"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

lunes, 28 de noviembre de 2016

El futuro del exilio

La muerte de Fidel Castro había que observarla a ambos lados del estrecho de Florida.
Álvaro Vargas Llosa

Algún día tenía que ocurrir que los rumores acerca de la muerte de Fidel resultaran ciertos.
Desde hace medio siglo que, con la periodicidad de un ritual, Miami celebra la muerte, finalmente desmentida, del cruel tirano.
Me tocó vivir al menos dos veces el deceso prematuro de Castro en el sur de la Florida (la última vez, tomándome un mojito en el Habana Vieja mientras a mi alrededor veía el restaurante transformarse en un carnaval).
Nadie que no haya vivido esa experiencia puede hacerse una idea de lo que significa para un pueblo que lleva esperando su Godot a través de sucesivas generaciones vivir en el rumor permanente de que ahora sí, esta vez es cierto.

Era una forma de soportar mejor la existencia matando con el deseo a quien en cinco décadas no pudieron derrotar en vida.
Ningún exilio, en tiempos modernos, es comparable al cubano.
Ha habido otros tan o más numerosos, y tan o más desgarrados por la pérdida de la patria.
Pero ninguno reprodujo su país de origen en una geografía distinta, trasplantándolo como si lo hubiera arrancado de cuajo e instalado tal cual en otra tierra, como el cubano.
Y ninguno organizó su vida alrededor de la obsesión de un enemigo como ese ni preservó tan fielmente, durante tanto tiempo, el amor a su patria.
Por ello, cada vez que llegaba a oídos de los periodistas, políticos y observadores de estas cosas el rumor de la muerte de Castro, tendíamos de inmediato un ojo a Miami mientras apuntábamos el otro hacia la isla.

Había dos Cubas, una geográfica y la otra existencial, y las dos giraban en torno a Castro.
Por tanto, la muerte de Castro había que observarla a ambos lados del estrecho de Florida.
Nos obligaba a un ejercicio de bizquera.
Hasta que fue cierto.
Algún día tenía que serlo.
¿Y ahora qué? 

Ha empezado la cuenta regresiva de un régimen que ya no será el mismo pues Raúl Castro, además de que está muy mayor, carece del aura poco menos que religiosa que tenía Fidel para el aparato comunista.
Pero aun cuando desaparezca Raúl, así lo más probable es que siga habiendo dos Cubas.
Estarán más comunicadas que antes desde todos los puntos de vista -familiar, político, comercial, financiero-, pero no es concebible que el millón y medio de cubanos que viven en los Estados Unidos se traslade de regreso a la isla.
Recordemos quiénes son y cuánto tiempo llevan los cubanos de Estados Unidos fuera de su patria de origen.

La primera oleada, compuesta por la clase media alta, fue parte de la estampida de los años iniciales de la Revolución (1959-1962).
La segunda, más ordenada y mixta porque había en ella cubanos de clase media y también de clase media baja, fue la que negociaron Estados Unidos y Cuba y que dejó la isla en los llamados “vuelos de la libertad” (1965-1974).
La tercera fue la de los “marielitos” -un espectro representativo de toda la sociedad-, conocidos así porque buena parte de ellos salieron por el puerto del Mariel cuando Fidel Castro lanzó a Estados Unidos una andanada migratoria a modo de provocación y advertencia (1980).
La cuarta vino después de la caída del Muro de Berlín y continuó hasta hoy. 

Estuvo mayormente compuesta por balseros, esa categoría social que conmovió al mundo con su drama cotidiano de embarcaciones precarias que, entre temporales y tiburones, pugnaban por huir hacia la libertad.
A ellos se han ido sumando unos 20 mil que cada año, como resultado de un acuerdo político entre Washington y La Habana, reciben una visa de inmigrantes.
No hay duda de que el exilio tuvo éxito en Estados Unidos.
A pesar de representar el 4% del total de hispanos, contribuye un 10% a la economía hispana en ese país.
Hay unos 200 mil negocios cubanos, tres cuartas partes de los cuales están en Florida, donde vive un millón de exiliados (el resto se reparte entre Nueva Jersey, Nueva York y, en mucha menor medida, California y Texas).
Por tanto, la economía del exilio suma unos US$ 30 mil millones.
Si tenemos en cuenta que los 11 millones de cubanos que hay en Cuba producen al año US$ 40 mil millones, el millón y medio que hay en Estados Unidos produce, por persona, siete veces más riqueza que la que producen sus compatriotas.
Pero los cubanos del exilio no sólo supieron jugar el juego capitalista.

También supieron jugar el democrático:
A partir de los años 80 se insertaron en el sistema, formando grupos de cabildeo poderosos, eligiendo y financiando congresistas y presidentes, y participando en todos los niveles de la administración pública norteamericana.
El secretario de Comercio del gobierno de George Bush fue un cubano que salió de la isla de niño.
No me cabe duda de que cuando Cuba sea libre, el exilio recibirá el reconocimiento que merece de parte de sus propios compatriotas de la isla.

© Voces.
La Tercera

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