Mikel
Agirregabiria Agirre
En
los orígenes del teatro en la Grecia Clásica, los actores se fueron sumando
paulatinamente a las representaciones.
A
medida que los dramaturgos incorporaron nuevos personajes, aparecieron los
sucesivos actores destacados en escena, aparte del coro.
Tespis
inventó el primer actor o protagonista.
Posteriormente,
Esquilo concibe al deuteragonista (segundo actor), y Sófocles crea el
tritagonista (el tercer actor). Eurípides añade, en ocasiones, un cuarto
personaje que no habla.
Conforme
va creciendo el número de actores, se incrementan las posibilidades dramáticas
y la acción se enriquece haciéndose más realista, pero se pierde el sentido
ritual y religioso del teatro griego originario.
En nuestro
panorama político hemos vivido en las tres últimas décadas una transformación
similar en la comedia política.
De
la dictadura franquista con un solo poder omnímodo de tragedia tiránica, se
pasó a una democracia “vigilada” de finales de los años 70, seguida de un
proceso esperanzador de protagonismo de los pueblos y de la ciudadanía, con
pluralismo político, prensa variada y separación de poderes.
Sin
embargo, la última legislatura del PP con mayoría absoluta empieza a parecer un
sainete retrógrado en opinión de muchos, por la infiltración y connivencia de
poderes que debieran ser celosamente independientes en una democracia.
Resulta
indeseable este cuarto actor judicial, que
no habla pero coarta, para la ciudadanía (héroe
protagonista), para los partidos políticos (deuteragonista) y para los medios
de comunicación (tritagonista).
El
Talmud decía:
¡Ay
de la generación cuyos jueces merecen ser juzgados!
Vivimos
una triste época en la que se propaga sobre el escenario político una extraña
sombra negra para acallar la expresión, el debate y el diálogo entre los únicos
intérpretes sociales:
La ciudadanía y
sus legítimos representantes políticos.
El
fraudulento protagonismo creciente del poder judicial en la vida política
resulta escandaloso, con actuaciones estrella de primera plana amañadas por el
poder ejecutivo del momento.
Sólo
resulta más lacerante y penoso el indigno silencio de una prensa,
mayoritariamente comprada o amordazada, que otorga y calla…
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