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sábado, 9 de julio de 2011

¿Para qué sirve Judas?

Una inquietante biografía sobre el "gran traidor" de la cultura occidental revela que su figura sigue vigente en los relatos del poder.

Por Silvio Santamarina *
Fuente: Revista NOTICIAS

Schoklender e iscariote.
Los textos bíblicos y sus exégetas pintan a Judas como un cajero perverso, parricida e incestuoso.

Es el gran enigma de la fe cristiana.
Y, más allá de las creencias religiosas, Judas sirve como ícono maldito de la cultura occidental desde hace dos milenios.

Precisamente en torno a los usos del mítico entregador de Jesús, el historiador francés Régis Burnet ha escrito un libro inquietante, “El Evangelio de la traición" 
Una biografía de Judas”, que acaba de aparecer en las librerías argentinas.
Más que redactar un prontuario del personaje histórico Judas Iscariote, el autor se mete de lleno en la gran pregunta que envuelve al gran traidor universal: ¿Cómo pudo el hijo de Dios –Jesús– dejarse engañar por uno de sus discípulos? 
O mejor dicho, ¿por qué un traidor como Judas integraba la elite de los seguidores del mesías?
Si Dios, y su delegado en la Tierra, sabían de qué era capaz Judas, entonces su elección como uno de los apóstoles responde a un plan divino en el que la entrega de Jesús a sus verdugos debía quedar a cargo de un ser muy especial, tan enigmático como la naturaleza filosófica del Mal.

La erudita investigación de Burnet revela que el nombre de Judas ha funcionado como un significante vacío que, desde los remotos autores de los textos evangélicos pasando por los teólogos medievales, los teóricos marxistas y los propagandistas nazis, hasta los novelistas modernos y los filósofos posmodernos, puede ser llenado casi con cualquier atributo, según la necesidad de cada uno: así, la figura del traidor puede ser el ejemplo más abyecto de la corrupción política, pero también el actor clave de todo proceso revolucionario.
Judas, según el prisma de cada biógrafo, puede ser doble agente, espía, comisario ideológico, recaudador avaro o perverso vengador, resentido por su íntimo trauma psicológico.

En el Evangelio según San Juan, por ejemplo, Judas es el cajero del grupo apostólico, oficio que aparece frecuentemente en los relatos sobre Judas a lo largo de los siglos.
También se habla, en varias versiones de la vida del traidor por excelencia, de un Judas con historial parricida, atormentado por episodios incestuosos con su madre.
Se denuncia a un Judas obsesionado con el dinero que se gasta alrededor de su jefe, y que por codicia se deja sobornar a cambio de entregar a Jesús con un beso delator.

Codicioso o pervertido, su apellido Iscariote ha sido interpretado como traducción de “sicario” o, entre otras lecturas etimológicas, simplemente como extranjero, es decir, el sapo de otro pozo que, por alguna razón insólita, resulta ungido como hombre de confianza favorito de un líder a quien, fatalmente, terminará traicionando.
Obvio. Escandaloso. Inaudito.
Por esos atributos, Judas ha pasado a la historia encarnando una metáfora que, más que aclarar sentidos, los oscurece.

Aquí y ahora, en la Argentina que no termina de digerir el llamado “caso Schoklender”, los ecos de la multiforme historia de Judas resuenan como una maldición.
Nunca se sabrá por qué un hombre con la sangre derramada de sus padres tiñendo su memoria fue adoptado como hijo dilecto por una madre entregada a luchar en memoria de la sangre derramada de sus hijos.
Justamente, diría Freud: el inconsciente es así.
Nunca se sabrá por qué se mantuvo como tesorero plenipotenciario a un hombre que desde hace años estaba señalado por la prensa como un cajero sospechoso, acusación admitida en silencio resignadamente cómplice por infinidad de militantes de derechos humanos.
Precisamente, diría Maquiavelo: la política es así.

¿Será así el peronismo?
No por casualidad, su fiesta clave es “el Día de la Lealtad”, un mantra que, de tan repetido, ya suena a capicúa, a viceversa.
¿O acaso no es la traición el gran relato K?

El tema del traidor está presente desde la llegada misma del matrimonio a la Casa Rosada, antes de que naciera el kirchnerismo, y brilló en cada refundación del Gobierno.
Duhalde se sintió traicionado por su delfín, que rompió con él por miedo a ser entregado a las fauces del PJ.
Lousteau fue expulsado como traidor, por ser extranjero.
Cobos fue tentado para que traicione a su partido, y luego fue el traidor “no positivo”.
Redrado, tesorero infiel. Moyano, aliado a temer (y a neutralizar). Clarín, exaliado a eliminar.
Scioli, sometido por traidor latente.
Lanata, Caparrós y Sarlo: traidores a la causa progre seisieteochesca.
¿Y Graciela Ocaña?
¿Y Alberto Fernández?

Todos fueron mimados por el poder K, que en algún momento necesitó sacrificarlos.
El caso más reciente es Boudou, a quien la Presidenta elogió –y eligió– por… converso.

¿Lo alcanzará también la maldición de Judas?

*EDITOR ejecutivo de NOTICIAS.

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