Desde la muerte de Néstor Kirchner para acá, tanto el gobierno como sus aliados se dedican a autoproclamarse ganadores de una “batalla cultural” con el único objetivo de posicionarse en situación de vencedores para las próximas rondas electorales.
La abstracción que representa esta “batalla” ganada que no pasa de lo semiótico y aun ahí cada vez menos, sin embargo, es lo que les permite tanto a los intelectuales de centro izquierda como a la nueva camada de chigago boys oficialistas andar festejando a cuenta la renovación de sus contratos por otros 4 años más y casi sin segundas vueltas.
Semejante “batalla” se da en diferentes frentes, pero sin duda el eje más requerido en tiempo de ofertas electorales es el frente intelectual y mediático porque es desde allí desde donde surgen las profecías que consolidan “el modelo” y desde donde se exprimen las conciencias de los electores que se fascinan por el color de los espejos.
La división del trabajo en el kirchnerismo se cumple a rajatablas, mientras los intelectuales aportan las ideas para el gran público y las revisten de lenguaje más o menos impenetrable; los nuevos chicago boy nac&pop, se hacen cargo de la caja.
El frente intelectual kirchnerista goza de una sólida base económica compartiendo los fondos del ANSeS y del Pami con la General Motors, la Mercedes, Arcor o los fondos fiduciarios para la adquisición de plasmas.
La distribución de la riqueza sobre el ahorro de los jubilados no parece incomodar a nadie entre estas camarillas, excepto claro cuando los viejos van por lo suyo y reclaman el 82 por ciento móvil.
Las fuentes de financiación del kirchnerismo provienen de un solo sector social.
Mientras las grandes fortunas se incrementan al doble en el último año; los recortes salariales a los trabajadores en blanco por la vía directa del impuesto al salario, la inflación, la recaudación impositiva (IVA) y el congelamiento de las asignaciones familiares -que sirven para financiar el subsidio universal a la pobreza- se mantienen y agrandan la brecha.
El fenómeno de la precarización laboral con un 50% de trabajadores en negro hace al enorme crecimiento de la plusvalía y las tasas de ganancias de los capitalistas.
La creciente desocupación entre los jóvenes permite que el trabajo en negro y “cooperativizado”, con salarios que cubren apenas un tercio de la canasta familiar, goce de muy buena salud.
Tanto industriales, como algunos ruralistas desencantados con los enlaces y que ya no se sientan en las mesas destituyentes, ven en las políticas laborales y económicas del cristinismo una garantía de continuidad para la extracción de ganancias, con lo cual se han pronunciado fervientemente a favor de la reelección.
La conformación de las listas electorales no hacen más que expresar esta continuidad en el este estado de cosas.
En tanto, la doble represión a los docentes de Santa Cruz (primero con patotas de la UOCRA y de La Cámpora en la provincia y más tarde con policías federales, gases y chorros de agua helada frente al Ministerio de Trabajo), sumada a la detención de trabajadores petroleros en la provincia por el “delito de coerción”, al realizar un piquete que bloqueó las plantas de refinamiento en el pueblo de Las Heras, aparece como un mensaje directo dirigido a los mercados, de que el gobierno popular está dispuesto a defender “la libertad de transitar” a cualquier costo en un próximo mandato.
Se acusa a Filmus y Tomada de haber tomado el discurso represivo del actual jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, pero la resolución que la presidenta le ha dado a la conformación de las listas en capital son la otra parte de este mensaje “cultural” al que apuesta el kirchnerismo y que ya debutó en las represiones al Francés, al casino, en Kraf-terrabusi y en el Indoamericano.
El primer candidato a jefe porteño por el kirchnerismo, es un ex noventista inquieto por privatizar la educación pública a cualquier costo; el segundo, un garante de que el pacto con la burocracia sindical pedracista (columna vertical del gobierno) sigue incólume.
Puede que el dedo presidencial haya provocado un pequeño batifondo por la elección de candidatos en las listas de legisladores; escarceos menores para los que está acostumbrado a dirimir el peronismo, todos ponderan, desde la centroizquierda hasta la derecha practica que sin Cristina no existen.
En realidad, no se puede negar que el cristinismo no hizo más que simplificar y clarificar lo que lo rodea y con la cual esta desposado.
Una importante mayoría de los candidatos a legisladores responden a los dos sectores protagónicos en la realidad política actual:
"La nueva fuerza de los Boudou y Bossio, encargados del saqueo a la caja de jubilaciones y a la negociación de las deudas con los inversores internacionales y La Cámpora que garantiza una fidelidad familiar en las resoluciones del ejecutivo"
Por otro lado el gobierno federal se encargó de los laderos para el sciolismo por si se repite lo del ´74.
O si la lealtad, de la que el doméstico Scioli tanto se jacta, empieza a derrumbarse.
Los organismos derecho humanistas cooptados por el oficialismo podrían haber sido también de esta misma partida enlistadora presidencial, si la metida de mano en la lata de los fondos de la fundación “Sueños Compartidos” que unen Schoklender-Bonafini con los Kirchner-De Vido y gobernadores varios, no hubieran salido a luz y empañado de esta manera su capacidad para el rejunte electoral entre todo un sector de electores encandilados por el progresismo mediático.
De todas maneras la batalla cultural-electoral del kirchnerismo dentro de los medios de difusión manejados por oficialistas y paraoficialistas va logrando cooptar a un conjunto de estelares que pasaron del relato reivindicativo de un ascetismo profesional, que los mantenía disimulados ante la opinión pública como pensadores independientes, a ponerse la camiseta oficial y defender, sin sonrojarse, al régimen político y al partido de gobierno.
Son buenos tiempos, y de resultados críticos, aquellos en que la burguesía y las camarillas de seguidores sacan a relucir los trapos sin disimulo bajo el argumento de “jugarse”.
Todos los recursos intelectuales anteriores, los llamamientos a las teorías horizontales, a la multiplicidad causal en las respuestas, al desprestigio de los grandes relatos y al ensalzamiento de la autonomía por encima del personalismo, cayeron momentáneamente en una especie de recipiente que se tapa con recibos por viáticos, propaganda oficial y empleos calefaccionados.
Es preferible así.
Porque el “pueblo profundo” que sólo recibe algunas migajas predigeridas de lo que es cardinal en todo este debate, mira con curiosidad y desconfianza a todo este grupo de recientes conversos que se declaran ahora enamorados de la política -aun en su versión más verticalista- por ser un genuino producto nacional y popular.
La moda kirchnerista, defendida por los que viven del intelecto, está en proclamar que el proyecto nacional encarna una lucha contra el poder, es decir, para esta rara avis neuronal el poder no está en el poder político mismo, sino en dos diarios y en un canal de televisión.
Un argumento excesivamente sesudo y difícil de demostrar.
Por otro lado se sostiene, culturalmente claro, que el kirchnerismo reinventó la política siendo la superación autocrítica del (los) peronismo y que esto llenó de jóvenes sus filas.
Estamos de frente a una verdadera síntesis pragmática -susurran los del intelecto-, síntesis que surge de la antítesis entre lo viejo y lo nuevo, de aquello que hay de derecha y lo que quedó de izquierda en el movimiento; por fin, síntesis en el sentido histórico entre los valores representados por el más puro significante y lo intricado del significado peronismo.
La reinvención, ahora justificada intelectualmente, de este neoperonismo (en su vuelta como página K) supo abrazar con fuerza las causas populares –dicen- y, con un simple “proceda” -que para los progresistas es la más magnífica trascripción de la fuerza del significante cuando se subleva en toda su dimensión- no lo dicen, supo también archivarlas en un museo de la memoria, para terminar cooptando a los representantes de esas causas.
Y eso que la batalla cultural, hasta ahí estaba apenas comenzada, sorprendiendo por sus resultados a propios y extraños.
Con el simbolismo, el kirchnerismo logra encuadrar, al mínimo precio de un retrato guardado entre los trastos, a un conjunto de organizaciones que abandona sus experiencias de reclamos callejeros para refugiarse dentro del Estado.
La extrapolación de la experiencia callejera a funcionario del Estado, se denomina madurez del movimiento popular y se vuelve una constante de las organizaciones populares generando el sentimiento y la ilusión de que el poder maligno de un capitalismo oligárquico en crisis está en otro lado.
“Lo popular” se vuele el catalizador que da energía y apego a este frente entre organizaciones que arrancaron su prestigio a fuerza de lucha y el gobierno que asume sin otro objetivo que la reconstrucción del Estado en términos tradicionalmente burgueses.
Pero si la fuerza del simbolismo atrae al progresista, es el arreglo salarial lo que termina por consolidar su ideología.
Es a esto a lo que se denomina cooptación, concepto que lentamente se va haciendo carne entre los que miran desahuciados una nueva experiencia de frustración.
Los columnistas del intelecto pujan por desacreditar el concepto como parte de una nueva fase de la batalla cultural.
La “cooptación no existe” gritan y escriben, ya que la integración al aparato del Estado, lejos de ser corporativa, estaría justificada como potenciador de la lucha contra el supuesto “poder” que se hace manifiesto en la cultura de la derecha y de sus funcionales.
Según la particular visión del kirchnerismo todos somos de derecha hasta que no demostremos lo contrario, es decir, que seamos kirchneristas.
En realidad, el concepto cooptación aun no está lo suficiente instalado entre el pueblo, lo cual no ameritaría semejante gritería sobre que la “cooptación no existe”, el problema de los intelectuales es que de última termine asimilándose a “borocotización”. Cooptación, es combatido preventivamente aun ante su falta de popularidad, estimando que el significante deja demasiadas vías abiertas al significado.
Los intelectuales kirchneristas no tiene consideración por las polémicas, no los detienen las minucias de las consignas de máxima o de mínimas todo aparece amalgamado como la lucha contra el oscuro poder que intenta erosionar al cristinismo (en duelo).
Da lo mismo entonces, aceptar la represión a los docentes y los Qom, la detención de activistas petroleros en Santa Cruz, los abrazos con los patoteros de Pedraza, la militarización del sur de la ciudad de Buenos Aires.
Todo se justifica, todo se acomoda, todo vale mientras persista el reclamo de que las “corpos” oligopólicas den aire al canal “PakaPaka”.
Batalla cultural contra hegemónica destinada a que los niños mamen nacionalismo populista desde su ingreso a la racionalidad.
Tristes son los esfuerzos teóricos que desde Página12, Tiempo Argentino o los Morales del grupo Prisa, se hacen para argumentar sobre la funcionalidad derechista de la oposición de izquierda, cuando deben obviar sus sesudos análisis la hora en que los populares se sostienen culturalmente sobre la base de balas, gases, chorros de agua helada y militarización.
Pero quizá lo más bizarro de esta batalla intelectual la encontremos en la justificación de la regimentación política de movimientos juveniles y derechos humanos.
Algunos intelectuales del tipo de Feinmann, Horacio González o Gardinelli, dan una visión interesada sobre este proceso de cooptación estatal.
Suponen que la irrupción del kirchnerismo en la política abrió la puerta a una politización masiva de los jóvenes y que semejante explosión de entusiasmo se debe sumar a las fuerzas del Estado.
El razonamiento es simple.
Dado que el gobierno se encarga de inspirar políticamente a los jóvenes argentinos, es el Estado el que está en condiciones de regimentar esa inspiración.
Es la misma argumentación, que actúa como justificación ideológica de la cooptación.
La Cámpora, o la Juventud Sindical moyano-kirchnerista serían de esta manera una creación legítima del gobierno, que genera organizaciones juveniles para la defensa del régimen, y hasta podría tratarse de un derecho del Estado el crear anticuerpos en contra de las tendencias destituyentes.
La defensa de este derecho corporativo estatal fue siempre la excusa perfecta para el armado de falanges.
Lo peor es que ni siquiera tienen en cuenta que los planteos oficialistas actúan como verdaderos degradadores de la conciencia y la voluntad de la juventud que se suma a la política.
Cuando la Juventud Sindical peronista, aliada a Pedraza, dispara impunemente contra Mariano Ferreyra al grito de los “vamos a bajar zurdos de mierda” o cuando La Cámpora envía a sus militantes a constituirse en patotas para expulsar a los Qom de un acampe en la 9 de julio o cuando se los utiliza como rompehuelgas en Santa Cruz y como grupo de choque en contra de un sindicato ¿qué ven de positivo en el ingreso de estos jóvenes a la política los intelectuales del régimen?
La regimentación de la juventud por parte del estado capitalista no hace más que mostrar sus efectos degradadores sobre la conciencia de los jóvenes...
Porque un estado que se funda en la opresión y en la explotación no puede ser modelo de otra cosa que no sea una conciencia moralmente degradada.
Pero lo fundamental de toda la argumentación cultural no está en su análisis lógico formal de estas plumas rentadas por el régimen.
Estos intelectuales tienen la disposición a justificar la regimentación y la cooptación desde el gobierno sin importarles que medie una política clientelar que agrupe a un conjunto de jóvenes y organizaciones populares manejados por direcciones oportunistas y suficientemente adobadas con fondos públicos.
Lo fundamental está en los pliegues que su lenguaje no muestra, en esos bolsillos profundos de la semiótica que solo juntan monedas y pelusas de cosas viejas.
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