Por Ricardo Lafferriere (*)
Tal sería la cuenta de equilibrio que relacione la base monetaria con las reservas en oro y divisas -tal como las cuenta el gobierno-, en un dólar de ocho pesos.
Kici respondería:
No estamos en la convertibilidad.
Esa cuenta no corresponde.
Y sería cierto.
Pero también lo es que ante tantas incertidumbres -sobre la tasa de inflación, el monto efectivo del PBI, el nivel de endeudamiento real, los objetivos concretos de la política económica (que, en otros tiempos, eran definidos por la ley de presupuesto), etc., quienes realizan operaciones económicas y financieras terminan recurriendo como referencia a las únicas cifras ciertas con las que cuentan: el circulante vs. las reservas.
Pues bien.
Esta relación para "confluir" -diría Kici- surge de una cuenta sencilla:
29.000 millones x 8.
Las reservas en divisas multiplicadas por el tipo de cambio = 230.000 millones.
Pero he aquí que el balance del BCRA nos informa que la base monetaria alcanza a 371.442 millones de pesos.
Curiosamente, si realizamos la operación inversa -es decir, si dividimos la base monetaria por la cantidad de divisas-,
el número que obtenemos es ... 12,80.
(¿Les suena?)
Ese número irá variando cuando bajen (o suban) las reservas, o cuando suba (o baje) el circulante.
El BCRA acaba de subir la tasa de interés emitiendo bonos -"pidiendo prestado"- al 26 %, para "absorber" 9.000 millones de pesos de la base monetaria y "aliviar la presión sobre el dólar".
Ese nivel de tasas provocará la retracción de la economía, con un efecto insignificante en el mercado cambiario.
Retirar 9.000 millones cuando han emitido casi 100.000 es sólo un estertor con consecuencias negativas.
El encarecimiento del crédito y la retracción de la demanda afectarán el nivel de actividad y por ende, del empleo.
Pero es lo único que pueden hacer... en este marco político.
La contra cara de la medida será mayor desocupación, y la "yapa" es cambiar el déficit fiscal por el cuasi fiscal, porque el BCRA deberá hacerse cargo de pagar esas tasas y a la larga no puede hacerlo de otra forma que emitiendo más dinero aún.
La presión sobre el dólar terminará cuando cambie la política, no sólo la económica sino la integral, es decir cuando un gobierno creíble -éste, u otro- respaldado y representativo, establezca por consenso un programa de crecimiento coherente, con cifras transparentes y verificables.
Ese programa podrá tener las metas más diversas, reflejando el colorido democrático de la opinión nacional y el juego natural de los intereses y las ideologías que conviven en el país.
Lo que no podrá es suponer que 2 + 2 sean 5, aunque al final, si es exitoso, termine siendo.
Quienes toman decisiones económicas realizarán así otras cuentas, no ya defensivas de su ingreso sino asociadas a las metas nacionales.
Los acreedores querrán volver a prestarnos y los empresarios -pequeños, medianos y grandes- querrán volver a invertir.
No se preocuparán más por la relación entre reservas y circulante, sino por cómo sumarse a la oleada de crecimiento.
Esto no es de izquierda ni de derecha, no es socialdemócrata o neoliberal.
Es la verdad de perogrullo que aplica el 95 % del mundo, desde USA hasta China,
desde Uruguay hasta Chile,
desde Perú hasta Vietnam.
Es, sencillamente, gobernar, en lugar de dejar esa tarea estratégica al mercado como se ha hecho en los últimos años.
Hasta que no asumamos esa realidad, seguiremos a los tumbos, de crisis en crisis.
Como la que -desgraciadamente- se acerca a pasos acelerados, avisando que viene mientras nos divertimos cruzándonos intolerancias.
Y la responsabilidad será, una vez más, de la política...
(*) Abogado, Ex Senador y Diputado Nacional, ex Embajador argentino en España.
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