Envío
de Oscar Fernando Larrosa/Facebook
Por
Hadrian Bragation.
“Cuando
recuperó la conciencia, el alma de Fidel hallábase en los campos:
Era
su condena cosechar caña de azúcar hasta el fin de los tiempos, que nunca
acaban, en un campo de trabajo, junto a Guevara.
¿Ves
ahora por qué sangro?
La
caña destroza mis manos, rompe mis rodillas, penetra mi piel como las lanzas.
Acostúmbrate; aquí
aprenderás a sangrar.
Fidel
lloró y protestó; jamás había ejercido profesión u oficio en su vida; nada
sabía de cosechas y caña.
Resignado, Guevara se vio obligado a ayudarlo…
Al
cabo de unos cuantos años (en la eternidad el tiempo es más dilatado) ya podía
cumplir con la recolección de la mitad de su cuota diaria, siempre entre
lamentos y estertores.
Murió
y resucitó varias veces (el alma también puede morir en la tristeza del trabajo
forzado y monótono), pero no había dios a quien pedir clemencia ni revisión de
su condena ni cese de su resurrección.
Guevara
huía de él como de la peste, porque sangraba con profusión y cuando estaban
juntos sus sangres se mezclaban y era, a la vez, cómico y patético verlos
discutir en la inmundicia de la sangre y el estiércol y el deshecho de la caña
por un sitio seco donde echarse a descansar antes de que los severos capataces
retornaran para llamarlos de nuevo al trabajo.”
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