CARTAS AL LECTOR
Un reportaje especial en esta edición
nació del susto por una fotografía hecha en Río de Janeiro de un adolecente
negro, desnudo, atado a un poste por el cuello con la traba de una bicicleta.
Él fue perseguido, pateado y atado por un grupo de jóvenes, que cansados de ser
agredidos y robados, decidieron hacer justicia con sus propias manos.
Eso en el
siglo XXI, en Río de Janeiro, la ciudad brasileña con uno los metros cuadrados
más caros del planeta, sede de los próximos Juegos Olímpicos y final de la
Copa, vitrina y tarjeta postal de un Brasil que venía encantando al mundo por
las recientes victorias contra la miseria endémica, la abismal desigualdad
económica y el crimen organizado en las favelas.
La imagen del adolescente ofrecía un
enigma.
O el Brasil no avanzó tanto o la foto era montada...
Dos realidades tan
contrastantes no podrían coexistir.
El choque fue constatar que sí, todo era
real en aquella escena, tan inhumana que ya en el siglo XIX causaba repulsa
cuando el alemán Rugendas exhibió en Europa sus grabados de esclavos
encadenados siendo azotados en Brasil.
La barbarie del siglo XIX revivía en
pleno siglo XXI, y nos hace reflexionar sobre la realidad urbana brasileña
actual.
Aquí las atrocidades se repiten pero cada nuevo episodio de crueldad
extrema, en vez de aumentar la indignación, parece tener un impacto decreciente
en la opinión pública.
El reportaje especial revela, que a
pesar de la visión oficial de color de rosa y alienada, en muchos campos el
Brasil dejó de avanzar o está retrocediendo
La paz urbana que la mejoría
económica traería, no se materializó.
El Río de Janeiro, que arrancó favelas
enteras de las manos de los bandidos sin dar un sólo tiro, esta de nuevo a la
vuelta con los criminales violentos e impunes- con el agravante de que la
población ahora se siente autorizada a hacer justicia con sus propias
manos.
Millones de brasileños tuvieron
acceso al primer automóvil en la década que pasó, pero no lo pueden usar en paz
por miedo a ser asaltados cuando están aprisionados en el transito infernal de
las grandes ciudades.
También se cuentan a millones de brasileños pobres que
volaron por primera vez en avión en los últimos años, gracias a los últimos
aumentos de sus rentas y a las ofertas de las compañías de bajo costo.
Sin
inversiones en la ampliación de los aeropuertos, el sistema esta cerca de
colapso, los precios de los pasajes se dispararon y la fiesta terminó.
Recientemente, pasajeros que se estaban asando de calor dentro de un avión que
se atrasaba horas para decolar del aeropuerto del Galeão, en Río de Janeiro,
abrieron una de las puertas de emergencias y salieron temerosamente caminando
por el ala del aparato.
La semana pasada en São Paulo en otra demostración de
impaciencia los pasajeros de una composición del subterráneo que no se movía
forzaron las puertas de los vagones y corrieron por los rieles, imprudencia sólo
vista en los filmes de catástrofe en Hollywood.
Hay una sensación de insatisfacción
y de desesperanza en el aire, que se agrava con la actitud casi desinteresada de
las autoridades, perdidas y sin respuestas para el caos que no previeron y ahora
insisten en no ver.
Traducido de la revista “VEJA”
edición 2360 Año 47 No 7 Río de Janeiro 12 de febrero de 2014
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