Por si ello fuera poco, fue un hombre sencillo y, sobre todo, un hombre bueno, una característica tan ausente entre nosotros.
Desde muy joven militó en el socialismo, una filosofía política en la cual creyó ver encarnados los mejores valores de la humanidad, entendiendo por tales la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Denodadamente, luchó por la concordia en la sociedad y por el respeto a la Constitución, para intentar impedir que uno de los poderes del Estado avasallara a los demás.
Sin duda, la nación debe un homenaje a un hombre que se transformó en el último prócer de la República, tal como la soñaron hombres como Alberdi.
Porque los laureles que supimos conseguir, y que Fayt cultivó con tanto amor, hoy se han secado y ennegrecido, y resulta esencial reverdecerlos.
¡Hasta siempre, doctor!
Y que Dios, cualquiera haya sido su creencia personal, lo acompañe en el tránsito a la gloria.
Los argentinos lo despedimos con emoción y agradecimiento.
Sin usted, estamos más solos.
Bs.As., 23 Nov 16
Enrique Guillermo Avogadro
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