Solo esto faltaba para lograr la disolución total de la sociedad argentina.
Esta semana se ha conseguido destrozar la disciplina de dos Fuerzas de Seguridad orgullosas de su formación y que calladamente hicieron de la defensa de fronteras y costas epopeyas construidas por la vocación de servicio y el amor a la Patria de sus integrantes.
Es, quizás, la frutilla de este postre asqueroso preparado por expertos en convertir países en amontonamientos sin identidad, tradición ni futuro.
No significa esto que neguemos la justicia de los reclamos de Gendarmes y Prefectos.
Hacerlo significaría un injusticia para con ellos.
Fueron sacados de sus lugares de trabajo no para solucionarle la vida a la pobre gente que día a día es asesinada, violada o robada por una inseguridad salvaje y creciente sino para hacerles ejercer el desairado papel de comparsas en un plan de seguridad que ni es plan, ni aporta seguridad a la sociedad y que tiene como objetivo hacernos creer que la inútil que ocupa el ministerio de seguridad está abocada a algo más que calentar sillas con su singular trasero, porque, y esto merece decirse aunque no sea el meollo de esta idea, la inseguridad ha sido fomentada por ellos mismos y refrendada por jueces corruptos más ocupados en enjuagues, trapisondas y agachadas que les reditúen ganancias que en ser defensores de un estado de derecho.
Pero volvamos a lo nuestro.
Hoy el estado anímico de los argentinos es la indisciplina social.
Colegios tomados, Fuerzas de Seguridad en rebeldía, policías desbordados por el delito o que a costa de un mejor futuro se hacen los distraídos frente a chorros y narcos, jueces sin formación, decencia ni respeto, maestros más dados a tocar el bombo en manifestaciones que a pararse frente al aula y darles a sus educandos eso que es lo único que los defenderá en el futuro: educación.
Con un servicio penitenciario que organiza murgas para solaz y “desarrollo cultural” de violadores y asesinos y con el resto de nosotros, eso que alguna vez fue una sociedad educada y orgullosa, viendo pasar sin animarnos a reaccionar frente a lo que es ni más ni menos un quilombo nacional.
Que tampoco la desesperación nos obnubile y nos haga creer que los responsables son los que se apropiaron del poder hace nueve años.
No, esto no se logra en nueve años.
Esto solo puede lograrse con veintinueve años de bastardear la democracia haciéndonos creer que democracia es insultar Instituciones, ningunear militares, gendarmes o policías, o pensar que era un magno aporte a la educación civil comprar un plan de estudios que ya había fracasado en su país de origen. Esto solo puede lograrse haciéndonos creer que el espíritu democrático se incrementa creando consejos de convivencia en las escuelas logrando que cualquier alumno sea temido por sus profesores pues estos saben que de una palabra de los primeros depende la estabilidad laboral y social de ellos.
Estos son veintinueve años de elegir payasos iletrados como dirigentes políticos y mantener logreros disfrazados de industriales, vividores incapaces de crear industrias a puro riesgo y siempre listos a mendigar subsidios y canonjías.
Son veintinueve años de acorralar a las Fuerzas Armadas eligiendo mercenarios- capaces de vender, sino a su madre en un mercado de rufianes por lo menos a sus camaradas combatientes- para dirigirlas.
Son veintinueve años denostando al productor agropecuario asociándolo a una oligarquía que ya no existe pero que siempre les ha servido como eternos culpables a aquellos que disfrazados de vestales democráticas solo pusieron su preocupación en saquear la República y mostrarse generoso a cuenta de los caudales ajenos.
Esta es la realidad.
Si alguien cree que la República no es hoy una lamentable ruina es porque ya le han limado de tal manera el corazón que nada lo conmueve.
Pensar en una recuperación es difícil, pero si esto sucediera, si aún quedan fuerzas en los argentinos para imaginar, por fin, la República soñada, recordemos, para no volver al error lamentable que durante veintinueve años hemos cometido los nombres de los que convirtieron a la Patria en un cambalache: Alfonsín, Menem, Cavallo, de la Rúa, Duhalde, Kirchner, Cristina...
Los políticos que se han alternado sin sentir vergüenza como opositores u oficialistas y todos los secuaces que a fuerza de lamidas supieron hacerse un futuro, al menos económico.
Josemilia_686@hotmail.com
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