Editorial I
LA NACIÓN
Al periodismo militante de los medios oficiales y a
la matemática militante del Indec se suma la militancia historiográfica
A la nómina de institutos nacionales destinados a
estudiar a figuras del pasado argentino, entre otras las de José de San Martín,
Manuel Belgrano, Guillermo Brown y Juan Manuel de Rosas, se sumará, por decreto
presidencial del 21 del mes pasado, el grandilocuentemente denominado Instituto
Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego.
Su objeto, según los considerandos que suscribe la
presidenta Cristina Fernández de Kirchner, será "investigar y difundir la vida y la obra de personalidades y
circunstancias destacadas de nuestra historia que no han recibido el
reconocimiento adecuado"; de los que "defendieron el ideario nacional y popular ante el embate liberal
y extranjerizante de quienes han sido, desde el principio de nuestra historia,
sus adversarios, y que, en pro de sus intereses, han pretendido oscurecerlos y
relegarlos de la memoria colectiva del pueblo argentino"
Luego se menciona a esos personajes, entre los que
figura en primer término San Martín, quien no habría "recibido el
reconocimiento adecuado" pese a que hasta el último de los argentinos lo
reconoce con justicia como el Libertador de su pueblo y de América del Sur,
además de Güemes, Artigas, Estanislao López, "Chacho" Peñaloza,
Felipe Varela, Facundo Quiroga, Juan Manuel de Rosas, Hipólito Yrigoyen y Juan
y Eva Perón.
Ya en la enumeración los aspirantes a revisar la
historia comienzan con un error, incluyendo al argentino Manuel Ugarte en el
artículo destinado a los latinoamericanos nacidos fuera del país.
Lo cierto es que tanto el patrono del instituto como
el resto de esos personajes, y muchísimos otros que no se señalan, han merecido
serios estudios de notables cultores de un revisionismo al cual se invoca como
movimiento en pleno vigor, cuando ya forma parte -al menos en el modo en que
está descripto en el decreto- de una etapa lejanamente superada en la historia
de la historiografía.
También han sido abordados por otros investigadores
rigurosos, que en vez de adherir a la visión parcializada y panfletista que se
quiere imponer por decreto han profundizado con indudable profesionalismo
acerca del papel de aquellos hombres y mujeres a lo largo de los procesos en
que intervinieron.
A ningún historiador serio se le ocurriría hoy
repartir condenas como las que constantemente se leen por parte de ciertos
diletantes con falsa patente de investigadores sobre determinados argentinos
que dieron lo mejor de sí por el bien de su patria, como Mitre, Sarmiento, Roca
y otros tantos demonizados por la actual visión oficial.
Cualquier persona seria, fuera cual fuese su
formación cultural, sabe o intuye que los personajes del ayer remoto o más
reciente deben ser estudiados en su propio contexto, en vez de ser utilizados
para sostener una actitud agresiva y maniquea, que es más grave cuando se
instrumenta desde el Estado.
La propia iniciativa de crear un instituto
historiográfico dedicado al culto de tales o cuales héroes es una exhibición de
primitivismo intelectual.
Desde hace ya muchas décadas existe un consenso
acerca de que el saber histórico pretende la explicación de procesos colectivos
en sus distintas dimensiones y no el culto a figuras supuestamente
excepcionales que determinaron con su clarividencia el curso de la vida de sus
contemporáneos.
No debería sorprender, sin embargo, el extravío.
Quienes decretaron la existencia de esta nueva
entidad miran el pasado con la misma lente con la que examinan el presente: la
de la exaltación casi infantil de figuras prodigiosas gracias a las cuales se
desenvuelve la existencia nacional.
El presente contamina también el pasado en el
apasionamiento sectario.
La Presidenta, cuyo elevado cargo debería
constituirla en prenda de unión para los argentinos, se empeña en remover
despojos del pasado en pos de amoldar lo que fue a las conveniencias
dialécticas del presente.
Al periodismo militante de los medios oficiales y
paraoficiales y a la matemática militante del Indec se les debe agregar ahora
la historiografía militante.
No son más inofensivos que una medicina o una
ingeniería militantes.
La deformación del pasado ha estado en la base de
muchas tragedias humanas, sobre todo las que se desencadenaron por las miserias
del nacionalismo, tan familiares a la visión revisionista.
Llama la atención que se promueva un nuevo organismo
en lugar de recurrirse al Conicet, donde trabajan historiadores de verdad, o a
la Academia Nacional de la Historia, que según sus estatutos debe asesorar a
los poderes públicos.
La explicación tal vez resida en que lo que se busca
desde el Poder Ejecutivo Nacional es falsear los hechos del pasado para servir
al discurso oficial.
Todo indica que se pretende generar, mediante un
producto "enlatado", una historia sesgada y falsa que a la postre no
servirá ni al propio gobierno, pues la ciudadanía sabe, en definitiva, cuándo
se la quiere engañar
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