Decidir
es tomar una determinación o una resolución, es optar por una de las opciones
que se plantean ante un hecho o una situación determinada.
En
rigor de verdad el hombre decide permanentemente y a cada instante su acción y
su conducta, pero la mayoría de estas decisiones son casi automáticas y de
acuerdo al estilo de vida, a la condición de la persona y a sus costumbres o la
de su sociedad.
Tomar
una decisión significa asimismo tener firmeza de carácter, poseer un estilo de
vida y ser coherente con el pensamiento interior.
Pero
la decisión puede ser una resolución o una sentencia, que escapa a la persona
que la toma y condiciona a otros seres humanos.
También
puede ser un concepto existencial de compromiso con la vida misma y comprende
en el mismo sentido una elección, una vocación y el destino mismo del hombre.
Desde
la psicología se entiende como la elección que sigue a la deliberación y es lo
que hace posible la conducta, comprendiendo la voluntad del sujeto que la toma.
El grado de la
decisión depende de la determinación subjetiva y de la capacidad volitiva de la
persona.
Hay
un compromiso que se puede asumir de una manera lábil o profundamente y hasta
las últimas consecuencias.
Porque
en ellas es posible un riesgo, ya que la persona no sabe las consecuencias que
pueda acarrear y también hace responsable a la persona de la toma de
decisiones, por lo que pueda acarrear socialmente en el grupo o comunidad en
que se encuentra.
Tomar
una decisión es posicionarse en un lugar, asumir un rol, evaluar un diagnóstico
de situación y proyectar el futuro en relación a lo planteado.
La
magnitud y la importancia de las decisiones dependen de cómo influye el
conflicto en uno mismo, y de la trascendencia que tenga el mismo hacia lo
externo del sujeto.
Hay
decisiones que marcan un tiempo específico, que voy a hacer hoy, esta semana o
mes, o este año.
Hay
las que marcan un período más extenso y hay algunas de tal magnitud que marcan
la vida.
Y
hay otras que son decisivas, no tienen vuelta, tomadas, sus condiciones son
tales que no es posible reverlas.
Son
primordiales las de índole moral, porque nos marcan y nos señalan no sólo en
nuestro interior sino también en nuestra relación.
Las
de índole social nos indican hacia dónde va nuestro pensamiento y nuestra
voluntad, y como respondemos al compromiso con los demás, en nuestra relación,
en tomar partido e intentar hacer algo que posibilite una vida mejor y más
buena.
La decisión más
importante es la decisión de amar.
Elegir
en priorizar el amor al prójimo antes que el amor a sí mismo.
Esta
decisión nace de lo más profundo del corazón y marca ineludiblemente el
carácter y la personalidad.
Pero
el amor para ser auténtico debe ver al otro, al sujeto al que se ama en su
condición de tal.
Porque
dar amor es la posibilidad que el otro lo reciba.
¿y que amor
entregamos?
Acaso
el amor que nosotros queremos o el que nuestro prójimo quiere.
Es
muy común amar aún demasiado, pero en las condiciones que uno considera, y
entonces impostamos en el otro lo que queremos y ese amor se transforma en
control, en autoridad hasta en una pesadilla.
Amar de verdad
es buscar la felicidad de quien amamos y darle la posibilidad que exprese lo
que quiere y lo que siente, desde él, no desde nosotros.
Por
eso el amor es entrega y el verdadero amor no espera reciprocidad, solo le
basta amar y si se produce un vínculo de relación de amor recíproco se eleva a
un ideal casi paradisíaco.
Al
hombre hay que amarlo tal cual es, sin condiciones y respetando su libertad y
su personalidad…
Nuestra
capacidad de amor es infinita e incalculable y la vida entera debe ser un acto
de amor, como decisión libre, voluntaria y responsable.
Elías D. Galati
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