Alberto
Benegas Lynch (h)
No
hay posición intermedia en esta instancia del proceso de evolución cultural: o
vota la gente o impone su voluntad sobre los demás un megalómano.
Pero se debe
estar muy en guardia para que la democracia no degenere en cleptocracia en la que una
oligarquía liquide los derechos de la minoría.
Es
decir, que la democracia se convierta en una farsa grotesca como por ejemplo es
el caso venezolano hoy.
Porque
en última instancia el peligro horrendo de las dictaduras es el ataque a las
libertades de las personas, pero no es cuestión que las lesiones a los
derechos, en lugar de provocarla una persona y sus secuaces la produzca un
grupo de personas.
Y
tengamos en cuenta que Cicerón advertía que “El imperio de la multitud no es
menos tiránica que la de un hombre solo, y esa tiranía es tanto más cruel
cuanto que no hay monstruo más terrible que esa fiera que toma la forma y el
nombre de pueblo”.
Uno
de los canales de la degradación de la democracia se manifiesta a través de la
cópula hedionda entre el poder político y los empresarios prebendarios.
Puede
ilustrare este caso con los “salvatajes” realizados en Estados Unidos, recursos
entregados graciosamente a empresarios ineptos, irresponsables o las dos cosas
al mismo tiempo con el fruto del trabajo
de la gente que no tiene poder de lobby.
Al efecto de no
permitir semejante atraco y para bloquear toda manifestación de atropello a los
derechos de quienes no pertenecen a la casta que pertenece a los usurpadores, es menester
pensar en variantes que logren el objetivo de minimizar estos problemas graves.
No
puede pretenderse otros resultados manteniendo las mismas recetas que conducen
a un sistema inicuo que amenaza con terminar con la democracia y usarla como
máscara que pretende esconder una dictadura.
En
este sentido, reitero lo consignado en otra oportunidad y es que al efecto de
tener en claro lo antedicho, es pertinente tener grabado a fuego el pensamiento
de uno de los preclaros exponentes de la revolución más exitosa de lo que va de
la historia de la humanidad.
Me
refiero a Thomas Jefferson quien consignó en Notes on Virginia (1782) que “Un
despotismo electo no es el gobierno por el que luchamos” pero eso es en lo que
se ha transformado, no solo en buena parte de la región latinoamericana, sino
en países europeos y en la propia tierra de Jefferson.
La
primera vez que la Corte Suprema de Justicia estadounidense se refirió
expresamente a la “tiranía de la mayoría” fue en 1900 en el caso Taylor v.
Breknam (178 US, 548, 609) y mucho antes que eso el juez John Marshall redactó
en un célebre fallo de esa Corte (Marbury v. Madison) en 1802 donde se lee que
“toda ley incompatible con la Constitución es nula”.
Seguramente
el fallo más contundente de la Corte Suprema de Estados Unidos es el promulgado
en 1943 -prestemos especial atención debido a lo macizo del mensaje- en West
Vriginia State Board of Education v. Barnette (319 US 624) que reza de este
modo:
“El propósito de
la Declaración de Derechos fue sustraer ciertos temas de las vicisitudes de
controversias políticas, ubicarlos más allá de las mayorías y de burócratas y
consignarlos como principios para ser aplicados por las Cortes. Nuestros
derechos a la vida, a la libertad y a la propiedad, la libertad de expresión,
la libertad de prensa, la libertad de profesar el culto y la de reunión y otros
derechos fundamentales no están sujetos al voto y no dependen de ninguna
elección”.
Autores
contemporáneos como Giovanni Sartori en sus dos volúmenes de la Teoría de la
democracia se ha desgañitado explicando que el eje central de la democracia es
el respeto por las minorías y Juan A. González Calderón en Curso de derecho
constitucional apunta que los demócratas de los números ni de números entienden
ya que se basan en dos ecuaciones falsas: 50% más 1% = 100% y 50% menos 1% = 0%.
Por
su parte, Friedrich Hayek confiesa en Derecho, Legislación y Libertad que “Debo sin reservas admitir que si por
democracia se entiende dar vía libre a la ilimitada voluntad de la mayoría, en
modo alguno estoy dispuesto a llamarme demócrata”, porque como había
proclamado Benjamin Constant en uno de sus ensayos reunidos en Curso de
política constitucional: “La voluntad de
todo un pueblo no puede hacer justo lo que es injusto”.
Ahora
bien, sabemos que la cuestión de fondo es educativa en el sentido de realizar
esfuerzos para influir sobre mentes en cuanto a comprender las ventajas de la
sociedad abierta, pero entretanto es indispensable pensar en nuevos
procedimientos para maniatar al Leviatán antes que sucumban todos los vestigios
de libertad y respeto reciproco.
En
este sentido vuelvo a insistir una vez más en que en un cuadro de federalismo
se consideren las reflexiones de Bruno Leoni para el Poder Judicial en La
libertad y la ley, se tomen seriamente las propuestas para el Poder Legislativo
que efectuó Hayek en el tercer tomo de su obra mencionada y, para el Poder
Ejecutivo, se adopten los consejos de Montesquieu en Del espíritu de las
leyes en cuanto a que “El sufragio por
sorteo está en la índole de la democracia”.
Esto
último -dado que cualquiera puede gobernar- moverá los incentivos de la gente
hacia la necesidad de proteger sus vidas y haciendas, es decir, hacia el
establecimiento de límites al poder que es precisamente lo que se requiere para
sobrevivir a los atropellos de los aparatos estatales.
Como
ha indicado Popper, la pregunta de Platón sobre quien debe gobernar está mal
formulada, el asunto no es de personas sino de instituciones “para que el
gobierno haga el menor daño posible” tal como escribe aquel filósofo de la
ciencia en La sociedad abierta y sus enemigos.
Frente a los
graves problemas mencionados es indispensable usar las neuronas para contener
los abusos del poder.
Al
fin y al cabo en el recorrido humano nunca se llegará a un punto final.
Estamos
siempre en ebullición en el contexto de un proceso evolutivo.
Si
las soluciones propuestas no son consideradas adecuadas hay que proponer otras
pero quedarse de brazos cruzados esperando que ocurra un milagro no es para
nada conveniente ya que no pueden esperarse resultados distintos aplicando las
mismas recetas.
Tal
como nos han enseñado autores como Ronald Coase, Harold Demsetz y Douglas
North, debemos centrarnos en los incentivos que producen las diversas normas, y
en el caso que nos ocupa está visto que alianzas y coaliciones circunstanciales
tienden al atropello de las autonomías individuales y a degradar las metas
originales de la democracia, convirtiéndola en una macabra caricatura.
Es
hora de reflotar la democracia mientras estemos a tiempo.
Y,
se entiende, no se trata de la ruleta rusa de mayorías ilimitadas, es como ha
escrito James M. Buchanan “Resulta de una importancia crucial que recapturemos
la sabiduría del siglo dieciocho respecto a la necesidad de contralores y
balances y descartemos de una vez por todas la noción de un romanticismo idiota
de que mientras los procesos son considerados democráticos todo vale” (en
“Constitutional Imperatives for the 1990`s. The Legal Order for a Free and
Productive Economy”).
En
la misma línea argumental, es pertinente en esta columna resumir nuevamente las
posibles ventajas de introducir la idea del Triunvirato en el Poder Ejecutivo.
Hay
muy pocas personas que no se quejan (algunos están indignados) con los sucesos
del momento en diferentes países tradicionalmente considerados del mundo libre.
Las
demoliciones de las monarquías absolutas ha sido sin duda una conquista colosal
pero, como queda dicho, la caricatura de democracia como método de alternancia
en el poder sobre la base del respeto a las minorías está haciendo agua por los
cuatro costados, es imperioso el pensar sobre posibles diques adicionales al
efecto de limitar el poder político por aquello de que “el poder tiende a
corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
Tres
personas votando por mayoría logran aplacar los ímpetus de caudillos y permiten
tamizar las decisiones ya que el republicanismo exige que la función de esta
rama del gobierno es ejecutar lo resuelto por el Poder Legislativo básicamente
respecto a la administración de los fondos públicos, y el Judicial en lo
referente al descubrimiento del derecho en un proceso fallos en competencia.
Se
podrá decir que las decisiones serán más lentas y meditadas en un gobierno
tripartito, lo cual se confunde con la ponderación y la mesura que requiere un
sistema republicano.
De
todos modos, para el caso de un conflicto bélico, sería de interés que las tres
personas se roten en la responsabilidad de comandantes en jefe.
Uno
de los antecedentes más fértiles del Triunvirato se encuentra en los debates
oficiales y no oficiales conectados a la Asamblea Constituyente de los Estados
Unidos.
Según
la recopilación de los respectivos debates por James Madison que constan en la
publicación de sus minuciosos manuscritos, el viernes primero de junio de 1787
Benjamin Franklin sugirió debatir el tema del ejecutivo unipersonal o
tripartito.
A
esto último se opuso el constituyente James Wilson quien fue rebatido por
Elbridge Gerry (luego vicepresidente del propio Madison) al explicar las
ventajas del triunvirato para “otorgar más peso e inspirar confianza”. Edmund
Randolph (gobernador de Virginia, procurador general del estado designado por
Washington y el segundo secretario de estado de la nación) “se opuso
vehementemente al ejecutivo unipersonal. Lo consideró el embrión de la
monarquía.
No
tenemos, dijo, motivo para ser gobernados por el gobierno británico como
nuestro prototipo […]
El
genio del pueblo de América [Norteamérica] requiere una forma diferente de
gobierno. Estimo que no hay razón para que los requisitos del departamento
ejecutivo -vigor, despacho y responsabilidad- no puedan llevarse a cabo con
tres hombres del mismo modo que con uno.
El
ejecutivo debe ser independiente. Por tanto, para sostener su independencia
debe consistir en más de una persona”. Luego de la continuación del debate
Madison propuso posponer la discusión en cuanto a que el ejecutivo debiera
estar formando por un triunvirato (“a three men council”) o debiera ser
unipersonal hasta tanto no se hayan definido con precisión las funciones del
ejecutivo.
Este
debate suspendido continuó informalmente fuera del recinto según los antes
mencionado constituyentes Wilson y Gerry pero con argumentaciones de tenor
equivalente a los manifestados en la Asamblea con el agregado por parte de los
partidarios de la tesis de Randolph-Gerry de la conveniencia del triunvirato
“al efecto de moderar los peligros de los caudillos”. El historiador Forrest Mc
Donald escribe (en E Pluribus Unum. The Formation of the American Republic,
1776-1790) que “Algunos de los delegados más republicanos […] desconfiaban
tanto del poder ejecutivo que insistieron en que solamente podía ser
establecido con seguridad en una cabeza plural, preferentemente con tres
hombres”.
El
asunto entonces no es limitarse a la queja por lo que ocurre en nombre de la
democracia sino en usar la materia gris
y proponer soluciones al descalabro del momento antes de llegar a un Gulag con
la falsa etiqueta de la democracia.
Hay
que vencer lo que podríamos denominar “el síndrome del anquilosamiento mental”
y revertir con decisión -con éstas u otras propuestas- lo que viene
sucediendo a paso redoblado
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