"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Damnificados para siempre


Lucy Gómez
Analítica.com

De nuestros pobres  hay que ocuparse cuando no llueve, cuando no pasa nada, porque lo que ocurre es que son  aflicción por temporadas.
Y merecen  que  se les preste atención para que no haya más víctimas.
Hay que acabar con los damnificados acabando con  la marginalidad.
¿Será pedir demasiado?
Si hay algo  que logren las lluvias es confirmar  un hecho de la estigmatización social contemporánea.
Ser damnificado  es el sótano de ser pobre.
Hoy, cuando hay más de dos mil desalojados por lluvias  en Caracas, con tendencia a  que la cifra suba, se oyen  las repetitivas declaraciones desesperadas de quiénes optan entre que se les caiga encima la casa o que se los lleven a un refugio, donde desde hace más de treinta años, la historia es la misma.
Los dejan  en un hueco vital, sin esperanza de tener otra casa y  cierran la puerta.
Así, hay damnificados que llevan el nombre de cada  desastre que ha ocurrido en este país. Para poner un solo caso, los damnificados de la tragedia de Vargas,  de principios de este gobierno que fueron trasladados al interior y que se  fueron devolviendo poco a poco,  casi todos al litoral.
En este momento, el problema de la escasez de vivienda, que atañe a toda la población, vuelve más aguda la situación de las familias sin techo por catástrofe. 
Exigen casa, pero el gobierno ha hecho todo lo posible  por acabar con la posibilidad de tener viviendas  construidas en el país por la industria privada. 
¿Acaso no hemos oído desde hace meses sobre la escasez de cabilla, de cemento, de materiales  para la construcción en general?
Entonces, la esperanza está puesta en las  importaciones, en los acuerdos con otros países, que supuestamente enviarán miles de casas a Venezuela, desde los bielorrusos a los argentinos, pasando por los brasileños y los uruguayos.

Esa es otra historia de dolor.
Construidas para otros climas, prácticamente sin garantías, hemos visto pasar casas de plástico, viviendas de madera, de bloques y hemos visto también como se alargan
eternamente  los contactos con compañías de todo el mundo (y venezolanas también) que ofrecen “kits” para la autoconstrucción y las negociaciones duran años.
No les pagan a las empresas, no les dicen nada, retardan los kits en la aduana. Un desastre.
Si les toca  a las víctimas, quedarse en edificios expropiados como el Sambil de La Candelaria, por ejemplo, las constantes manifestaciones, protestas y  colas  para pedir la mudanza, dan idea de lo terrible que es vivir  sin privacidad, sometidos a régimen militar y a la buena de dios en cuanto a seguridad, lo que pareciera un contrasentido.
Los militares vigilan las horas en que se levanta y se acuesta la gente, pero no los pasillos oscuros.

En fin, ser damnificado es una lacra, pero no hay remedio. 
Estamos llenos de barrios enteros construidos sobre cauces de ríos, en  cerros con pendientes de casi noventa grados,  en edificios hechos con malas bases, como Nueva Tacagua, aunque fueron construidos por el Estado.
Y también hay un profundo desprecio por el ser humano en la mayoría de los funcionarios públicos.
Por los pobres que dicen defender.
En realidad, al pobre se le requiere para que vote, pero se le trata como un esclavo antiguo, si llega a caer en las manos de un gobernante socialista.
Chantajeado, mandado a callar,  considerado como un paria que lo que quiere es comida y caña.
Basta ver solamente las grandes colas para  dar alimento, los malos tratos cuando se trasladan y también las burlas y la desconfianza.
Para una cosa sí sirven: para la propaganda.
De allí que hasta el Presidente se haya fotografiado con ellos dentro de Miraflores, para hacer ver  que los considera y los quiere mucho.
Pero una vez que se apagan las luces,  hay que ver  el rechazo que suscitan en el resto de la población.
Me imagino porque es mostrarnos la parte peor de nosotros: la desgracia de ser un paria.
Para la clase media  son “esa pobre gente”, pero  nadie quiere  ayudarlos, ni tender una mano, sino de lejitos.
No hay planes tampoco para  atenderlos.
Dice Defensa Civil que ha adiestrado  miles de efectivos, pero de que sirven,  si  los barrios siguen siendo prácticamente de papel.
Todavía me acuerdo de  la caída  de Gramoven.
Un barrio caraqueño del oeste, que se partió poco a poco y cuyos habitantes tenían cronometrado los diez minutos que necesitaban para salir corriendo cuando empezara a  abrirse el piso y a cuartearse las paredes.

De nuestros pobres  hay que ocuparse cuando no llueve, cuando no pasa nada, porque lo que ocurre es que son  aflicción por temporadas.
Y merecen  que  se les preste atención para que no haya más víctimas.
Hay que acabar con los damnificados acabando con  la marginalidad.

¿Será pedir demasiado?
nuevatoledo@gmail.com

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