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Por Gabriela Pousa –
Borges
encontraría una sola forma de describir la Argentina en el comienzo de la era
macrista:
Desde
el enigma.
De
esa forma, habría que asumir que “Somos
Edipo y de un eterno modo la larga y triple bestia somos, todo lo que seremos y
lo que hemos sido. Nos aniquilaría ver la ingente forma de nuestro ser;
piadosamente Dios nos depara sucesión y olvido”.
Y
en esa sucesión y olvido volver a ser lo que antes fuimos.
El
asunto entonces es averiguar en cuál “antes” queremos vivir los argentinos, y
qué “antes” nos ha sucedido para entender por qué esto no es la panacea que nos
auto creamos como mecanismo de defensa, al votar “Cambiamos” en la elección de
octubre pasado.
Porque,
como sostuvo sin titubeos y desde su anárquica pero efectiva forma de comunicar
Marcos Peña, este no es el mejor momento ni estamos para tirar manteca al
techo.
Ahí
quizás está el problema:
Veníamos de
fiesta en fiesta, derrochando si no manteca, energía, gas, agua y creyendo que
las cuotas las pagaría Magoya.
Pues
bien, Magoya no existe y se estima que es apenas una contracción singular que
viene de unir “mago” y “ya” utilizada cuando se quieren eludir una
responsabilidad.
Tal
vez, desde ahora, pueda definirse a Magoya como cualquier habitante de este
suelo, enfrentado a un presente que lo asombra cuando, en rigor, es
consecuencia del asombro que no supo tener frente al relato durante doce años.
La afirmación del jefe de Gabinete le es suficiente a la errática oposición que
busca denodadamente un espacio para decir “aquí estoy”, pero es demasiado vaga
y llana para establecer el hoy como “el antes que fuimos” apenas unos meses
atrás.
Las
diferencias saltan a la vista, a tal punto que ni las tarifas de los servicios
ni los precios son los mismos.
¿Y
nosotros?
Por
momentos pareciera que sí.
Pareciera que sí cuando la
indignación recae en situaciones que no comenzaron con este gobierno,
cuando
se pretende que la Justicia sea Justicia después de haber sido un apéndice de
la Presidencia y no sólo eso, sino que
se exige que sea el actual mandatario quien haga algo.
Si
lo hiciera no sería “Cambiemos”, seguiríamos siendo kirchnerismo implícito.
Durante
años se escuchó en mesas de café comentar que el tipo de cambio estaba
atrasado.
Se
nos iba la vida en criticar el cepo mientras gozábamos sin leer la letra chica,
las cuotas “sin interés” indefinidas. Hoy ya nadie parece recordar el
levantamiento del cepo que parafraseando a la dama “no fue magia”.
Y
no hubo revolución ni corrida cambiaria como vaticinaban los oráculos del
relato.
Pasamos
veranos enteros denostando el modelo, a oscuras, indignados con las fechas
patrias usadas para circos y parafernalia partidaria, sabiendo que el recital
“gratuito” de Víctor Heredia o Fito Páez nos
costaba más caro que pagar para escucharlos en un teatro.
Los
tuiteros con identidad o desde el anonimato, a quienes que no les gustaba algo,
pasaban a engrosar las listas de una Side que averiguaba con quién salía algún
artista, pero no quienes entraban y salían de las fronteras argentinas.
Soportamos
cadenas nacionales donde se nos decía cómo sufrían los pobres alemanes mientras
acá las clases bajas podían viajar por Aerolineas.
Se nos
inauguraron escuelas y hospitales sin pupitres ni maestros, sin gasas ni
médicos.
Todo
lo soportamos con un estoicismo admirable amparados
bajo el mote de “democráticos” porque, ciertamente, a Cristina se la había
votado y no una sino dos veces…
Magoya
claro.
Supimos
incluso de los bolsos, de las balanzas para pesar plata, de los viajes no
declarados y también de los sobre facturados de los funcionarios.
Se
nos contó quién era Lázaro, Cristóbal y los otros secuaces de la banda que
también sabíamos tenía base de acción en Casa Rosada, pero gracias si entre nosotros emitíamos algún sonido onomatopéyico
como demostración de espanto y desapruebo.
Es
más, convivimos doce años con todo eso desde el falso confort de las redes
sociales y el control remoto del televisor.
Y
de pronto, a meses apenas de poder frenar el tren que nos llevaba derecho a ser
Venezuela,
encontramos
la quinta pata al gato, la viga en el ojo ajeno y la mosca en el plato.
Entonces
“Cambiemos” es un “bluff” y el PRO y la UCR son un fiasco.
¿Y
por casa cómo andamos?
¿Cambiamos?
La
tentación de la inocencia, la debilidad por Poncio Pilatos y el enamoramiento
del ombligo propio nos siguen subyugando.
Todo
pasa por el bolsillo,
¿o vamos a creer
que realmente nos importa el veto o la ley anti despidos a quienes de verdad
sabemos lo que sucede en el Congreso?
El
obrero que puede quedar sin trabajo no se enteró siquiera qué votó Diputados,
ni si hubo o no cambios en el Senado.
Vieron,
en todo caso, más enfadado a Hugo Moyano por la posibilidad de intervenir la
AFA que por la situación de los empleados.
No
nos engañemos.
Si
hay críticas al actual gobierno es porque se nos exige mayor responsabilidad a
la hora de despilfarrar, y porque se pretende que nos hagamos cargo.
Y
eso es algo que a los argentinos nos causa un poco de fastidio.
No,
no estábamos acostumbrados.
De esto se trata
la República y el cambio:
De
estar y participar, de leer las entrelíneas y los por qué de algunas medidas,
de
dejar hacer sin dejar de mirar y ver,
de
rescatar algo más que la cantidad de electrodomésticos o cuotas con las que se
puede comprar,
de perder el
miedo, y decir sin titubeos que lo blanco es blanco y lo negro es negro.
De
apagar la TV si acaso un delincuente que fue juez pretende pasar a ser un
payaso mediático, de premiar y castigar con la norma y la ley, de exigir
administración de justicia al magistrado y no al jefe de Estado.
Sin
duda hay muchas cosas que aún no funcionan bien, pero estos son comienzos, y
sobre todo comienzos de llegar a ser lo que antes se fue.
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