Por Jorge Fonteveccia
Dentro de dos jueves habrá mucha gente protestando.
Probablemente, más que en todas las otras movilizaciones anti K y más que nunca antes contra ningún otro gobierno. Pero quienes participarán no se sienten motivados por ningún candidato de la oposición.
Las encuestas muestran que los más de veinte puntos de aprobación que perdió Cristina Kirchner en el último año no engrosaron el caudal de ningún otro candidato.
Además Macri, el más conocido opositor, también perdió aprobación.
Y Scioli recuperó lo que había perdido cuando no pudo pagar el medio aguinaldo, pero respecto de hace un año está básicamente igual.
Macri y Scioli son los dos principales aspirantes a suceder a Cristina Kirchner.
Ambos tienen una estrategia similar, pero basada en un diagnóstico económico opuesto. Más allá de esta semana (foto con Moyano y aborto vetado), Macri supone que no tiene que hacer mucho, que debe salir a confrontar lo menos posible y no “gastarse”, porque cuando la economía estalle la presidencia caerá en sus manos por ser el único referente del antimodelo.
Scioli también cree que no tiene que confrontar ni “gastarse” en riesgosas movidas políticas, haciendo lo mínimo necesario, porque cuando el kirchnerismo vea que no habrá re-reelección la presidencia caerá en sus manos porque es el único candidato que no se opone al modelo electoralmente triunfador.
También comparten no ser ninguno de los dos de centroizquierda –Macri es de centroderecha y Scioli de “centro”–, tener mejor aceptación en la clase media –donde se concentra el núcleo duro de la protesta del 8N–, y que para alcanzar la presidencia precisan del PJ.
Probablemente la sucesión sin escalas de Menem y Kirchner haya tensado al PJ al punto que pueda dividirse de forma permanente.
Que haya un kirchnerismo sin Kirchner que represente el espíritu de la izquierda peronista inspirada en las ideas de los años 70, y otro peronismo que se le oponga, más tradicionalista, sindical y clásico.
Pero que la Presidenta pierda una parte significativa de su aprobación y ese efecto reiterado no se canalice hacia nadie más puede ser también un síntoma anticipado de un cambio disruptivo en el orden político partidario futuro. Un vacío partero al estilo del Big Bang, que de explotar daría nacimiento a una nueva geografía política.
Y también está el peligro de que ese vacío sea llenado por violencia, de la cual Argentina tiene antecedentes penosos.
A la vez, las desastrosas consecuencias que tuvieron los tiempos violentos de los 70 es la vacuna que nos viene permitiendo mantener la paz a pesar del nivel inédito de confrontación y agresión verbal.
Volviendo a Macri y a Scioli, otra apuesta sobre el futuro que diferencia sus estrategias es que Macri aspira a que un cisma divida al peronismo y una parte lo apoye (su acting con Moyano es el mejor ejemplo), mientras que Scioli aspira a que el peronismo no se divida y él sea la prenda de unión.
Se podría decir que para 2015 podría haber tres candidatos representando tres escenarios diferentes: que el peronismo se mantenga unido tras el kirchnerismo (re-reelección), que el peronismo se mantenga unido tras un candidato de conciliación de las dos alas que lo componen (Scioli), o que el peronismo se divida y una parte se vaya con Macri.
De alguna manera, el futuro de la política argentina se ordenará alrededor de la forma en que el peronismo resuelva la tensión entre sus polos. Ya sin el factor aglutinador que significaba Perón vivo, ¿podrán convivir para siempre en el mismo partido pensamientos tan diversos, diversidad que también fue lo que permitió su hegemonía? Trascendiendo la política, se podría decir que todas las hegemonías son inmanentemente inestables.
Es un indicador que los otros dos posibles candidatos peronistas de 2015 sean Massa y De la Sota, quienes también se ubican en el difuso espacio del centro pero claramente a la derecha del kirchnerismo y sin antipatías visibles con la clase media.
Que todos los candidatos peronistas, filoperonistas o empáticos con el peronismo sean de centro o de centroderecha puede atribuirse a dos causas: a que, después de doce años de kirchnerismo, se supone que necesariamente la fuerza del péndulo llevará los ánimos hacia otro lado pero, también, a que el espacio de centroizquierda peronista está ocupado por el kirchnerismo, que no deja crecer nada que no sea Kirchner, y elige delfines como Boudou para que claramente no haya sucesores.
Derecha e izquierda, como cualquier categoría de la política, son la simplificación explicativa de un fenómeno mucho más complejo, ya que en ninguna época la humanidad se sintió totalmente satisfecha con una sola perspectiva y el propio éxito de una corriente creaba sus opositores: morenistas o saavedristas, unitarios o federales, civilización o barbarie, personalistas y antipersonalistas (en la UCR respecto de Yrigoyen), sólo por citar casos argentinos.
En la película Carnage (en Argentina Un dios salvaje), basada en la obra teatral homónima de Yasmina Reza, y dirigida por Roman Polanski, se puede entender bien qué es ser de “derecha” en Estados Unidos (Partido Republicano) y qué es ser de “izquierda” (Partido Demócrata). La trama habla de dos matrimonios que se reúnen después de que el hijo preadolescente de uno le pega con un palo al del otro, y va escalando de la cortesía de los políticamente correctos a la carnicería (carnage) de lo políticamente real cuando comienzan a discutir. Ser de “derecha” en Estados Unidos sería ser como John Wayne (textual del guión), arreglarse solo, exigirles a los demás que también sean autosuficientes, no quejarse y ser un duro; mientras que ser de “izquierda” sería ser sensible, preocupado por los menos favorecidos, ser pacífico o tratar de controlar la agresividad. Polanski, que tiene cuentas pendientes con los EE.UU., le agrega a la agudez de Yasmina Reza, hoy en día la más internacional de los dramaturgos vivos, su propia acidez.
Pero demostrando que las categorías políticas son tan circulares como el yin y el yang, en la Argentina ser hoy de “derecha” es lo contrario a ser agresivo, duro e inflexible, porque ese atributo caracteriza al kirchnerismo. Entonces, quien se proponga como alternativa tiene que promover consenso, diálogo, pluralidad y concesiones recíprocas. Paz y amor, credo que profesa ancestralmente Scioli, y Macri después de la pasteurización de Duran Barba.
En la Argentina, el John Wayne en cierto sentido fue Néstor Kirchner, quien, si hubiera sido presidente en 2001, no habría renunciado como De la Rúa y habría resistido a los tiros devaluando o lo que fuera necesario. ¿Querrá la Argentina de 2015 un(a) duro(a) o un(a) blando(a)?
Hay tanto miedo a la debacle, a volver a perderlo casi todo como en 1989 y 2002, que hace un año
los argentinos prefirieron lo conocido antes que lo mejor por conocer.
El futuro es impredecible.
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