Los países del Este seguirán lucrándose con la venta de sus
derechos de emisión de gases contaminantes, obtenidos tras desmantelarse la
industria soviética. La Unión Europea no fue capaz de alcanzar una postura
común
JAVIER SALAS MADRID / Press Europ
La sede de la Cumbre del Clima, Durban (Suráfrica), ha
vivido numerosas manifestaciones que reclamaban a los gobiernos medidas audaces
para salvar el planeta. afp
La mayoría de los análisis señalan a EEUU y China como los
ogros de Durban, los países egoístas que acudieron a Suráfrica pensando
únicamente en su propio ombligo.
Mientras tanto, otras naciones mucho menos
influyentes trataban de mantener vivo el Protocolo de Kioto con el pretexto de
mejorar la situación del planeta pero con la aviesa intención de seguir sacando
tajada, como en los últimos años, de este peculiar y complejo acuerdo para
combatir el cambio climático. Son los países del Este de Europa, los antiguos
miembros de la URSS y sus satélites, que siguen lucrándose al poner en el
mercado sus derechos de emisiones de gases de efecto invernadero para que otros
países, como España, puedan alcanzar sus objetivos de reducción de estas
emisiones. Y salvo que la Unión Europea le ponga remedio en los próximos meses,
habrán conseguido su objetivo.
Para conseguir que en 1997 un país como Rusia, de los
mayores contaminantes del globo, rubricara el texto de Kioto, se añadió un
punto que sirviera de zanahoria, una contrapartida jugosa que le hiciera ver
con buenos ojos el resto de compromisos: la posibilidad de vender a terceros
países sus excedentes de derechos de emisión.
El protocolo fijaba para cada
país unos límites de gases nocivos que podrían liberar a la atmósfera y, si
rebajaba sus exigencias, podía mercadear con esos remanentes.
La clave es que
Kioto usó de referencia las emisiones del año 1990, cuando la industria
soviética, altamente contaminante, ensuciaba los cielos del planeta a todo
trapo.
Durante esa década, todo ese poderío industrial murió o limitó su
capacidad de dañar la atmósfera con escasos cambios, provocando una falsa caída
de sus emisiones.
De ahí que hoy un país como Letonia pueda jactarse de haber
reducido sus emisiones de CO2 en un 478%, un excedente que le supone
importantes ingresos en el mercado de bonos de carbono. En los puestos
siguientes del listado de los países que más han recortado la liberación de ese
gas se encuentran Estonia (73%), Lituania (71%), Rusia (66%), Finlandia,
Bielorrusia, Rumanía (64% cada uno) y Ucrania (60%). España ha comprado
toneladas de CO2 a varios de estos países en diversas ocasiones para tratar de
cumplir con sus acuerdos de reducción de emisiones comprometidos para Kioto, el
tratado que cayó como el Gordo de la Lotería, muy repartido, más allá del
antiguo telón de acero.
En Durban, Rusia el principal país por el que se creó esta
peculiar situación no ha querido sumarse al reducido grupo que apostó por
prorrogar Kioto.
Pero la cuestión del aire caliente, que es como se denomina a
esta ingente cantidad de derechos de emisión que poseen los países del Este, no
se ha resuelto.
Principalmente, por la incapacidad de la UE, una vez más, para
ponerse de acuerdo. Por un lado, los países interesados en superar esos
privilegios colaterales que suponen que todo el mundo cumpla sin mover un dedo
(vendedores y compradores); por otro, los países orientales consideran estos
derechos de emisión como sus particulares fondos de cohesión para reconvertir
su industria.
Y como guinda, Polonia, uno de los estados más beneficiados con
este mercado durante este semestre, y por tanto en Suráfrica, ejerce la
presidencia de turno de la UE.
El texto en el que los últimos de Kioto la UE, Suiza,
Noruega, Australia y Nueva Zelanda acuerdan mantener vivo el tratado hasta 2017
o 2020 sólo recoge una petición para que se evalúen las "consecuencias de
la prórroga" de las cantidades de reducción de emisión de gases asignadas
a cada país.
"Está claro que se trata de un problema importante que la
Unión Europea debe atajar.
En Durban no hubo manera de que unificaran su
postura, también por la forma en la que Polonia quiso jugar sus cartas",
explica la portavoz de Greenpeace sobre Cambio Climático, Aída Vila, recién
llegada de la surafricana cumbre del clima.
En su organización esperan que esta situación se desatasque
en la próxima reunión del Consejo Europeo que tendrá lugar en Bruselas el
próximo marzo.
Dos meses después expira el plazo para que los firmantes de este
Kioto 2 comuniquen sus objetivos de reducción o limitación cuantificada de
emisiones, para un segundo periodo que entrará en vigor el 1 de enero de 2013.
"Esta situación se tendría que cancelar en Bruselas, pero no es algo que
parezca fácil", asume Vila. Desde su perspectiva, al menos se tendría que
tomar una "opción intermedia" que redujera al máximo ese gigantesco
globo lleno de futuribles gases contaminantes con los que Europa oriental se
llena los bolsillos.
Cumplir sin hacer nada
"Se trata de una situación sobrevenida que debemos
corregir.
El objetivo de Kioto no era hacer negocio ni quedarse con los brazos
cruzados comprando derechos de emisión.
Se está pervirtiendo la verdadera
intención del protocolo", lamenta la ecologista.
Según sus cálculos, se
está poniendo tan barato el mercado de bonos de carbono que podría darse la
situación de que todos los países de la UE cumplieran sus objetivos del segundo
periodo de Kioto sin que "nadie hiciera nada".
Para el responsable de Ecologistas en Acción en la cumbre
surafricana, Tom Kucharz, la situación podría empezar a revertirse si países
como España, "que se dicen comprometidos contra el calentamiento
global", dejaran de alimentar este mercado con su dinero.
"Todos los
gobiernos están tomando decisiones demasiado cortoplacistas; se sirven de un
truco, de un engaño que no salva el planeta", asegura Kucharz.
Desde su
punto de vista, con el dinero que se ha gastado hasta ahora en comprar derechos
de emisión se podría haber dado un beneficioso empujón a las energías limpias.
"Es más fácil pagar que enfrentarse a determinados sectores
económicos", concluye el activista.
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