Por
Ernesto Tenembaum
Durante
muchos años, el kirchnerismo se quejó de sufrir los efectos de lo que
denominaba “el odio gorila”.
En
el relato del gobierno saliente, la señora de Barrio Norte, estilo Amalita, que
llevaba a una marcha a su servicio doméstico uniformado para que golpeara la
cacerola Essen, era un clásico.
De
un lado estaba el pueblo encarnado por el gobierno nacional y popular, y del
otro lado ellos, los gorilas, los sectores del privilegio.
En
estos días, ha aflorado un nuevo fenómeno que algunos analistas bien informados
percibían como larvado hasta el 10 de diciembre pasado.
Además
del odio gorila –y tal vez más trascendente que él– existía un odio peronista
contra el kirchnerismo, o al menos contra el cristinismo, que en estos días se
pone de manifiesto de manera muy brutal.
Ese
elemento se expresó claramente esta semana.
En
los mismos días en que personajes centrales del entorno de Cristina Fernández
eran detenidos o asediados por el avance de distintas causas judiciales, el
peronismo debió elegir sus autoridades y desplazó de manera muy clara a todos
los dirigentes que responden a la ex presidenta.
O sea que,
mientras los jueces avanzaron decididamente sobre ella, el peronismo dejó en
claro que está aislada.
En
la cúpula de la nueva conducción del PJ figuran personalidades que acompañaron
hasta el mismo día del final a Cristina, como José Luis Gioja y Daniel Scioli.
Sin
embargo, en la conducción no figura ningún dirigente de La Cámpora, la
agrupación del hijo de la Presidenta que pretendió conducir al justicialismo y
ahora es marginada de todos los espacios de poder.
En
la conformación de la nueva conducción estuvieron presentes todos los
gobernadores menos una:
no
es necesario dar su nombre.
¿Qué es lo que
expresa tanta crueldad?
Las
semanas anteriores, el gobierno nacional necesitaba decididamente del Frente
para la Victoria para aprobar leyes clave en el Congreso.
El bloque del
Senado no solamente desobedeció la orden de resistir la propuesta oficialista y
así Macri consiguió un inédito 75 por ciento de los votos.
Además,
nunca incluyó en la mesa de negociaciones la situación judicial de la ex
presidenta y los suyos.
A
diferencia de lo ocurrido cuando Carlos Menem fue detenido, que se realizaron
una serie de actos de solidaridad con él, en estos días la única muestra de
solidaridad la pronunció Daniel Scioli y no fue hacia Cristina sino hacia el
actual presidente Mauricio Macri, por el escándalo de los “Panamá papers”.
“Creo en la
explicación y en la inocencia del Presidente”, dijo Scioli,
días después de que Cristina acusara a Macri por el escándalo.
El
peronismo, en cierto sentido, realizó la misma voltereta que el sector
mayoritario de la justicia federal.
En
un caso, las causas dormidas despertaron a una velocidad de vértigo.
En
el otro, todos los que levantaban la mano para obedecer a Cristina, hoy lo
hacen para desarmar el andamiaje de poder e ideas que rigieron a la Argentina
durante doce años.
Los
acontecimientos se suceden unos a otros de tal manera que no hay tiempo de
analizarlos en profundidad, pero la seguidilla de estos días conforma una línea
de puntos cuyo destino final es Cristina Fernández de Kirchner.
Si
detienen a Ricardo Jaime y dejan trascender que dijo que era Cristina quien le
daba las órdenes,
si
luego encierran a Lázaro Báez,
si
se multiplican las causas que afectan a Julio De Vido, empieza a quedar claro
que,
al menos en el
área judicial, la ex presidenta llevará una vida muy agitada.
En
ese contexto, solo los jóvenes de La Cámpora gritan que se va a armar quilombo
si la tocan.
En
cada pueblo del país hubo dirigentes peronistas que bautizaron algo con el
nombre de Néstor Kirchner.
Ahora no abren
la boca.
Los
voceros más expresivos de la bronca del peronismo son Juan Urtubey, Diego
Bossio y Miguel Pichetto.
Pero
cualquiera que recorra los pasillos lo escuchará por todos lados, incluso de
boca de ex ministros de Cristina. Todos
repiten historias de maltrato, exigencias de obediencia desmedidas,
enumeran supuestos errores políticos que llevaron a la derrota y contrastan el
estilo de Cristina con el de Néstor Kirchner.
En
ese sentido, debería interpretarse la frase de Pichetto respecto de que
Kirchner les hubiera pagado a los fondos buitre.
Y
mucha más, la otra:
“Recuperé
la capacidad de decir lo que pienso”
En
el peronismo hay una especie de desahogo.
Su
actitud no es solo producto del oportunismo habitual que les lleva a respetar a
sus líderes sólo mientras les sirven y luego los abandonan en un tris.
Hay,
además, un componente de ensañamiento que se
revela en la velocidad y en la crueldad con que abandonaron y comenzaron a
desobedecer a quien hasta hace poco mencionaban como “la Jefa”.
En
ese desahogo, y en ese ensañamiento, encuentra un piso cómodo donde apoyarse el
macrismo.
Parece
inverosímil que el gobierno nacional anuncie que ya ha despedido 20 mil
empleados públicos, y que la mayoría son
de La Cámpora, sin que los cuerpos orgánicos del PJ, sus gobernadores,
legisladores, intendentes, digan una sola palabra.
Por
supuesto, en esta dinámica no hay solo una parte.
Si
Cristina les resultaba autoritaria, maltratadora, humillante, loca o lo que
fuere, las personas grandes tranquilamente pueden denunciar lo que les parece
mal, frenar un maltrato o, directamente, abandonar el barco.
De
hecho, muchos peronistas lo hicieron.
El
precursor fue Felipe Solá, luego seguido por José Manuel de la Sota, Sergio
Massa, Carlos Verna, Carlos Reutemann y tantos otros.
Son
todas personas grandes, con experiencia y respaldo económico:
Nada los
obligaba a obedecer hasta las órdenes más absurdas de Cristina.
El
proceso de descomposición de todo lo que existía hasta el 10 de diciembre llega
hasta Santa Cruz.
Días
antes de la detención de Lázaro Báez, Alicia Kirchner le quitó todas las obras
de la provincia gracias a las cuales se había enriquecido y Ricardo Echegaray
sostuvo que el empresario debía ir preso.
Lázaro respondió
que ni Alicia ni el ex titular de la AFIP pueden explicar su patrimonio.
O
sea que las personas que fueron de confianza de la ex presidenta se acusaban de
ladrones mutuamente.
Sobre
ese castillo de naipes pasa la aplanadora macrista.
Hace
unos años, cuando esa maquinaria pertenecía al kirchnerismo, para muchos era
obvio que su crueldad establecía reglas de juego que tarde o temprano se les
volverían en contra.
Es
lo que está ocurriendo. Esa parábola no frena nunca.
Los
que hoy festejan, tal vez deberían saberlo.
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