Por
Gabriela Pousa
No hay
margen para el aburrimiento.
Argentina
se ha convertido en un país con ganas de serlo.
Quizás
ahí radique todo el secreto.
Las
explicaciones micro y macroeconómicas no aportan demasiado a la hora de buscar
respuestas aunque todo pueda explicarse desde la ciencia.
Lo
cierto es que cuando al argentino promedio le tocan el bolsillo las razones se
esfuman frente a la cerrazón que provoca tener que ajustarse el cinturón.
Nadie lo
niega:
Es antipático el tarifazo.
Pero
cuidado porque una cosa es lo que sucede en ese sector tan peculiar de clase
media a la cual nada le conforma demasiado, y otra muy distinta es lo que le
acontece a aquel que de veras no logra llegar a fin de mes.
Unos y
otros deben ceder, pero para los primeros ceder puede significar evitar una
salida al teatro o al cine, y para el
resto puede implicar pasar un día sin comer.
Las
diferencias son abismales.
Es un
error muy común creer que lo peor de todo es lo que me pasa a mí.
El culto
al propio ombligo nos fue inculcado durante años por el kirchnerismo.
“¿Qué te va a hacer pagar 6 pesos
el colectivo si pagas 20 por los puchos?”, razonamiento del burgués, del que se cree piola e
inteligente pero no puede ver más allá del celular o la PC.
El
ajuste afecta a todos pero de distinto modo.
No hay
empatía ni la puede haber entre sectores sociales con escenarios
sustancialmente diferentes.
La
realidad es una, las perspectivas y cómo
afecta la vida son muchas.
Tal vez sea tiempo de aprender a
callar y ejercer la paciencia que tanto utilizamos durante la última década.
El
pobre, el indigente no entiende ni tiene por qué entender las consecuencias del
populismo, el saqueo y el desgobierno del kirchnerismo.
A él no
le sirve la conferencia de prensa de un ministro.
Bernard
Shaw decía “una lengua común nos separa”, y hoy por hoy tenemos lenguajes
distintos.
Esto es
lo que parece no terminar de comprender el gobierno.
Cuando
se dice que la administración Macri no comunica bien, lo que en verdad se está diciendo es que el mensaje no llega a la
totalidad de la sociedad.
¿Por qué
sucede eso?
Porque
hay una asignatura pendiente:
Educar
al soberano, una deuda peor que la de los holdouts.
A unos
les llega el razonamiento, a otros apenas las consecuencias de los hechos.
Imaginen
un hombre de mediana edad que sale a las 5 de la mañana de su casa en el
conurbano bonaerense, sorteando delincuentes, que toma el tren y un colectivo
luego para llegar a su trabajo donde pasa 7 u 8 horas, y regresa al hogar donde
lo esperan uno o más chicos a los cuales hay que educar y alimentar.
A ese
hombre, ¿qué puede importarle los
“Panamá Papers”, los holdouts, Ricardo Jaime, la herencia recibida, las
sociedades off shore o lo que paga el mundo desarrollado el subterráneo?
A ese
hombre le importa que a su familia no le falte lo mínimo indispensable.
A ese
hombre hay que explicarle que los aumentos son necesarios – no por los atrasos
tarifarios del populismo K -, sino porque de lo contrario, en lo sucesivo no
podrá seguir viajando.
Y lo
principal: hay que actuar para que vea esa realidad.
A fuerza
de desventuras y desengaños estamos más cerca de Santo Tomás (“ver para creer“)
que de cualquier otro santo. Desde luego que no se lo va a convencer ni quedará
satisfecho razón por la cual urge achicar los tiempos entre el decir y el hacer.
El desafío de Macri es justamente
transformar el largo plazo en mediano.
Aceptando
esto se comprende que el actual gobierno haya mantenido ciertos programas como
“precios cuidados” o “Ahora doce“.
A veces
lo simbólico también es necesario.
Lo que no contempló la gestión
PRO es que a veces lo urgente es enemigo de lo importante.
Digamos
que hubo un cortocircuito entre el gradualismo y el shock.
Se
pagará el costo político aunque en ese aspecto sí se manejaron bien los
tiempos:
Este
será menor ahora que ya se votó que cuando esté cerca otra elección.
Un dato
no menor que debe haber sido tenido en cuenta a la hora de decidir si aumentar
todo junto o no.
Asimismo,
hay que admitir que no puede condenársele a quienes no comprenden las causas
por las cuales suben tarifas abruptamente.
En
Argentina hay un problema de base:
La educación.
La
crisis cultural supera ampliamente el caos económico que dejó Axel Kicillof.
Hay
gente que hoy, al prender la televisión, ve a Jaime esposado como quién ve un
dibujo animado.
Quién se regocija con las esposas
puestas al ex funcionario es la clase media harta de la impunidad y con tiempo
para escuchar, entender y reclamar.
El resto
está en la marginalidad cultural.
Y con
esto no pretendemos estigmatizar ni quitarle inteligencia o dones a los pobres.
Las
prioridades son disímiles, los intereses también.
Si a la clase media le meten
presa a Cristina, el boleto del colectivo puede irse a 10 ó 20 pesos que la
queja se reducirá a un murmullo no más.
Desde
luego que le afectará, pero ha llegado a este presente con una necesidad
superior a la material:
La sed de justicia, castigo y
verdad.
Claro
que es consciente que no basta con Ricardo Jaime y Lázaro Báez.
Hay una
jefa detrás.
A esa
gente que interactúa en las redes sociales y cuya capacidad de asombrarse nunca
termina de menguar, la puede entretener un debate en el Congreso, el destino de
Oyarbide, lo que hará Ercolini, Bonadio o Marijuan.
Y es
posible que no comprenda que hay otra Argentina a la cual esos nombres le son
tan ajenos como el gabinete de gobierno noruego.
Esa
grieta social es la que parece no estar teniendo en cuenta Cambiemos.
El
plural del nombre elegido para la coalición que ganó la última elección debe
ser contemplado y atendido sin excepción. Hay que llegar al tuitero indignado
pero también al obrero que no tiene internet en su hogar ni tiempo para
averiguar de qué trata una red social.
Los aciertos de Mauricio Macri
desde su asunción son más que sus desaciertos, pero tanto los primeros como los segundos fueron
explicados a quienes saben que venimos del latrocinio, y no a quienes creen aún
que el subsidio y el Estado son una suerte de Papá Noel y Reyes Magos.
Para que en el futuro no se corte
la luz hubo que aumentar la tarifa de la electricidad, pues bien para que en
ese mismo futuro no quede media población postergada y de mal humor hay que
aumentar la educación.
Solo así
no será tan complejo pasar del gradualismo al shock.
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