Antonio
R. Rubio
Enmanuel
Macron llega a la presidencia de Francia cargado de enormes expectativas.
Los
gestos y las palabras se multiplican en estos días, previos a las elecciones
para la Asamblea Nacional del 11 y 18 de junio, para intentar demostrar que
Macron representará una profunda renovación de la política francesa.
El
presidente conserva su aureola de prestigio y la empleará para conseguir una
mayoría parlamentaria a su medida, pero
su formación no deja de ser tan improvisada como personalista.
De
hecho, las siglas de En Marche! coinciden con las iniciales de Emmanuel Macron.
No
obstante, para disipar los recelos despertados por un culto a la personalidad,
una rápida y eficiente operación de marketing ha transformado el nuevo partido
en La Repúblique en Marche, un “partido-empresa”
en palabras del diario Libération.
En
Francia son muy aficionados a establecer paralelismos entre los políticos
actuales y los de otro tiempo.
Los
franceses tienen un acusado sentido de la historia, un tanto en el sentido
clásico de maestra de la vida, como decía Cicerón.
Los
paralelismos pueden servir para intentar descifrar el semblante y la actitud de
los políticos, aunque también responden a la imagen que las personalidades
públicas quieren dar de sí mismas.
No
es muy diferente de los presidentes de EE.UU., donde recordamos a un Obama
jugando con las imágenes de Lincoln, Roosevelt, Eisenhower y Kennedy en
diversos momentos de su mandato.
En
Francia, los paralelismos no son meros ingredientes para las revistas de
historia o los suplementos dominicales. Forman parte, además, del discurso de
los analistas políticos.
Y
Macron admite hasta los paralelismos literarios:
Estar
casado con Brigitte, una mujer veinticuatro años mayor que él y profesora suya
en un colegio de los jesuitas, le sirve para compararle con Julien Sorel, el
protagonista de Rojo y Negro de Stendhal.
Los
amantes de los paralelismos políticos cuentan con un amplio repertorio.
Si queremos
elogiar a un presidente joven y audaz, la comparación con Napoleón es obligada:
El
corso fue general a los veintisiete años, primer cónsul a los treinta y
emperador a los treinta y cinco.
Macron,
inspector de finanzas con veintisiete, directivo de la Banca Rostchild con
veintiocho, secretario general adjunto de la presidencia de la República con
treinta y cinco, ministro de Economía con treinta y siete, y jefe del Estado
con treinta y nueve.
Por
otra parte, si nos fijamos en la política americana, pensaremos en John F.
Kennedy y Barack Obama, sobre todo en este último.
El
anterior presidente americano era un outsider en el partido demócrata y, sin
embargo, consiguió la nominación en la carrera presidencial.
Del
mismo modo, Macron tampoco era un socialista clásico sino un social-liberal,
capaz de abandonar una formación que no admitía a los reformadores como Manuel
Valls y potenciaba a los izquierdistas, en su eterno retorno a unas supuestas
esencias originarias, como Benoît Hamon.
Con
todo, el paralelismo histórico de mayor fortuna es el que asemeja a Emmanuel
Macron con Valéry Giscard d’Estaing.
El jefe de los
republicanos independientes se convirtió con cuarenta y ocho años en el
presidente más joven de la Quinta República y antes había llegado a ser
ministro de Finanzas con el propio De Gaulle.
Sin
embargo, Giscard se fue distanciando del gaullismo, formación a la que acusaba
de personalismo y de ejercer el poder en solitario, para impulsar su carrera
hacia al Elíseo, en la que batió a Jacques Chaban-Delmas, alcalde de Burdeos y
un gaullista atípico, que quizás hubiera tenido alguna posibilidad si Giscard
no se hubiera investido de la aureola de candidato “contestario” del
centro-derecha.
Por
lo demás, a Macron se le atribuye una estrategia similar:
Un
distanciamiento de Hollande y de los socialistas para presentarse como un
candidato independiente, prácticamente no contaminado por la política, sobre
todo si está señalada por el fracaso y el desprestigio.
Al
igual que Chaban Delmas en el gaullismo, Manuel Valls ha quedado descolocado en
el socialismo.
Es
otro efecto de la victoria de Macron.
Con
todo, recordemos que un prestigioso politólogo del siglo XX, Raymond Aron,
nunca apreció la gestión de Giscard.
Decía
que había olvidado que la historia también puede ser trágica.
Giscard
decepcionó a los franceses y en 1981 no fue reelegido.
¿Qué
dirá ahora Nicolas Baverez, el sucesor intelectual de Aron en el liberalismo
francés?
Por
ahora le da un margen de confianza a Macron, aunque también le advierte que estamos ante la última oportunidad para
hacer las reformas que Francia necesita.
El
nuevo presidente francés es, sin duda, un economista keynesiano con aristas
liberales.
Un
político híbrido necesita de un potente carisma, como Charles De Gaulle, el
fundador de la Quinta República.
Con
Macron no vendrá la Sexta sino una nueva versión del político providencial de
la Quinta, esta vez no con brillantes discursos sino con imágenes mucho más
elocuentes.
//
© aceprensa
No hay comentarios:
Publicar un comentario