José
Benegas
El
siguiente argumento es repetido como un mantra por partidarios de Rousseff y
por comentaristas y periodistas:
“Aquellos
que juzgaron a la presidente de Brasil están tan comprometidos con las
investigaciones de corrupción como la propia Dilma”, por lo tanto no pueden
condenarla.
Es
completamente inválido.
Lo
mismo dicen cuando frente al latrocinio generalizado del kirchnerismo, se
responde:
“Macri
es igual”...
Respuesta
sin sentido aún cuando la igualdad fuera cierta.
Lo
asombroso es cómo se repite fuera de los sectores interesados y en mi opinión
tiene que ver con la capacidad de difamación y castigo psicológico que ha
desarrollado la izquierda, que hace que mucha gente con poco valor esté
pensando todo el tiempo si lo que va a decir de algún modo la pone a merced de
ese ojo censor.
Lo
que se conoce como “corrección política” que es el resultado de un acoso moral.
Es
un argumento mafioso porque supone que deberían callarse o apoyarla los que son
iguales que ella.
Es
como decir “son del mismo club” para justificar que sean tolerantes con los
crímenes de un “par”.
No
se cómo descendimos al punto en que no se dan cuenta de lo que denota esa
observación:
Deben
preservarse los valores de la mafia.
El
juicio político por cierto no es bueno ni correcto por sí mismo, pero tampoco
es un juicio penal.
Los
mismos que repiten el argumento mafioso en el día de hoy se encargaron de
aclarar que el proceso contra Rousseff no se basaba en actos de corrupción sino en el desvío de partidas con fines
partidarios.
El primer error
es pensar que corrupción es nada más llevarse dinero a casa, porque para la
cultura latinoamericana el lucro es un tabú, algo que no se puede mostrar,
mientras se relativiza cualquier acto delictivo que no implique eso.
Un
crimen no requiere quedarse con nada en lo personal.
Ni
siquiera el problema del robo es el “beneficio propio”, sino la violación de la
propiedad.
Desviar partidas
por razones políticas es una forma de defraudación y es estrictamente un caso
de corrupción,
en tanto que esta palabra quiere decir “desnaturalización”, puede ser de la
función o del acto.
En
este caso la función del presupuesto, un elemento esencial entre quienes están
en el poder manejando fondos que no les pertenecen y la gente.
Desviar fondos
es apoderarse de ellos.
El
segundo error es darle nulo valor a las investigaciones sobre Petrobrás al
contexto del juicio político.
Como
en muchas investigaciones criminales cuando hay una multiplicidad de hechos, es
válido elegir algunos que están más claros para llegar a una condena.
Si
este desvío de fondos no requiere una investigación ulterior, es un medio
idóneo para juzgar a una presidente que además de malversar fondos, está
involucrada como ex ministra del área en el escándalo de Petrobrás.
Es decir, no es
que el proceso no tiene nada que ver con ese caso.
Lo
mismo y tal vez de un modo más determinante, puede decirse de la recesión
profunda que vive el país, forma parte fundamental de la situación de una
presidente a ser responsabilizada por sus actos y errores.
Son tres las
motivaciones fundamentales de la destitución de la ex presidente, aunque en la
condena se tuviera en cuenta una sola.
Distinto
sería el caso si todo fuera inventado, que es el único punto aquí.
Ni
el argumento mafioso ni el pretendido divorcio de las otras dos cuestiones
fundamentales, sirven para responder lo que habría que responder que es la
realidad de las imputaciones.
En
la Argentina se vivió un proceso de juicio político que era una verdadera farsa
contra la Corte Suprema.
Los
hechos invocados no tenían ninguna entidad y se basaban en el desacuerdo
jurídico de gente bastante ignorante, sobre el cuál la Corte tenía la máxima
autoridad y encima se los usó para condenar a los réprobos y no se les aplicó a
los que seguían los criterios que interesaban al poder.
El
contexto que servía como motivación era imposible de invocar:
El gobierno
quería el control de la justicia para cambiar la jurisprudencia respecto del “corralito”
y las causas sobre los hechos de la guerra sucia.
El
juicio político es una bendición.
Brasil
lo ha utilizado dos veces para presidentes en las antípodas ideológicas.
Una
república y el poder en general requieren responsabilidad, es bueno que los
presidentes, que son todopoderosos, se sientan vulnerables.
Hay
una versión híper legitimadora según la cual el resultado es malo porque
contradice al voto a favor de Rousseff de la población.
Primera falacia:
No
fue elegida para violar la ley.
No
hay pronunciamiento de la gente al respeto y los legisladores también fueron votados entre otras cosas para
eventualmente llevar adelante un juicio político contra alguien obviamente
votado.
En
segundo lugar, más importante aún, esa interpretación de una “democracia” como
la selección de un dueño del país que no puede ser tocado, no vale nada.
A
los mismos marxistas que años atrás hablaban abiertamente de terminar con ella
les encanta para llevar adelante dictaduras votadas de una población cautiva
del populismo.
Pero
si esa fuera la democracia, habría que terminar con ella por ser el régimen más
perverso de opresión imaginable.
La
opresión en nombre de los oprimidos…
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