Preocupa la sucesión de protestas sociales; admiten errores en el polémico decreto
Por Mariana Verón | LA NACION
Un temor comenzó a generalizarse en la Casa Rosada: el goteo constante de reclamos sociales podría derivar en un sostenido desgaste de la autoridad presidencial después de varias protestas contra el Gobierno que lograron ganar las calles.
Con ese eje y la preocupación que causó la sublevación en las fuerzas de seguridad, Cristina Kirchner replanteó la estrategia en medio de la crisis, dijeron fuentes oficiales.
Hasta anoche no había encontrado una salida.
Hacia afuera, tanto los funcionarios como los dirigentes del kirchnerismo hablaban de un intento desestabilizador.
Pero hacia adentro, la mayoría de los colaboradores presidenciales reconocían el error que contenía el decreto que terminó por rebajar los salarios en las escalas de menores ingresos de la Prefectura y la Gendarmería.
La preocupación fue creciendo en el Gobierno a medida que escalaba el conflicto y obligó a la Presidenta a protagonizar un hecho totalmente inusual:
Debió cruzar en auto por entre las fuentes de agua que dan a la calle Balcarce, desde Hipólito Yrigoyen hacia Rivadavia, al revés de lo habitual, para evitar que la vieran desde el edificio de la Prefectura Naval.
Menos aún se animó a llegar a la Casa Rosada en helicóptero y posarse frente al foco de la protesta. Anoche, seguía en su despacho pasadas las 23, intentando buscar una salida.
Finalmente, se retiró a las 23.30, junto con el secretario de Legal y Técnica, Carlos Zannini, y el secretario general, Oscar Parrilli.
Para evitar el camino del bajo, el automóvil que la transportaba tomó por Rivadavia y ella bajó el vidrio para saludar a 30 jóvenes que cantaban en la puerta.
Todas las decisiones que tomó durante la jornada corrieron por su cuenta y ningún funcionario estaba a salvo de las críticas presidenciales.
"Vamos a ver la respuesta. Yo creo que ahora levantan la medida", decía con zozobra la ministra de Seguridad, Nilda Garré, frente a un televisor, poco antes de las 12, después de que junto al jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, anunciaba la suspensión del decreto de la polémica.
Garré estaba parada en lo que se conoce como el antedespacho de la Jefatura de Gabinete mirando la reacción de los prefectos con la esperanza de una salida que no se dio.
Apenas escuchó que se redoblaba la apuesta tomó sus cosas y se fue.
En la Casa Rosada coinciden en destacar que Garré quedó entre los más golpeados como responsables de la crisis.
Desde el famoso decreto, redactado por su ministerio, hasta la sublevación posterior, la Presidenta puso a la funcionaria a dar la cara.
Nada es casual.
En la conferencia que dio al mediodía junto a Abal Medina y el ministro de Economía, Hernán Lorenzino, su segundo y rival interno, Sergio Berni, se ubicó en el estratégico lugar detrás de cámaras.
Recién a media tarde, y en busca de retomar la autoridad, Cristina Kirchner decidió descabezar las cúpulas de ambas fuerzas de seguridad y cambiar a los protagonistas de la negociación.
Berni, hasta anoche, se mantenía lejos de las críticas presidenciales que sí llegaban a Garré y mantenía sus contactos en las sombras.
La Casa Rosada fue un ir y venir de reuniones armadas de urgencia.
Recién a las 19.15 Cristina Kirchner llegó para entrevistarse con su par del Líbano, Michel Suleiman, 45 minutos más tarde de lo previsto.
Cuando sonaban las trompetas de bienvenida, Lorenzino se retiraba en medio de las negociaciones, solo, y el ministro de Defensa, Arturo Puricelli, aparecía para ver a la Presidenta después de que la Armada se sumara a la protesta.
Los dirigentes del cristinismo más puro, agrupados en Unidos y Organizados, se autoconvocaron en Balcarce 50 pasado el mediodía.
Allí se analizaron todas las estrategias.
La primera reacción fue organizar una marcha para resistir una posible manifestación de los gendarmes y prefectos en la Plaza de Mayo, que finalmente no se dio.
Apenas si unos 30 militantes se agolparon frente a la puerta de Rivadavia para cantarle a la Presidenta en el momento en el que llegó al palacio.
Eran las 16 y Fernando "Chino" Navarro y Emilio Pérsico, del Movimiento Evita; Edgardo Depetri, del Frente Transversal, y Andrés "Cuervo" Larroque, de La Cámpora, líderes de la nueva fuerza política oficial, se retiraban ya con la idea de acusar un intento de golpe.
Pocas horas después, en un comunicado de diez párrafos, dijeron que se trató de una "sospechosa equivocación en la liquidación" de sueldos, acusaron una "manipulación espuria de la información", que se trató de una protesta "guionada por el señor Magnetto [CEO del grupo Clarín]" y sumaron entre los culpables a quienes están "atrás de las cacerolas", los "dirigentes que traicionan los intereses de sus representados" e, incluso, lo que calificaron como "las tristes operaciones de desprestigio contra la Presidenta en su reciente viaje a Estados Unidos".
En el Gobierno explicaban que Cristina Kirchner cree que el conflicto no escalará, pero sí sostienen que lo que existe es un goteo de protestas que merma su autoridad presidencial.
La preocupación es que los reclamos se transformen en un creciente clima de descontrol social.
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