, la tierra tiembla, se resquebraja y grita.
Pero esta vez fue diferente, este Once de Marzo de 2011, convertido ya en fecha maldita para Japón, y que macabramente nos recuerda uno de los episodios más negros de nuestra historia hispana, la ballena no se agitó.

 Esta vez se revolvió rabiosa, desencadenó toda su furia contenida, rugió con un grito atronador desde su morada a 21 km bajo el mar, a 200 km de la costa de Sendai, provocando el terremoto mas grande de la historia japonesa, uno de los más grandes de la historia universal, un monstruoso temblor de tierra que alcanzó la magnitud de 8,8, posteriormente corregida al alza hasta la casi impensable cota de 9, en una escala, la de Richter, que tiene su máximo en 10.

Y el terremoto trajo el tsunami.
Y el tsunami, la devastación:
Poblaciones enteras sepultadas bajo las aguas y los escombros, barcos, coches y trenes engullidos por la furia de la ola, de las olas; miles de personas muertas o desaparecidas, daños materiales incalculables y centrales nucleares amenazando con añadir a la tragedia un episodio aun mas horrible, el accidente nuclear, en el único país del mundo que ha sufrido los efectos de la bomba atómica sobre su población.

Las imágenes que hemos visto no se borrarán fácilmente de nuestra retina.
Los barcos girando en remolinos como una brizna de hierba en un torrente tumultuoso, los aviones militares desplazados de sus hangares, los incendios, los kilómetros de arrozales cubiertos por el lodo, la destrucción, la furia desatada de los elementos, la catástrofe…

Pero tampoco olvidaremos otras imágenes, el otro y asombroso lado de la realidad:
. No olvidaremos las colas ordenadas frente al Family Mart de un pequeño pueblo de Sendai, esperando a recoger las pocas provisiones disponibles
. Ni los testimonios en Twitter de los japoneses que nos cuentan cómo en el centro de Tokio
. Los viandantes se transformaron en guardias de la circulación para ordenar el trafico cuando los semáforos dejaron de funcionar
. Cómo los conductores se cedían unos a otros el paso en los cruces sin abandonarse a la histeria
. Cómo miles de perfectos desconocidos se organizaron en cuestión de horas para dar cobijo a los cientos de miles de personas que vagaban por una megalópolis fantasma, sin trenes, sin metro, sin teléfono…

Y es que los japoneses son de otra pasta.
Para bien y para mal, son diferentes.
De todos los países en los que he vivido y trabajado, Japón ha sido, sin ninguna duda, el que más me ha marcado, del que más he aprendido, en el que más he disfrutado, y en el que más me he irritado.
Porque Japón, donde la paradoja nos asalta en cada esquina, es un país que tiene la capacidad de exasperarme y admirarme casi en la misma medida…

Su paciencia es prácticamente ilimitada, como su aceptación del sufrimiento, y eso, para una gaijin, una pobre occidental, como yo, es a la vez exasperante y admirable.

No era un Family Mart, era un am.pm, un convini en Shinjuku, en el corazón financiero de Tokyo, uno de esos mini supermercados (si, mini-super: seguimos con las paradojas) abiertos 24 horas, en los que igual te compras un café, que pagas la factura de la luz, sacas entradas para el fútbol o envías un fax.

Ese día yo no me había preparado el bento en casa, esa cajita de plástico, con varios compartimentos en la que los japoneses llevan su almuerzo para comer en la oficina, frecuentemente frente a la pantalla del ordenador, para no perder tiempo.

Así que antes de subir al despacho, me pasé por el convini para comprar mi bento ya preparado.
Elegí un plato de pasta congelado –debía de tener el día italiano–, y cuando fui a pagarlo, la cajera me lo cogió de las manos, creía yo para escanear la etiqueta del precio, pero no, en realidad lo que quería era calentarlo.
Yo le dije que no hacia falta, dado que eran las 8 de la mañana y que yo pretendía darme el festín alrededor de medio día…
La cajera me miraba y asentía, expresando que entendía lo que yo le decía, pero sin soltar el bento y sin cejar en su empeño de meterlo al microondas.
Le expliqué que también teníamos microondas en la oficina, y que yo me ocuparía de calentarlo cuando fuese a comerlo, pero, continuando con la misma mirada de quien sabe lo que se hace, me explicaba que tenía que ser ella quién lo calentase para asegurarse de que se hacia de la manera adecuada.

Le pedí que me explicase como hacerlo, y le aseguré que estaba convencida de ser capaz de repetir el proceso siguiendo sus instrucciones sin desviarme un milímetro.
Llegué a ofrecerle la posibilidad de llevármelo congelado, meterlo en el congelador de la oficina y bajar a las 12 para que me lo calentara ella, comiéndome así el delicioso plato reciente para apreciar todo su sabor.
Que no.
Que o me lo llevaba caliente o no salía del local con los dichosos espaguetis boloñesa.
Así que me los llevé calientes, ellos ganan siempre; y sin inmutarse.

A las 8 y media de la mañana (porque la discusión duró bastante, ella era paciente, y yo testaruda) subí a la oficina con un plato de pasta humeante, que dejé enfriar sobre el mostrador del office antes de meterlo en la nevera para calentarlo a medio día en nuestro microondas.
Si me hubiesen tomado la tensión en el momento de salir del convini, me hubieran hospitalizado de urgencia, pero estoy segura de que la presión sanguínea de la cajera permaneció inalterada…

Todos los gaijines en Japón tenemos cientos de anécdotas de este estilo, que nos llevan en no pocas ocasiones a la exasperación y a mofarnos de los japoneses y su rigidez absoluta a la hora de seguir los procedimientos establecidos, cuando vemos a los empleados de la empresa ferroviaria que señalan con el dedo todas las puertas del tren que controlan, antes de dar el visto bueno al maquinista para que parta, cuando la cajera del convini te calienta los espaguetis o cuando amablemente te explican que no pueden quitarle el hielo al coffee ice latte que has pedido, porque el precio que tienen establecido incluye el hielo, y si te lo quitan, te estarían timando.
¡Pero en qué cabeza cabe pedir un coffee ice latte sin hielo!
Cosas de los gaijines…

Pero resulta que se produce un terremoto sin precedentes.
Los gaijines, tan listos cuando se trata de los espaguetis congelados y del coffee ice latte sin hielo, huyen despavoridos, no saben qué hacer y son presa del pánico.

Y los japoneses les agarran del brazo, y les dicen que hay que meterse bajo las mesas, caminar por el centro de las calles, no pegarse a las paredes, que hay que ir deprisa sin correr, que hay que ponerse las mascarillas, porque los incendios provocaran nubes de gases y cenizas, que hay que protegerse los pies al salir de casa, porque habrá multitud de cristales rotos, que hay que abrir las puertas de escape al primer síntoma, porque si el terremoto es fuerte, éstas podrían bloquearse impidiéndonos la salida o la entrada de los equipos de rescate.

Porque se saben el procedimiento. 
Porque lo han ensayado millones de veces, porque son conscientes del peligro, y de que su única arma es la preparación.
Los extranjeros registrados en las Embajadas recibimos siempre un folletito con todas estas explicaciones, pero la mayoría de las veces lo tiramos tras leerlo.
O antes.

Ellos no.
Ellos lo ensayan, lo memorizan, lo repiten hasta la saciedad, como las consignas matinales en los puestos de trabajo, que les recuerdan su misión en la empresa, el tratamiento debido a los clientes, y su compromiso para con el grupo.
Todos los días.

Después de una catástrofe sin precedentes, hemos visto un pueblo ordenado, que sabe lo que tiene que hacer, que puede reaccionar frente al pánico, que es capaz de tragarse la histeria para ayudar a los otros, a los desconocidos, que en ese momento dejan de serlo para transformarse en miembros del grupo.

Hay dos dicotomías que explican perfectamente este comportamiento.
No es casual, es cultural, es aprendido desde la más tierna infancia, está en su raíz histórico-religiosa confuciana, budista y sintoísta.
Son sus principios, la fuerza de su espíritu.

Es el honne to tatemae, la contradicción entre los sentimientos privados y su expresión pública y el uchi to soto, el dentro y fuera, los que pertenecen a mi grupo y los que están fuera de él.

Para los japoneses, la discreción es una virtud capital.
Destacar sobre los otros, es de mal gusto.
“El clavo que sobresale, debe ser igualado con un golpe de martillo”, dice el proverbio.

Se sienten bien dentro de un grupo, en el que todos son iguales sin intentar sobresalir o ser mejor que el de al lado.
Sin molestarle, sin agobiarle con los problemas privados.
Guardar los sentimientos personales sin demostrarlos al exterior es un principio básico que tienden a romper con más frecuencia frente a los extranjeros que entre ellos mismos, en el soto, pero no en el uchi.

Los conceptos de uchi y soto son aplicables a multitud de aspectos de la vida:
. "Uchi es la familia frente a las personas que la rodean, la empresa frente a los clientes o las otras empresas, la pareja frente a los amigos, los amigos frente al resto de japoneses, los japoneses frente a los extranjeros…
Pero pueden ser modelables según las situaciones:
"El viernes 11 de marzo, gaijines y nipones se fundieron en un uchi tenaz frente al soto del jishin, del terremoto, del tsunami, de la adversidad"

Por todas partes en las grandes ciudades, los edificios de oficinas y los grandes almacenes, colgaban carteles para acoger a los desconocidos que no podían llegar a sus casas:
. Los desconocidos, que vienen del soto son acogidos en el uchi de la empresa, porque de golpe, los 160 millones de japoneses y los extranjeros con los que conviven, se han convertido en uno solo: grande, fuerte, preparado, tenaz, con la capacidad de esfuerzo y sacrificio necesarias para hacer lo que ya hicieron una vez: renacer de sus cenizas, aprender de la historia y volver a admirar al mundo con su capacidad de supervivencia y de superación.

Japón sobrevivió a la II Guerra Mundial y se alió con su enemigo, aquél que le lanzó las dos únicas bombas atómicas que ha conocido la humanidad, y salió adelante utilizando las virtudes que le honran:
"la humildad, la tenacidad y el espíritu de superación"

Volverá a hacerlo, y más rápido, porque no hay ningún pueblo como el japonés para aprender de la historia, para superarse y para triunfar, sin hacer ruido, sin molestar a nadie, con discreción.

Y si algunos nos exasperamos, ya se nos pasará.

GAMBATTE NIHON!

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