By Ricardo Jorge Pareja
5 de septiembre del 2012.
A la hora 19.15, y tal cual se había anunciado, en sede de la Sociedad Argentina de Escritores, El Poeta dio inicio a su última conferencia en el país, eructado por la sociedad a la que Ud. y yo pertenecemos.
Para mí, no resulta fácil hacer la cita de semejante evento, toda vez que contó, además, con el ingrediente de algunos componentes de carácter estrictamente personal, y cuya
“ventilación" no sé hasta qué punto pueda rozar la intimidad o la reserva de terceras personas.
El salón del primer piso de la calle Uruguay 1371 se hallaba colmado y desbordado en su capacidad de admisión.
No descarto el que algún pelotudo haya imaginado se trataba de una nueva presentación del Grupo “Callejeros”.
Tampoco éramos tantos… unas doscientas cincuenta personas, quienes prácticamente duplicábamos esa capacidad de admisión.
Y Gustavo Adolfo, a modo de despedida, intentó con sobrada capacidad, ponernos en situación respecto de nuestro presente, y advertirnos con respecto a un futuro cercano e implacable…
“Llegaron para quedarse, y de modo alguno resignarán el Poder”, fue una de las frases que rescaté de boca del Poeta; un poeta ya cansado, extenuado de semejante lucha estéril; un poeta cobardemente amenazado, y no menos cobardemente atacado en la vía pública.
Un Poeta que, por sobre todo, y como le dijera desde el vamos, se siente eructado de esta tierra, que es la suya, por una sociedad que se ha entregado “mansamente” a un régimen inspirado únicamente por la perversión supina de una mujer que adolece de la capacidad intelectual que le permita siquiera sostener una ideología.
También nos habló del miedo, y no tuvo empacho alguno en reconocer que él siente el miedo que jamás le provocara alguna otra gestión de gobierno.
Y El Poeta se va...
Nos abandona físicamente.
No renuncia a su dignidad; simplemente se la lleva a cuestas a otro país muy cercano al nuestro, en la distancia y en las costumbres.
Esas mismas costumbres que forman parte de la realidad, ésa que pretenden arrebatarnos, cuando recién han desplegado algo así como el 5%, no más, de su tan particular poder persuasivo, donde la amenaza y el atentado se empiezan a convertir en moneda corriente.
La “mesa chica” de las decisiones es tan chica que apenas admite la presencia de dos o tres personajes que se suman a La Señora.
Los demás se limitan a “obedecer”, en una actitud que los presenta de cuerpo entero.
Y El Poeta lloró...
En su emoción, conmovido por esa necesidad que le impulsara a decirnos todo lo que sabía, sentía, y percibía.
El Poeta lloró, habida cuenta de una oposición política ausente, o lo que es peor aún, una oposición política que supone que el gobierno está equivocando el rumbo, cuando jamás lo tuvo tan claro.
Una oposición que sigue apostando al diálogo, a sabiendas de que semejante posibilidad no resiste siquiera el menor análisis de parte del Poder, que nada tiene para discutir cuando se siente dueño, amo y señor de la verdad sostenida y consagrada en semejante mala inspiración.
Le comento, de paso, y simplemente para que lo tenga en cuenta, que si el título reza:
“Fue abatido en circunstancias que pretendía darse a la fuga”, se tratará de una vil mentira.
No tengo coche, y el enfisema pulmonar es de tales dimensiones, que ya formo parte de esa legión amante del EPOC, que no permite siquiera intentar una carrera de diez metros, sin vallas, en terreno a nivel del mar sobre superficie plana y recta, ¿comprende?
Gracias.
Pero todo tiene su compensación, así sea a medias.
Del Poeta, por ejemplo, en ese abrazo que nos dimos por primera y última vez, recibí y despedí al amigo que hasta entonces no conocía.
La vi a Gracielita, quien vive abrazada a una cañita voladora, al momento que abandonaba el recinto al tiempo que yo llegaba.
No dejó pasar la oportunidad de decir “presente”; yo, en cambio, “abrochado” a la única silla que quedaba libre, no atiné siquiera a levantarme para expresarle mi infinita gratitud, y estrecharla en el abrazo que nos debemos.
Llamó poderosamente mi atención la presencia en primeras filas, de una hermosa mujer que no dejaba de darse vuelta, regalándome una sonrisa de esas “que nos obligan a mirar hacia atrás, en el único afán de cerciorarnos ser efectivamente los receptores de semejante halago”.
Cuando intenté aproximarme al Poeta, con esa misma sonrisa se me plantó delante… “¡Ricardo, soy Alesia!”
¡Por supuesto que me abracé a esa flaca descomunal, autora, además, de ese editorial que tanto me impactara, referido al “Fundamentalismo”!
Estreché muchas manos; acaricié el rostro de alguna que otra persona mayor… besé la mejilla de alguna que otra persona mayor, todas lindas, cálidas, trasuntando una calidad y una calidez humana superlativas. Estreché las manos de algunos señores mayores, y cuando le digo mayores, intento decirle mayores que yo, ¡imagínese!
También estaba mi amiga Alicia, acompañada esta vez por sus tíos, diciendo una vez más, presente.
Éramos apenas doscientas cincuenta personas.
Un puñado de argentinos dispuestos a no resignar la dignidad, la libertad.
Un grupo de argentinos, la mayoría de los cuales nos veíamos las caras por primera vez, nos tomábamos de las manos por primera vez, nos estrechábamos en un abrazo por primera vez.
Recibí de manos del Dr. José Luis, una tarjeta personal.
Me quedé con una pequeña dosis de esperanza, así el Poeta se encargara, desde el vamos, de alertarnos que las noticias no eran buenas, sosteniendo su teoría en hechos ciertos e incontrastables.
Evidentemente, tiene mucha razón cuando dice que el periodismo más independiente no se encarga de mostrarnos el presente y el futuro “descarnadamente”.
Él lo hizo.
Él se va, abrumado por una persecución impiadosa.
Y entonces le pregunto a Ud…
¿Alguna vez tuvo oportunidad de ver y escuchar al Poeta a través de alguna cámara de televisión de algún canal no oficialista?
Deje, que la respuesta se la doy yo…
¡Definitivamente no!
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