"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

viernes, 18 de noviembre de 2011

Tiempo de guerra

El rincón del distraído por José Andrés Rojo

Marguerite Yourcenar (1903-1987) escribió en 1938 en Sorrento El tiro de gracia, que Alfaguara publicó con traducción de Emma Calatayud en 1985.
Quizá ya ni siquiera se encuentre en las librerías.
Es una novela breve, se desarrolla en Curlandia –ahí arriba, en el norte, en la zona oeste de Letonia– y se basa en una historia real.
Trata de la guerra y cuenta lo que les ocurre a tres amigos cuando se implican en la lucha antibolchevique, poco después de la revolución rusa.
Marguerite Yourcenar le da la palabra al protagonista de la historia, Eric von Lohmond, un hombre descreído y escéptico que lleva tiempo dedicado a apuntarse a distintas batallas y a pelear por causas que le resultan indiferentes.
"Era la época apropiada para morder el anzuelo sentimental de una doctrina de derechas o de izquierdas, pero yo jamás pude tragarme aquella miseria de palabras", cuenta en un momento determinado, y confiesa también que su condición de aventurero a menudo lo ha llevado a experimentar "una especie de incapacidad para comprometerse a fondo con el odio".
"No he consentido arriesgarme sino por causas en las que no creía", afirma.

Caen las bombas, la artillería responde, algún batallón aguanta en un rincón remoto, sus enemigos avanzan hacia allí con el afán de doblegar su resistencia.
Es una escena de guerra más, que fácilmente se puede proyectar con el telón de fondo de Libia, por hablar de un conflicto reciente, o puede pintarse en la antigua Yugoslavia e incluso en cualquier minúsculo confín de España, en esos años cada vez más lejanos de su guerra civil.
Se producen los combates y al mismo tiempo surgen los discursos para justificar las posiciones de los contendientes.
Blanco y negro: es el lenguaje de la propaganda y también, ahora, la fórmula más rápida para trasladar cualquier mensaje a unas sociedades infantilizadas que ya solo saben de buenos y malos.
¿De qué lado habría que haber estado entonces, en la Europa en la que acababa de terminar la I Guerra Mundial?
¿Con el batallón de Eric von Lohmond, que se enfrentaba al avance bolchevique en Curlandia y Estonia, o del lado de los rojos, que acababan de terminar con los privilegios de los zares y perseguían una sociedad más justa masacrando sin contemplaciones a sus enemigos?
Marguerite Yourcenar le da la palabra a ese combatiente crepuscular para que vaya relatando lo que pasó, y es entonces cuando se observa cómo las razones ideológicas por las que se termina en uno u otro lado a veces tienen un peso irrelevante al lado de otras fuerzas, mucho más poderosas, que operan en el corazón humano.

Eric creció con Conrad y Sophie, dos hermanos con los que pasó su adolescencia en una mansión que la familia de estos poseía en  Kratovicé.
"Yo he conocido la dicha", observa cuando se refiere a aquellos años.
Luego tuvo que irse a Alemania, era prusiano, para alistarse en el ejército, pero llegó cuando la guerra había terminado.
Su madre le dio permiso, entonces, para que se incorporara al cuerpo de voluntarios del general barón von Wirtz, que se disponía a ayudar a los blancos que combatían en Curlandia contra el Ejército Rojo.
La tropa que mandaba Eric tuvo que refugiarse en Kratovicé, y lo hizo en aquella inmensa casona en la que había sido feliz. Volvió a encontrarse con sus viejos amigos.
La destrucción estaba ya ahí.
Las desgarraduras y la fragilidad, el horror de la guerra.
Sophie se enamoró locamente de él.

Eric von Lohmond empieza a contar su historia en España.
Se ha incorporado, como una aventura más, a luchar del lado de los franquistas contra la República y lo han herido en el frente de Zaragoza.
Mientras espera el tren, recuerda aquella otra guerra en un país báltico, donde murió  Conrad y donde su relación con Sophie terminó de manera trágica.
La prosa de Yourcenar tiene el estilo grandioso con que se cuentan las mayores derrotas y esa belleza que transforma un remoto lugar en un paisaje próximo.

Un paisaje que es próximo porque es el de cualquier hombre, lleno de zonas oscuras y pantanosas, y donde "parece olerse la desgracia" y se sienten cercanas la muerte y la locura.

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