"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

jueves, 11 de agosto de 2011

La Argentina y la crisis internacional


Editorial

El mantenimiento del modelo K nos expone a sufrir más duramente las consecuencias del derrumbe financiero
     
El mundo desarrollado ha transitado desde la crisis financiera desatada a mediados de 2008 hacia una nueva etapa crítica que encuentra su clímax con la recalificación de la deuda soberana de los Estados Unidos.

Durante los meses de convulsión de 2008-2009, el meollo del problema estaba en el alto endeudamiento privado contraído con hipotecas de baja calidad. Ello había llevado a la insolvencia, como un efecto dominó, a gran parte del sistema financiero mundial. Los gobiernos y los bancos centrales concurrieron en ayuda utilizando recursos fiscales y reservas en montos casi desproporcionados con sus posibilidades. Se privilegió la neutralización de los efectos recesivos por sobre la consideración del riesgo moral o de la penalización de quienes no había calibrado debidamente el daño que podían ocasionar a los ahorristas. Los gobiernos, y en última instancia los contribuyentes, debieron pagar los platos rotos. Esto parecía terminar con la crisis ya en el segundo semestre de 2009, en momentos en que comenzaron a observarse signos de reactivación. Sin embargo, emergía una segunda etapa de la crisis.

Ya en las épocas del crédito barato y abundante y antes del salvataje, los gobiernos habían comenzado a expandir sus gastos más allá de lo prudente. George W. Bush, que había heredado una situación de superávit fiscal, venía aplicando una política de reducción de impuestos en tanto tenía que enfrentar un crecimiento de los gastos en salud y se había embarcado en onerosas operaciones de guerra en Afganistán e Irak. Los aportes al salvataje de bancos, financieras y algunas empresas catapultaron el déficit fiscal y la deuda pública a niveles inéditos. La trabajosa discusión de Barack Obama con los legisladores de la oposición para que el Congreso autorice un incremento del tope de deuda puso en los medios la evidencia de la falta de previsión. La baja de la calificación parece así una irremediable consecuencia de una situación que ahora las calificadoras no quieren dejar de advertir para no volver a mostrar la negligencia de su actuación superficial y tardía en 2008.

La crisis fiscal se hizo también evidente y casi patética en gran parte de los países europeos. Grecia, Portugal, Irlanda, España e Italia exponen altas cifras de déficit fiscal y deudas gubernamentales. El Banco Central Europeo ha debido canalizar fondos de ayuda para evitar el default y proteger la continuidad de la unión monetaria. Los países solventes, en particular Alemania, han tenido que explicar a sus contribuyentes el porqué de estas ayudas o la razón de tener que poner en riesgo la estabilidad del euro. Mientras tanto y cada vez que sucede algún episodio preocupante en alguno de esos países centrales, el resto del mundo sufre el coletazo que se extiende como una onda a sus recintos bursátiles y a los mercados internacionales de materias primas.

La Argentina, a pesar de su aislamiento financiero, no está exenta de las consecuencias de esta crisis. Sin embargo, el grado en que pueda ser afectada dependerá de la profundidad de la crisis internacional y de las políticas que se apliquen localmente. Es claro que un fuerte proceso recesivo mundial nos afectará con una caída de nuestras ventas, producto de la contracción del comercio mundial.

Pero también podría obtener ciertas ventajas económicas. Debe recordarse que en el marco dramático de la Segunda Guerra Mundial, nuestro país aumentó sus reservas y creció económicamente. Esta nueva crisis probablemente reducirá las oportunidades de inversión en los países centrales. Tanto por la previsible recesión en Europa y los Estados Unidos, como por el mantenimiento de muy bajas tasas de interés, los ahorristas y las empresas continuarán mirando oportunidades en las economías emergentes.

La Argentina podrá desperdiciar esta oportunidad como lo ha hecho en la última década, o bien podrá corregir los graves agravios institucionales y hacerse elegible para inversiones directas y financieras. Para ello deberán restablecerse las relaciones financieras con el mundo aceptando sus reglas y acordando con el Club de Paris para salir del default residual. Deberá acabarse con el falseamiento fraudulento de estadísticas, con la manipulación judicial y con la corrupción desembozada. Deberá revertirse el actual déficit fiscal para asegurar control monetario y solvencia de mediano y largo plazo. Exponer la inflación más alta del mundo no es un buen argumento para convocar inversiones.

Es probable que en un contexto de crisis internacional no se vean tan afectados los precios de las materias primas alimenticias. Allí estará la Argentina si no persiste en políticas como las que han perjudicado la producción de carne, trigo o leche, por dar algunos ejemplos. La insistencia en utilizar el dólar como ancla antiinflacionaria pero sin atacar sus causas, está produciendo un creciente retraso cambiario que nos puede excluir de los mercados de exportación en los que tenemos ventajas.

El mantenimiento del denominado modelo K nos expone a sufrir las consecuencias de la crisis internacional cuando podríamos eludirlas y hasta aprovecharlas. La proximidad de las elecciones generales permite abrigar la esperanza de que haya cambios en las políticas, cualquiera sea el resultado

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