Por
Juan de Dios González (*)
Muchos de nuestros políticos no pretenden ser los administradores o ejecutores de un proyecto social, no desean ser los encargados del cambio ni de exhibir los pasos que talentosamente conducen a la utopía, no aspiran a fomentar un lazo con sus votantes en el real sentido de ser su representante, como tampoco les interesa ser los ejecutores de las medidas que concreten el futuro deseado por el electorado.
Solamente pretenden que el pueblo delegue en ellos su porvenir para de ese modo poder construir mejor el propio y reunir la fuerza de muchos para vigorizar su propia fuerza.
No son realmente políticos o estadistas.
En sus roles de candidatos son un producto comercial.
Aspiran a colocarse ventajosamente en el mercado electoral, a vender su imagen, una imagen creada y planificada por publicistas y analistas, por maquilladores y argumentistas, por especialistas en propaganda y en comunicación social.
Desean que el potencial votante tenga la imperiosa necesidad de comprar una promesa, una promesa que jamás se cumplirá.
El problema que poseen estos individuos es que exista un país sin carencias, una sociedad conformada con individuos autosuficientes, reflexivos y con espíritu crítico, porque de ese modo no podrán valerse para sus fines de los defectos, las debilidades, la incultura, la desinformación y la falta de sentido común de los electores.
Prometen un país de hombres libres, instruidos, racionales, reflexivos, pero cuando atraparon al electorado y ya ejercen su cometido acrecientan la opresión, fomentan la incultura, la insensatez y la incomprensión, aumentando y perpetuando la atomización social.
Para ir construyendo su poder necesitan de la ignorancia, la irracionalidad, la demencia y el "sinsentido".
Son manipuladores que se reservan de hablar al intelecto de sus potenciales votantes o electores, porque es converger a la comparación, a la deducción, al análisis, es dirigirse a individuos, representa arriesgarse a los azares de la opción; solamente buscan la devoción, el éxtasis y la convulsión de las masas hablándoles al corazón.
Estos son en gran parte nuestros políticos y gobernantes, hoy hacen promesas y afirmaciones que con el mismo candor y vehemencia, mañana negarán.
Es necesario reflexionar.
En un país como el nuestro; donde los tilingos y bellacos, son quienes habitualmente nos gobiernan o dirigen; el común de la gente no conoce la realidad.
Solamente el pobre toma inmediata posición de la verdad (por el estómago), porque al de clase media o acomodada le llega totalmente filtrada y cuando se dan cuenta es demasiado tarde.
Así pasó con los ahorristas y la gran mayoría de los argentinos, quienes apostaron al país, creyendo que la clase política y dirigente cumpliría con las políticas y promesas hechas, no sospechando, que al menor cambio de conductores se perderían todas aquellas esperanzas forjadas por el sacrificio individual y colectivo de una sociedad que hoy resulta defraudada en sus ilusiones.
La política es la ciencia social y práctica cuyo propósito es la búsqueda del bien común de los miembros de una comunidad.
El bien común no es sólo la misión del poder político sino también razón de ser de la supremacía política.
La política debe poseer una base moral, debe ser practicada por hombres de bien y cultivada por quienes conocen lo que es bueno en todo lo que les concierne, es decir por seres virtuosos.
Ser un hombre de bien en la política no es solamente tener las virtudes necesarias, fundamentalmente es el uso que de ellas hace el virtuoso para concretar el bien general y no el propio.
La mayor felicidad del político no debe ser concretar la propia, sino la felicidad del pueblo.
Nuestros gobernantes no piensan en nosotros, piensan por nosotros.
Así, el resultado:
Se alimentan, se visten, se educan, se protegen, se medican y curan....por nosotros.
Sus hijos estudian, parrandean y viajan... por nuestros hijos.
Sus amigos y familiares trabajan, prosperan y evolucionan....por nosotros.
Toman decisiones para ellos, gobiernan para ellos, adoptan seguridad personal y jurídica para ellos, comprometen los intereses de la Nación y sus riquezas para ellos...
Pero nunca... nunca, pensando en nosotros y en nuestros verdaderos derechos ciudadanos y humanos. Nunca, jamás, se propondrán elevar el pensamiento del ciudadano, ni enseñarle a pensar por si mismo, sin catequizar doctrinariamente sus sentidos.
Ellos poseen la exclusividad del razonamiento; ocupan nuestras mentes con extrañas intrigas, creencias e ideologías.
Mediante la dialéctica y acciones deterministas pretenden enclaustrar nuestros pensamientos, para qué el vuelo del raciocinio libre y reflexivo de los súbditos no les impida seguir pensando en ellos, para ellos .....y por nosotros.
(*) El periodista Juan de Dios González es el Director de Crónica y Análisis Periódico On line y Comisario Inspector (R.A.) de la Policía de la Provincia de Buenos Aires.
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