“La Justicia es el pan
del pueblo… siempre está hambriento de ella”. René de Chateaubriand
En nuestro
país se ha hecho carne una afirmación que sostiene que “aquí nunca pasa nada”,
referida en especial a las consecuencias penales que la corrupción debiera
generar para sus autores.
Hasta ahora,
y salvo contadísimas y notorias excepciones, el más que moroso Poder Judicial
dio la razón a quienes así lo creían.
Sin embargo,
el claro avance de Cambiemos en las
PASO, que se ampliará tras el seguro triunfo de este mes, hizo que los
jueces federales en lo criminal, poseedores de las narices más profesionales
del planeta, se atropellaran en la puerta de los tribunales orales para elevar
a juicio las innumerables causas que afectan a los capitostes del gobierno
kirchnerista, incluyendo a la propia Presidente, jefa única de la monstruosa asociación ilícita que organizó con su
marido muerto.
Están hoy
sentados, ante estos mismos magistrados en los cuales tanto confiaron en el
pasado por razones claramente crematísticas,
Cristina
Elisabet Fernández, el ex Vicepresidente Amado Boudou,
el ex súper
Ministro de Planificación y actual Diputado -¡qué vergüenza!-
Julio de Vido, y decenas de emblemáticos
secretarios de Estado (Guillermo Moreno, Daniel Cameron, Roberto Baratta,
Daniel Reposo, etc.), presidentes de empresas públicas, responsables de entes
autárquicos, funcionarios de todos los niveles y algunos empresarios demasiado
expuestos como para eludir su conversión en blancos indeseados.
Pero es
claro que no todo termina allí.
Esta leve brisa de decencia, que comenzó a soplar hace un año y
medio con la caída de Norberto Oyarbide, está
empezando a defenestrar a actuales jueces, como Eduardo Freiler, Carlos
Rozanski, Raúl Reynoso y Alberto Hergott.
Lamento que
el Gobierno prefiera aceptar la renuncia de algunos de estos impresentables
magistrados, que acceden así a una jubilación privilegiada, a que deban
enfrentar el largo proceso del juicio político y, en algunos casos, hasta
causas penales por corrupción.
Esas caídas no son suficientes y los
vientos deberán soplar más fuerte, pues es sabido que no son pocos los jueces
que debieran ser expulsados de sus cargos por indignidad moral para encontrarse
por encima de sus conciudadanos y decidir sobre su libertad y su patrimonio.
Y, por
supuesto, debería incluir en la lista a la inefable Procuradora General de la
Nación, doña Alejandra ¡Giles! Carbó y a la recua de fiscales militantes con
que ha colonizado los tribunales de todo el país, siempre dispuestos a
entorpecer la gestión del Gobierno y a prestarse a participar del circo romano
en que se juzga a los militares pero nunca a los terroristas.
Por si no
hubiera suficientes artistas en escena, ahora se ha sumado el complejo elenco
de los eternos dirigentes gremiales, como Omar Caballo Suárez y Juan Pablo Pata
Medina, paradigmáticos y violentos extorsionadores de los empresarios de sus
respectivos rubros, a los cuales se sumarán pronto otros colegas en el delito.
Es que, puesta a investigar
seriamente, la Justicia debería hacerse una panzada con las inmensas fortunas
personales que detentan estos caraduras, tan volubles, que tanto daño hacen al país invocando
los teóricos intereses de sus afiliados, como ha sido el reciente caso de la
férrea oposición a las aerolíneas low cost.
Pero, como
se ha visto en Brasil, la obra purificadora no tendrá un final feliz hasta que
hagan acto de presencia en la misma la multitud de empresarios que han lucrado
sin tasa y sin medida con los contratos con el Estado, al cual han dejado
postrado de inanición a fuerza de sobreprecios u falsedades inconclusas que,
siempre, hemos terminando pagando con nuestros exorbitantes impuestos.
Está en
pleno trámite legislativo el proyecto de ley que responsabiliza penalmente a
las compañías en los hechos de corrupción, y es probable que veamos su sanción
en los próximos días.
Sin embargo,
y tal como dijera el Juez Sergio Moro, líder de las investigaciones
relacionadas con el proceso del Lava Jato, que ha llevado a la cárcel a decenas
de políticos, funcionarios y empresarios brasileños con gravísimas condenas –al
ex Gobernador de Rio de Janeiro, Sergio Cabral, le impusieron ¡45 años! de prisión- no bastará con esa norma, sino
que resultará indispensable contar también con el instrumento de la delación
premiada, que tan buenos frutos diera en nuestro vecino país.
Precisamente,
esa monumental causa judicial ha puesto de relieve un aspecto poco conocido, en
la medida es que es la primera vez que aparece nítida la transnacionalidad de
la enorme maquinaria de corrupción montada.
Y así, sin
caer en teorías conspirativas, ha quedado expuesta su íntima vinculación con el
Foro de San Pablo, fundado en 1990 por el Partido dos Trabalhadores (PT),
comandado por Luiz Inácio Lula da Silva.
La izquierda
latinoamericana se convenció que el camino militar –recorrido por las
organizaciones terroristas que asolaron nuestro continente en los 70’s y 80’s-
no tenía posibilidad de llegar al destino deseado, e invento esa falacia del
“socialismo del siglo XXI”, que conlleva la destrucción de las instituciones
más caras a nuestros sentimientos: la república, la democracia representativa,
las iglesias, las familias y, por supuesto, los ejércitos.
Rápidamente,
y dada la comunidad de objetivos políticos, el Foro logró la adhesión
incondicional de los líderes populistas (en algunos casos, verdaderos
cleptómanos) de la región, se llamaran Hugo Chávez (Venezuela), Rafael Correa
(Ecuador), Evo Morales (Bolivia), Michelle Bachelet (Chile), José Pepe Mujica
(Uruguay), Dilma Rousseff (Brasil), Daniel Ortega (Nicaragua) y, claro, Néstor
y Cristina Kirchner (Argentina), y cuenta con gran apoyo financiero
transnacional de los grandes carteles de la droga.
Pese a que
se incorporaron al mismo los sanguinarios miembros de las FARC colombianas, del
Sendero Luminoso peruano, de los distintos frentes terroristas chilenos y
conspicuos integrantes de Montoneros y ERP argentinos, al menos por ahora trocaron los fusiles por los libros de la Escuela
de Frankfort, de Antonio Gramsci, de Ernesto Laclau y de tantos otros profetas
de esta destructiva religión.
Entre los
concretos objetivos de ese nefasto Foro, en realidad como uno de sus
instrumentos, está definido el incentivo a los movimientos indigenistas en la
región.
Éstos se han
hecho presentes desde hace décadas en el sur de Chile, donde los mapuches sí
han optado por la vía terrorista con asesinatos, incendios, bombas y sabotajes
de toda índole.
El Gobierno
de la Coalición gobernante ha sido por demás tolerante, pese a disponer de una
específica legislación represiva, y ello ha permitido no solamente la
perduración de estas acciones violentas sino su traslación hacia territorio
argentino, donde esta etnia arribó en 1833, aunque sólo muy recientemente ha
adoptado posiciones insurreccionales y separatistas.
Los descerebrados y los
malintencionados que apoyan las disparatadas reivindicaciones territoriales de
estos autoproclamados “pueblos originarios” no se han detenido a pensar que el
año -1833- en que los mapuches realmente cruzaron la cordillera de los Andes y
se instalaron aquí, es exactamente el mismo en que los colonizadores argentinos
de las islas Malvinas fueron desalojados militarmente por los británicos…
Entonces, y
en función de esa igual antigüedad, la misma calificación y los mismos derechos
deberían reconocerse a los invasores ingleses.
Este es el
desafío que la Argentina tiene por delante, y en función de ese buen combate,
está obligada a fortalecer sus instituciones y respaldar a las personas que se
encargan de la defensa y de la seguridad del territorio nacional y de los
ciudadanos.
Lo que hemos
visto en estos días, con los feroces ataques a la Gendarmería y a la Ministro
Patricia Bullrich va, precisamente, en dirección contraria.
Bs.As., 30
Sep 17
Enrique Guillermo Avogadro
No hay comentarios:
Publicar un comentario