"Una
vez que ha hecho presa en el ser humano, la avaricia no conoce límites".
Henning
Mankell
Se
atrasó tres meses, pero aplaudo la decisión del Gobierno de dar a conocer
anteayer "El estado del
Estado",
un
inventario preliminar que describe en qué condiciones dejó el kirchnerismo a la
nación, después de doce años y medio de ejercer el poder con una inédita
vocación por el latrocinio más despiadado.
No he
tenido tiempo de leerlo en detalle, porque son 223 páginas, y por ello
postergaré su análisis.
Sin
embargo, en esa nefasta herencia se destacan, además de la corrupción, los dos
ítems que sirven de título.
Frente
el feroz aumento de la inflación desde antes de la fallida entrega del poder
por parte de Cristina -cuando la Secretaría de Comercio dejó de ejercer el
poder de policía del cual había abusado hasta entonces- se ha planteado la
discusión acerca de qué conducta asumir frente a los empresarios y los
"formadores de precios"
Liberales
a ultranza y estatistas trasnochados se preguntan cómo disciplinarlos sin
agredir al famoso "mercado".
Para
situarnos correctamente frente al tema, debemos partir de un adecuado
diagnóstico.
Para
atraer las indispensables inversiones productivas se requieren,
prioritariamente, dos requisitos:
La seguridad jurídica y el
sostenido suministro de energía.
El
primero, después de seis meses de gestión de Cambiemos, está encarrilándose y,
a mediano plazo, se habrá logrado transmitirlo así.
En
cambio, para el segundo se necesita tiempo, y nadie puede pensar en invertir -construyendo una fábrica, por ejemplo-
si no sabe si tendrá luz y gas para hacer funcionar su proyecto.
Más allá
de estar convencido que esa carencia de energía se debe, exclusivamente, a la
voluntad de Néstor (q.e.p.d.) de robarse el 25% de YPF, operación que concretó
a través de una compañía australiana teóricamente perteneciente a la familia
Eskenazy, creo que llegar a la solución permanente de la escasez insumirá más
que los tres años y medio que tiene por delante el actual turno presidencial.
Hasta
entonces, y como decía Aldo Ferrer, deberemos "vivir con lo nuestro" en materia de fábricas, ya que ese
requisito también incide en las decisiones de inversión de los actuales
empresarios, habituados hace décadas a exigir barreras a la competencia
internacional bajo la amenaza del desempleo generalizado.
Así, por
la vía de la extorsión más descarada, consiguieron -aún lo hacen- disponer de un coto de caza en el cual pudieron
vender baja calidad a altos precios; total, nadie podía venir a poner en riesgo
sus pingües negocios.
Sin
embargo, existe un camino alternativo, ensayado con éxito por muchos países de
la región y de Europa, de dimensiones poblacionales y atrasos tecnológicos
comparables a los nuestros.
Y ese
camino, obviamente, es la apertura total de la economía y la firma de tratados
de libre comercio.
Antes
que los cultores del más acendrado proteccionismo comiencen a gritar y
maldecirme, aclaro que esa apertura debe ser concretada a mediano plazo, pero
con fecha y hora previamente establecidas.
En el ínterin, el Estado debe
ofrecer a los industriales los créditos necesarios para que puedan reconvertir
sus empresas y prepararlas para la libre competencia internacional.
Podemos
tener muchos defectos, pero disponemos de las materias primas y de los
profesionales necesarios para llevar adelante esa transformación, y los
adelantos tecnológicos están disponibles en el mundo.
Nuestro
país tiene cuarenta y un millones de habitantes,
pero un tercio de ellos se
encuentra por debajo de la línea de pobreza.
Esto se
traduce, linealmente, en un mercado interno muy reducido, al que cualquier
cimbronazo en sus ingresos -y las actuales circunstancias son una prueba de
ello- conmueve y lo hace dejar de consumir.
El
círculo maldito es, así, perfecto:
Las
empresas, ante la caída en las ventas, comienzan a despedir personal y se
incrementa el número de pobres pero, para no perder ganancias, los precios
aumentan.
Con la
descripción del párrafo anterior, resulta claro que la Argentina no está en
condiciones, por su economía de pequeña escala, de fabricar productos en forma
masiva.
Nuestros
actuales costos internos (impuestos, salarios y cargas sociales) nos impiden
competir con países (Sudeste asiático, China, India, Brasil, etc.) en los cuales la suma de esos ítems resulta
sensiblemente inferior.
Pero, en
cambio, podemos hacerlo en condiciones favorables en aquellos mercados en los
que se prioriza la calidad y el diseño sobre el precio, que pasa a ser un
factor casi despreciable.
En
resumen, ¿por qué fabricar prendas de
jean o calzados mediocres y, además, internacionalmente caros cuando podemos
vender excelencia, moda, innovación y, por qué no, lujo a un mundo cada vez más
pretencioso y rico?
Esa es
la reconversión a la que me refiero, y allí sí el Estado debe estar presente
para alentarla y favorecerla.
Si lo
logramos, podríamos levantar, sin riesgo alguno para el empleo nacional, todas
las barreras aduaneras que hoy impiden que lleguen productos inferiores y más
baratos, a los cuales accederían muchos de nuestros más pobres conciudadanos.
Si tuvo
el privilegio de viajar, ¿vio a grandes y prestigiosas empresas de cualquier
rubro -alimentos, indumentaria, decoración, belleza, etc.- protestar contra los
productos baratos extranjeros?
No juegan en los mismos mercados,
ni les interesa hacerlo.
Si
siguiéramos esa receta de vender al mundo de altos precios, estaríamos en
condiciones de pagar mejores salarios y ocupar más mano de obra.
A la
vez, con el arribo de los productos inferiores importados bajaría la inflación
y nos beneficiaríamos todos.
En una
palabra, nos pareceríamos más a Alemania, aunque allí haya más pobres, como
sostenía Aníbal La Morsa Fernández sin que se le moviera el bigote.
Cambiando
de tema, la marcha que organizaron las dos CTA esta semana confirmó mis
temores:
La
presencia de agrupaciones como Miles (D'Elía), Quebracho (Esteche) y Tupac
Amaru (Milagro Salas) requirió de una financiación que sólo Cristóbal Timba
López pudo proporcionar, sospecha que se
reafirmó cuando vi cómo se tornaba cada vez más virulento el discurso
desestabilizador desde su multimedios, encabezado por C5N.
Creo que
todos esas movidas tienen como destinatarios a los jueces federales, a los
cuales se busca inquietar ante la posibilidad de un regreso del kirchnerismo.
Sin
embargo, no podrá transformarse en impunidad, porque los magistrados están mucho más cómodos con Macri,
cuya gobernabilidad misma sería puesta en riesgo si los
autores de tantos desaguisados no fueran castigados, aunque los famosos sobres
hayan dejado de circular con su administración.
Mañana,
cuando Lázaro Bóvedas Báez concrete su reunión privada con los integrantes de
la Sala II de la Cámara Federal Penal, seguramente
la Justicia se acercará aún más a la ya muy inquieta emperatriz destronada.
Bs.As.,
5 Jun 16
Enrique Guillermo Avogadro
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