Por Nicolás Márquez (*)
Si bien ante los primeros chaparrones el kirchnerismo una vez más apuró las tapas de Página 12 para culpar a Mauricio Macri de los desbarajustes que se estaban produciendo en la Ciudad de Buenos Aires, tal como lo que pasó con el Papa Francisco, el desacreditado diario paraestatal tuvo que girar en redondo y suavizar la tapa del día siguiente, tras advertir que el escándalo mayor por el diluvio se estaba dando no en las playas porteñas sino en el Gran Buenos Aires y fundamentalmente en la ciudad de La Plata (es decir, en territorio kirchnerista), en donde la tragedia y la ineficiencia estatal alcanzó dimensiones por lejos superior.
Dejando a un lado las consideraciones técnicas en cuanto al milimetraje de agua caída y la pésima calidad de la infraestructura para contenerla, y si pasamos revista estrictamente al costo político, ninguna duda cabe respecto a que el kirchnerismo es quien lo paga casi de manera exclusiva y excluyente, por tres razones concretas:
1) Los muertos en la ciudad de La Plata superan los cincuenta y las fatalidades de la Capital Federal son seis, enorme distancia de guarismos a lo que hay que agregar el dato no menor de que la ciudad de La Plata tiene apenas 800 mil habitantes y la ciudad de Buenos Aires 2 millones novecientos mil.
2) Comparaciones numéricas al margen, está firmado y confirmado que Mauricio Macri quiso gestionar un empréstito millonario con organismos multilaterales de crédito a los efectos de equipar su jurisdicción con la infraestructura suficiente para evitar inundaciones futuras, para lo cual necesitaba la firma y el aval del Poder Ejecutivo Nacional, pero fue Cristina Kirchner quien con expresa intención de dañar y obstaculizar la entrega del crédito en cuestión, se negó a firmarlo y a la vez rechazó reunirse con el Intendente porteño ante cada audiencia solicitada por este para debatir sobre el particular, modus operandi displicente e irresponsable aplicado habitualmente por la “vieja terca” (José Mugica dixit), tal como lo confirman los muchos desplantes que en su tiempo ésta le hizo por ejemplo a quien hoy es el Papa Francisco.
3) Con cierta apatía, las redes sociales venían promoviendo para el 18 de abril un renovado cacerolazo, intentando la difícil tarea de repetir la mega-concentración del pasado 8 de noviembre, expectativa que hasta antes de esta tragedia se veía muy improbable. En cambio, ahora, ante la reanimada indignación popular, todo indica que en pocos días cientos de miles de argentinos repetirán una epopeya similar a la de noviembre pasado, inaugurando el ciclo de cacerolazos del año en curso de una manera tremendamente negativa para un régimen que, ya antes de la inundación se venía topando con un 2013 complicado: un inesperado Papa hostil, una inflación inmanejable, un cepo cambiario creciente y como frutilla del postre, una renovada tragedia con decenas de víctimas fatales en donde la ineficiencia estatal se pone en evidencia días antes del próximo cacerolazo.
¿Quién se beneficia y quién se perjudica?
Sería una hipocresía suponer que de estas tragedias nadie se beneficia políticamente. Por ejemplo, cuando aconteció la tragedia de Cromañón, el gran costo político lo pagó el verso progresista en general y el caradura de Aníbal Ibarra en particular, puesto que a partir de entonces entre los porteños acudió una necesidad de mayor “eficientismo” y de manera directa o indirecta aquello repercutió en favor del PRO, que se jacta de tal cosa. Mutatis mutandis, en otro contexto y país, fue el atentado terrorista de Atocha (el 11 de marzo del 2004 en Madrid) el que generó que el centrista Partido Popular no pudiera retener el poder en España (a pesar de haber hecho una interesante gestión de la mano de José María Aznar) y el beneficiario de aquel episodio fue sin dudas el insulso José Luis Rodríguez Zapatero, quien antes del atentado en cuestión no tenía la menor chance de ganar las elecciones presidenciales de la Madre Patria.
¿Y ahora? ¿quién gana?, ¿quién pierde?. No queda claro quién gana pero queda clarísimo que el kirchnerismo es el derrotado por antonomasia.
En efecto, si a pesar de las razonables excusas esgrimidas por el macrismo ante la tragedia algún porteño de todos modos decide amonestar al oficialismo capitalino y no votar al PRO: ¿acaso ese voto iría para el kirchnerismo?, de ninguna manera, iría eventualmente a otro partido opositor. Es decir, en el plano estrictamente porteño el eventual reacomodamiento de votos jamás beneficiaría al kirchnerismo en ninguna circunstancia sino a otra fuerza opositora, por ende, más allá de sumas y restas es la oposición la que se fortalece y es el kirchnerismo el que padecería cierta diáspora electoral.
El “modelo kirchnerista” (si es que cabe llamar tal cosa a ese conjunto de improvisaciones populistas impulsadas gracias al precio internacional de la soja), no sólo hace aguas desde el aspecto económico, estructural y propagandístico, sino también desde el punto de vista electoral, dado que ya antes de la tragedia, la candidata que el kirchnerismo pretende imponer para encabezar la lista a Diputados en la Provincia de Buenos Aires (único lugar relevante en donde el gobierno tendría chances de ganar) según reciente informe de Poliarquía, Alicia Kirchner sólo contaba con una intención de voto del 28% detrás del empresario Francisco de Narváez, quien con sólo exhibir sus ingeniosos carteles de campaña ya encabeza las encuestas con 33% de intención. ¿A cuánto más se ensancha la diferencia que ya era de cinco puntos entre ambos siendo que la hermana del delincuente fallecido es una de las Ministros que más ha sido perjudicada y denostada por el suceso?
En conclusión, la Argentina es una embarcación precaria y agujereada que no supo aprovechar la corriente favorable y ahora vemos que fallan los maquinistas, no andan las comunicaciones, transita por aguas agitadas que se infiltran y para mal de males el timón lo empuña una capitana bipolar cuyos conocimientos técnicos y dotes de mando no tranquilizan a nadie. Esta y no otra suele ser la combinación menos aconsejable para que la destartalada barcaza evite un naufragio, el cual se torna cada vez más inminente y evidente, por no decir irreversible.
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