El primero, entonces, cree transmitir mucho más que palabras para que el segundo asimile, pero sin tener muy clara la idea del límite que fija conciente o subconscientemente ese otro que recepta, que frena y corta el mensaje cuando las palabras tan solo son unión de fonemas, sonidos y disonancias.
Entonces se insiste en buscar otras combinaciones, insistencia que, en efecto rebote, disipa la atención y diluye el mensaje que pierde su condición interactuando sólo con otros productores de combinaciones de sílabas no escuchadas.
Los mensajes auténticos contienen momentos de verdad y la posibilidad de satisfacer la realidad de los receptores.
Un emisor responsable sabrá leer para prometer (o debería saber), para lo cual es necesario, por lo menos, comprender al otro que espera el retorno en una cadena de transmisiones generadas por emisores con auténtica vocación de servicio, es decir desde recursos humanos dispuestos a emitir soluciones a las demandas sociales.
Es probable que los receptores, siempre y antes fuentes invalorables de emisión de esa realidad, perciban que no son destinatarios cuando el mensaje se emite tan solo en beneficio del emisor.
Y si no fueran lo suficientemente claros, es decir no socializaran la transmisión, es porque omiten que en todo mensaje, por lo menos, se requiere de dos y que la fuerza del receptor hace al mensaje.
Mara Martinoli
apgargentina.blogspot.com
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